—No saben lo preocupada que me tenían ustedes dos —La madre se encuentra en cuclillas frente a los niños. Las lágrimas caen por sus mejillas a borbotones—. Oh... mi bebé tiene un yeso en el brazo...
El llanto de la madre hace que las demás personas en la sala se giren en nuestra dirección. Tengo un paquete de pañuelos en la mano pero no puedo dárselo porque ella está inspeccionando a sus hijos de forma minuciosa.
—Mamá... ya te dije que no soy un bebé.
La madre lo ignora y abraza de forma delicada a ambos. Su vista se encuentra con la mía y se levanta para caminar hacia mí.
—No se preocupe, solo va a necesitar... —No me deja continuar porque me abraza con fuerza. Me quedo helada en mi lugar sin saber cómo reaccionar.
—Muchas gracias, estoy en deuda con usted doctora —Se aleja y me saca el paquetito de la mano—. ¡No pensé que saldrían de casa por esa razón! ¡Soy una madre terrible!
Oh no, el llanto vuelve.
—Solo hice mi deber —Digo y observo que la pequeña suspira—. No se preocupe, con el cuidado adecuado esto quedará como una anécdota.
No quiero regañarla. No soy madre, no tengo idea de cómo se debe cuidar a los niños pero le recalco la importancia de la supervisión adulta. Ella asiente con comprensión a todo lo que le digo y se marchan luego de un rato. Pregunto por el horario y para mi desgracia mi turno ya empezó hace rato así que sin comer nada voy directo al trabajo. Mi madre se enojará de nuevo si sabe que ando con el estómago vacío pero en esta ocasión no tengo opción.
Me uno a Lily con el trabajo del día y así continúo hasta que encuentro un momento de descanso. Me siento algo mareada así que decido comer un panecillo dulce y tomar un poco de café para mantenerme despierta. Vuelvo a la sala de descanso para comer más tranquila y pensar un poco más en cómo parece que el doctor Scott sí me reconoce...
Hablando del diablo...
El doctor Scott entra a la sala con la misma tranquilidad de siempre, como si lo que dijo hace rato no me hubiese dejado con la curiosidad picando. Trae en una mano una bolsa negra y en la otra un vaso de café, se sienta frente a mí y deja las cosas sobre la mesa.
Ladeo la cabeza con curiosidad ¿Puedo preguntárselo de forma directa? Saca de la bolsa un sándwich junto a un jugo y se estira para extenderlos hacia mí.
—Come. Estás muy pálida.
Asiento con la cabeza sin protestar, aún pensativa sobre si debo hacerle la pregunta o no. Mientras tanto él suspira destapa el jugo y me lo extiende. Tomo un sorbo y en eso él agarra el sándwich de mi mano, le saca el papel y lo extiende hacia mi boca. Lo miro con los ojos bien abiertos preguntándole en silencio si habla en serio. Mueve el sándwich como indicándome que muerda y eso hago. Mis orejas se sienten calientes pero me concentro en masticar, se ve complacido y deja el sándwich frente a mí. Como si nada se sienta para beber de su café bueno es ahora o nunca.
—¿Puedo preguntarte algo?
Él me mira por encima del borde de su café.
—Dispara.
Respiro hondo.
—¿No te parezco conocida? —Me apresuro a agregar—. No hablo del hospital, sino de hace mucho tiempo... ¿No te sueno de algo?
Entrecierra los ojos mientras me observa y yo espero su respuesta expectante. El silencio dura apenas unos segundos entonces asiente despacio.
—La chica de la parada del autobús.
Se me abre la boca sin darme cuenta.
—¡¿Lo sabías?!
Él se encoge de hombros tratando de ocultar su sonrisa.
—Responderé si terminas de comer lo que te traje.
¿Acaso soy una niña? Casi lo digo en voz alta pero me aguanto porque si no salgo perdiendo yo. Me apresuro a comer el sándwich, muerdo rápido y recibo un regaño, así que me tranquilizo. Cuando voy por la mitad, él comienza a hablar.
—Al principio solo eras familiar pero con el tiempo, ciertos detalles encajaron y lo de hoy lo confirmó.
—No puedo creerlo...
—Me acuerdo del momento perfectamente —Dice y me obligo a beber del jugo porque no quiero que se detenga—. Estabas pálida del susto pero no saliste corriendo.
—Estaba aterrada —Confieso—. No sabía qué hacer pero en eso llegaste tú...
La sensación de ese momento es algo que nunca voy a olvidar quedará grabado en mi memoria para siempre porque fue la primera vez que ayudé a alguien de alguna forma.
—Estaba saliendo de una guardia —Ríe mientras abre la bolsita del panecillo—. Después de eso, tuve que volver al hospital.
—Oh, lo siento por eso. La verdad agradecí que aparecieras ese día yo estaba en pánico y lo único que hice fue gritar por ayuda...
—Pero estabas allí. Me imagino que al verlo notaste que algo iba mal y lo acompañaste —Añade, mirándome con una mezcla de ternura y algo más difícil de describir—. Poca gente hace eso.
Bajo la mirada. No por vergüenza sino porque siento ese cosquilleo en el pecho que solo aparece cuando él me hace destacar de alguna manera.
—¿Y por qué no me dijiste nada antes?
—Porque no era necesario —Responde con sencillez—. No quería que pensaras que me debías algo... o que estás aquí debido a mi...
—¡Pero lo estoy! —Exclamo—. Ese día estaba tan perdida... no sabía qué iba a hacer con mi vida. Mis compañeras ya lo tenían todo planeado pero yo solo estaba ahí sin saber cuál era mi motivación —Me armo de valor y lo miro directo a los ojos—. Encontré mi motivación esa noche.
Esa motivación eres tú...
No lo digo porque siento que no hace falta. Él mantiene la mirada seria y suelta un suspiro tan largo que me preocupa. Apoya la cabeza sobre la mesa y me alarmo.
—¿Doctor Scott, está bien?
—No sabes lo difícil que me la estás poniendo...
—¿Qué?
Se recompone y se levanta. Camina hacia la puerta pero se detiene, vuelve hacia mí con el dedo levantado como si fuera a reprocharme algo pero suspira de nuevo agarra su panecillo, lo deja frente a mi y parece que se va a ir.