Amor de Invierno

Capítulo IV

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-Buen día, mamá.

-Buen día, hijo. Hoy llegas temprano. ¿Qué me miras?

-¿Es eso... colorete?

-Se dice maquillaje. Sí, señor. Me puse maquillaje.

-¿Y para qué?

-¿Necesitas ser tan ofensivo?

-¿Ofensivo, yo?

-Soy mujer, ¿recuerdas?

-Pues sí.

-Y tengo derecho a ponerme lo que se me antoje en la cara.

-Pero... a tu edad, mamá.

-Precisamente por eso, para ponerle una valla a la edad y que no me pase por encima.

-Aclaremos, mamá. No estoy enojado, sino curioso. ¿Cuál es el fin del maquillaje en la mujer?

-No soy filósofa, hijo.

-El fin es... digamos, apoyar a la coquetería, para llegar a otro fin: la seducción. O dicho sea más simplemente, mamá: la mujer se embellece no para las mujeres, sino para los hombres.

-¡Gracias, hijo, por algo te recibiste de abogado con medalla de oro!

-¿Me das las gracias, por qué?

-Porque yo no sabía por qué me estaba maquillando. Ahora lo sé.

-A ver cuéntame eso.

-Jamás. Es un secreto. Bueno, no tanto, puedo compartirlo contigo, pero nada de contárselo a la pacata de tu mujer. Tengo un amigo.

-¡Mamá!

-¿Qué pasa? ¿Hay un terremoto?

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-¿Cómo quieres que me sienta? ¡Me disparas en la cara que tienes un amigo! ¡A tu edad! Supongo que será un hombre mucho más joven que vos.

-Es un caballero tres años mayor que yo, o cuatro. No sé. Que sufre de la próstata, con lo que queda asegurado el ciento por ciento lo platónico de una relación. ¡Es un amigo, no un amante, como pasó por esa sucia cabeza de abogado!

-No te enojes, mamá.

-No me cae bien ser considerada un trasto viejo. ¡Soy un ser humano! Dio la casualidad de que tropecé con una persona amable... y ¡tan solitaria como yo!

Ha empezado a hacer pucheros.

-Mamá, no te me pongas a llorar.

-¡Soy un ser humano! -exclama Sara.

Raúl se enternece, el extremo de un hilillo de comprensión se aferra a su corazón. Abraza a su madre.

-Mamá, comprendo perfectamente. Mi viciosa mente me suscitó algo monstruoso y grotesco. Te pido perdón. Sí, mamá, sos un ser humano. Solitario. Y tropezaste con un anciano solitario también. Sólo pido a Dios que sea un caballero y su amistad te haga feliz -ríe y continúa-, quizás la alianza de dos soledades sea la enemiga más letal de la tristeza.

-Ahora sí que te mereces la medalla de oro.

-¿No necesitas nada?

Ella piensa que es decoroso que sea ella quien compre las masitas.

-Tengo unas recetas del médico que...

-¿Te alcanza 30000?

-Es mucho.

-No importa -dice el hijo, y entrega el dinero a la madre.

-Gracias, hijo.

-Te visitaremos con los nietos el domingo...

-¡No, por favor! Prefiero visitarlos yo, en cuanto pueda. La última vez que los diablillos vinieron Lenin desapareció por tres días.

-Está bien, mamá. Y... de paso... ese tonito azul sobre los párpados te queda muy bien.

-Gracias, hijo, gracias.



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