Amor de Emergencia.

Prólogo.

—¡Vamos a la Universidad! —Levanté mi vaso de cerveza chocándolo contra los suyos con una sonrisa incómoda en mi rostro. Noemi me observó con una sonrisa burlesca—. Bueno, casi todas.

No dije nada porque no quería parecer triste el día de hoy. Mi compañera de clase Megan bufó molesta, bajando su vaso contra la mesa con fuerza, y di un respingo.

—Deja de ser una pesada —me observó y sonrió—. Todavía tienes tiempo de enviar solicitudes para la universidad.

Está en lo cierto, tiempo sí tengo. Lo que no tengo son ganas de ir a la universidad. Desganada, asentí con la cabeza. Hoy fue nuestro último examen y, de aquí a un tiempo, sería la graduación. Yo seguía sin tener una carrera que seguir en mente.

Nada me llama la atención, no tengo ninguna motivación para ir a la universidad. Ni siquiera soy buena en algo concreto. Al contrario, soy muy torpe. No es que me vaya mal en los estudios, pero tampoco soy una alumna aplicada.

Mi vida siempre ha sido aburrida. Mi madre tiene una pequeña tienda de antigüedades donde trabajo los fines de semana, y mi padre falleció cuando era una niña. Algo sobresaliente de mí es que, a donde vaya, hay problemas. Es extraño, pero parezco un maldito amuleto de la mala suerte que, a veces, se convierte en uno de buena suerte.

Todavía recuerdo cuando perdí a la perrita de mi vecina y ésta, no sé cómo, salvó a un bebé de ser secuestrado. ¿Imposible de creer? Pues me han pasado cosas aún más raras.

Hoy no estoy de humor. Quería disfrutar de la fiesta, pero con esta estúpida recordándome que no voy a la universidad se me quitan hasta las ganas de vivir. Amigas íntimas no tengo; lo más cercano que tengo a una amistad es mi relación con Megan. Nos llevamos bien, pero no al punto de contarnos todo. Es como si no confiáramos del todo una en la otra. Además, ella quiere ser profesora de Literatura Inglesa e irá a Inglaterra a estudiar. Yo me quedaré sola en esta ciudad estúpida.

—Yo creo que ya me voy —dije, apretando los dientes para no decir nada más. Mi cabello cobrizo enrulado cayó al frente cuando tropecé con mis propios pies al levantarme.

—Por Dios, apenas bebiste unos tragos y ya te vas —chilló una de las chicas.

Era cierto, apenas eran las ocho, pero no me encontraba bien. También quería golpear a alguien, una terrible combinación. Mi mareo era debido a que estaba segura de que mi periodo se acercaba. Eso y el dolor de cabeza me lo confirmaban. Con una sonrisa de disculpa, agarré mi mochila. Megan se ofreció a acompañarme hasta la salida, pero negué con la cabeza. Por suerte, no insistió.

Una vez que llegué a la puerta, las oí susurrar.

—Es una rara.

—Deja de decir esas cosas, Noemi.

—¿Por qué? Yo creo que la verdad es que no le caemos bien.

Bueno, ella no me cae bien.

—Pero esa no es razón para hablar de ella a sus espaldas. Mejor sigue bebiendo.

—Además, se cree la gran cosa —continuó parloteando—. Estoy segura de que no irá a la universidad...

Cerré los ojos con fuerza, inhalé y exhalé.

—No tiene futuro.

Abrí los ojos y volteé, caminando directamente hacia el comedor donde todas se encontraban bebiendo. Al verme, se quedaron calladas. Golpeé mis palmas contra la mesa.

—Solo lo voy a decir una vez. No necesito ir a la universidad si no quiero hacerlo. Y si no voy, no significa que voy a ser una perdedora —ella se cruzó de brazos y ni siquiera me miró—. Una universidad no te define como persona. Algunas son inteligentes, pero tienen el alma podrida. ¿No es así, Noemi?

Ella abrió la boca para hablar, pero levanté una mano.

—Y si voy a ir, créeme que lo haré, pero no porque necesite la aprobación de alguien más, sino por mí. Solo que todavía no encuentro algo que me motive a ir.

No dije nada más y di la vuelta. Nadie me siguió, lo cual no me sorprendió. Como dije antes, no considero a ninguna de ellas una amiga íntima. Suspirando, abrí la puerta delantera y salí al exterior. Me acomodé mejor mi bufanda amarilla porque el clima estaba loco esta semana hacía frío de repente. Caminé hacia la parada de autobuses y no me sorprendía encontrar poca gente por las calles un martes a esta hora. Como no quería llegar a casa tan temprano ya que mi madre sabía que debía estar en la despedida con mis compañeras, fui hasta un café y luego al parque central. Me puse mis auriculares mientras bebía mi café lentamente.

A esto me refiero cuando digo que mi vida es aburrida. No hay nada interesante en ella. Aunque, tal vez, de repente traten de asaltarme o, peor aún, asalten a alguien más y tenga que intervenir. Mi mala suerte más bien afecta a la persona que tengo cerca.

Perdida en mis pensamientos, se hizo tarde. Remangué mi abrigo y miré la hora en el reloj.

10:10 P.M.

Bueno, creo que ya es un buen horario para volver. Llegar a casa me tomaría unos treinta o cuarenta minutos desde aquí, así que llegaría a un buen horario y mi madre no haría tantas preguntas sobre por qué llegaba tan temprano.

Divisé a un hombre en la parada de autobús. Se agarraba el pecho y hacía muecas de dolor. Mi paso se detuvo. ¿Podría ser un ladrón? ¿O no? Un poco insegura y con cero instintos de supervivencia, corrí en su dirección. Justo cuando me acerqué, cayó de rodillas, gimiendo de dolor.

—¿Señor? —me agaché a su lado, preocupada—. ¿Se encuentra bien?

Él no me respondió. Lo inspeccioné mejor y vi que debía ser alguien que acababa de salir del trabajo. Llevaba ropa algo formal, y el maletín de trabajo estaba en el suelo. Mientras lo observaba, cayó al piso, y mi corazón se detuvo. ¿Estaba muerto? Desesperada, me qué la bufanda y la coloqué bajo su cabeza mientras le daba pequeñas palmaditas en el rostro.

—¿Señor? ¿Me escucha?

Mis manos tiemblan, pero no hay respuesta. Acerco mi mano a su nariz y siento una pequeña respiración. Por fin, yo también puedo respirar. ¿Qué hago ahora? Miro a mi alrededor, pero no hay nadie. Es casi absurdo que ningún auto pase por aquí. Claro, esta es solo una ruta de autobuses y ninguno parece venir pronto.



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En el texto hay: doctora, emergencias

Editado: 20.02.2025

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