Me recosté en los asientos traseros y me dormí.
(...)
Al escuchar cómo se abría una de las puertas del auto me desperté.
Espié por la ventana y me quedé inmóvil. Aquella "casa" era más bien una "Mansión" era tan grande que creo que nunca terminaré de recorrerla.
—¡Mia! ¡Mia! —gritaron.
—¿Qué pasó? —miré exaltada para todos lados.
—Nada, solo que te quedaste algo tildada, tenemos que ingresar —aquel señor aclaró.
Me acabo de dar cuenta que no se el nombre de mi nuevo padre...
Al entrar en aquella mansión me sentí la persona más pequeña del mundo, aquel lugar tenía un porte muy imponente, pisos de mármol, ambientes amplios y altos.
—¿Qué opinas? ¿Te gusta? —preguntó el señor.
Asentí levemente con la cabeza.
—Bien, eso es bueno —habló con alivio.
—Disculpe, pero ¿cuál es su nombre? —pregunté nerviosa.
—Mi nombre es Eduardo, pero puedes y espero que me llames padre. —sonrió.
—Está bien— sonreí.
—Te presentaré a mis hijos, acompáñame al salón.
Tomamos camino por un largo pasillo, pasamos por unas imponentes puertas blancas hasta que nos detuvimos en frente de una puerta doble, blanca, con manojo dorado.
Al entrar pude ver a tres muchachos y entre ellos estaba Luciano.
—¿Cómo están hijos? Ella es la nueva integrante de la familia, preséntate cariño.
—Ho-hola —tartamudee — Soy Mia y hoy es mi cumpleaños número quince.
—Feliz cumpleaños Mia, yo soy Luciano y tengo dieciocho.
No parecía de dieciocho, pero si era obvio que era más grande que yo, es bastante maduro.
—Hola, Mia — un pequeño niño rubio de ojos celestes sonrío.
—Mi nombre es Sebastian y tengo cinco, pero dime Sebas —volvió a hablar.
Este chiquito es demasiado tierno.
—Hola, soy Erik tengo dieciséis.
El tal Erick no parecía contento de que esté ahí, pero no podía juzgarlo no me conocía no iba a pretender que me tratará con amabilidad.
—Perfecto —mi nuevo padre aplaudió —Ya que todos nos presentamos es hora de que Mia escoja un cuarto. Luciano acompáñala.
—Como digas padre.
Al parecer todos son muy correctos, sacando a Erik por supuesto.
—Esperen, mejor elige dos cuartos —Eduardo volvió a hablar.
—Con un cuarto estoy bien —hablé confundida.
¿Para qué quiero dos habitaciones?
—En el segundo te haré el guardarropas mas grande y envidiable que ninguna mujer podrá tener jamás. Tendrás toda la ropa que te ah faltado todos estos años.
—Mm —asentí no sabía qué responder, no era que necesitara aquello, pero me hacía mucha emoción.
—Eres tan linda, disculpa mi comportamiento, es que siempre he querido tener una niña y ahora que estás aquí tendrás todo y más.
—Mejor vamos —me susurró Luciano —no vaya a ser que te quiera dar la casa —sonrió.
—Si —sonreí emocionada.
Dimos un recorrido por el primer y el segundo piso. Al llegar al tercero nos detuvimos.
—Aquí nos encontramos en el piso de las habitaciones —rió —puedes elegir entre estas cuatro.
En los siguientes minutos se dedicó a mostrarme los cuartos.
Luego de echar un vistazo me decidí por la que tenía un bello balcón que daba a un extenso parque.
—Entonces, supongo, que esta de aquí —señaló la puerta contigua —será tu nuevo armario. —Sonrío.
—Supongo —devolví la sonrisa.
Hace tan solo unas horas no tenía un armario y ahora tengo dos cuartos, un auto de película y una mansión. Siento que estoy soñando y que todo va a desaparecer.
Luciano miró su reloj —Es hora de la merienda.
—Si, claro. Vamos.
Bajamos esos largos tres pisos y Luciano no dejaba de verme. Era algo incómodo, pero me hice la que no lo notaba.
Al llegar a la cocina una señora nos preguntó qué deseábamos merendar.
—Me gustaría un pedazo de pan y un vaso de leche. Claro, si es que hay.
Luciano me miro extraño.
—¿Eso vas a merendar? —ladeó un poco su rostro confundido.
—Es lo que suelo merendar siempre —respondí inocente.
—¿En serio? —me miró con tristeza.
—Claro, en el orfanato somo muchos niños, no hay mucho dinero. A veces nos teníamos que saltar algunas comidas.
—Sulma, haz unos panqueques por favor —ordenó.
—Como ordene señor.
—¿Qué son panqueques? —hablé curiosa.
—Es un secreto, cuando lo pruebes te enamoraras de ellos.
Lo miré curiosa y asentí.
—¿Han decidido las habitaciones? —llegó nuestro padre.
—Sí padre, su habitación es la que tiene el balcón frente al cuarto de Erik y la de al lado el futuro armario.
—Muy bien, vayan al jardín con sus hermanos.
—Sí padre, sígueme Mía
Luego de una larga caminata por el jardín llegamos a una mesita.
Sabastian y Erik ya estaban merendando.
—Hola, buen provecho —Luciano se anunció.
Yo repetí sus palabras.
—Mia, ¿puedes sentarte a mi lado? —Sebastían preguntó.
Mi vista se dirigió a Erik, ya que el se encontraba a su lado. Él se apartó a un lado dejando un espacio para que entrase. Miré a Sebas y asentí.
—Gracias —gritó el pequeño y luego me abrazó.
—Señor Luciano, señorita Mia —Sulma llegó —aquí están sus panqueques.