Amor de Invierno

Breve proemio

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El arte de narrar es un arte inmemorial. Nació con el hombre y morirá con él. Se mantiene como esa vocación innata de toda persona de referir sucesos reales o inventados que logra el interés y la atención del oyente. Cuando el hombre inventó los signos que representan el pensamiento trasmutando en palabras y los fijó, para darles permanencia, en el metal, la piedra, el papiro y el papel, esas narraciones pudieron ser transmitidas a las generaciones sucesivas, pues la perennidad de la letra suplía las fragilidades de la memoria. Fue entonces cuando esa capacidad narrativa fue buscando cauces diferentes, entre las cuales estaba el primigenio de la mera narración en sí, sin aditamentos, y otros en que tales sucesos adquirían características diferentes, pues exigían ser representados por otras personas con el objeto de darles mayor vivencia y emoción.

Este proceso indica que la poesía épica y la poesía dramática tienen un mismo origen, así como también la lírica. En un tiempo llegaron a separarse totalmente, formando compartimientos estancos, como si no tuviesen parentesco entre sí. Los grandes pontífices de «las artes poéticas» así lo habían resuelto y la situación se mantuvo casi inmutable por más de un milenio. Pero la creación no puede vivir entre lindes estrictos e inmutables. Los rebasa y fluye en una forma tal que aquellos cauces aparentemente irreconciliables vuelven a encontrarse y a entremezclarse y a reconocer su común origen que no es otro que la creación humana. Y es así como actualmente ya no puede hablarse con propiedad ni autoridad de géneros literarios estrictos y definitivos, sino sencillamente de comunicación artística por el irremplazable medio de la palabra.

Valgan estos párrafos anteriores para detenernos en esta nueva obra de Mario Halley Mora, cuyo título Amor de Invierno sintetiza   —8→   adecuadamente su contenido. Sobre la base de lo expuesto más arriba no podemos clasificar esta obra ni como novela corta, ni como cuento largo, ni como ninguna otra especie literaria pues, de hacerlo, nos desdeciríamos y nos convertiríamos en una suerte de entomólogos que con alfiler en ristre intentásemos clavar la obra dentro del lugar correspondiente. Limitémonos a decir que en estas páginas del conocido escritor el diálogo entre los personajes ocupa muchas de ellas, tal como si fuera una obra de teatro, mientras que en otras, la narración en sí, sin perder su esencia de tal, viene a desempeñar el papel de acotaciones al margen, para ilustrar mejor al lector. No faltan tampoco los soliloquios que permiten adentrarse en el pensamiento de los personajes con mucho mayor hondura que la que podría ofrecer el autor con procedimientos más convencionales. Tales características contribuyen a dar a la obra una agilidad y una frescura muy especiales y a, en cierta manera, paliar algunas aristas un tanto crueles de la acción en sí; crueles, decimos, porque es «amor de invierno» el surgido entre seres que han traspuesto holgadamente los umbrales de lo que hoy llamamos, con trasparente eufemismo, la tercera edad, y un amor en tales circunstancias linda con lo patético y lo desesperanzado.

No queremos detenemos en el desarrollo de la obra, en donde se advierte sin dificultad el oficio del autor tanto en los diálogos como en el juego de encontrar dos caracteres. Su larga y fecunda trayectoria como dramaturgo y como narrador avalan con solvencia los méritos de esta obra que se incorpora con luces propias a la extensa bibliografía de Mario Halley Mora y a las letras paraguayas. Hemos preferido ocuparnos de sus acusados perfiles formales que, a la vez de ser innovación, están encuadrados en una añeja tradición en el arte de narrar.

José-Luis Aplleyard

Asunción, mayo de 1989





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