Amor de Invierno

Capítulo XI

ArribaAbajoCapítulo XI

Aquel domingo de mañana, mañana de abril, luminosa y límpida, había decidido dar un paseo hasta Itauguá.

-Allí tengo una comadre que no veo hace años -explicó Sara.

-Entonces, vamos a Itauguá.

-¿No consume mucha nafta este monstruo?

-Menos de lo que se cree.

Cruzaron por la ciudad de San Lorenzo y enfilaron por la ruta.

-¿Pongo la radio?

-Sólo se oyen malas noticias. Antes transmitían música.

De todos modos, él encendió la radio, y un político hablaba de fraude. Cambió de emisora y otro político decía qué linda es la democracia, pero... encontró una fatigosa multitud de peros. Entonces Sara misma apagó la radio. El Buick mantenía un prudente y majestuoso 60 kilómetros por hora y parecía deslizarse sobre el asfalto. Llegaron a Itauguá y Sara no fue capaz ni de ubicar la casa de su comadre. Curiosearon en los negocios que vendían ñandutí, y él tuvo el gesto galante de obsequiar a Sara un primoroso centro de mesa.

-¡Gracias! -exclamó Sara, maravillada por el obsequio-, es el primer obsequio que me haces.

-Espero que no sea el último -contestó él.

-Luces muy bien con el traje azul.

-Gracias.

-Pero no es lo más adecuado a un paseo de domingo.

-¿Y qué debo ponerme? ¿Pantalón vaquero y guayabera?

-Precisamente.

-¡No!

-Sigues con tu empaque.

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-Respeto mi edad.

-La edad no tiene nada que ver con la comodidad. Yo estoy pensando comprar unos pantalones. ¿Crees que unos pantalones me sentarán bien?

-Depende...

-Claro, de la silueta. Yo soy cuadrada y con unos pantalones pareceré más cuadrada.

-Lo decís vos.

-Lo pensás vos. Está bien, no me compraré los pantalones, si no te agradan.

-No dije que no me agradan.

-No aplaudiste tampoco -dijo ella, irritada.

-No se trata de vos. Sino de mí, siempre detesté que las mujeres se pusieran pantalones. Es antinatural.

-¡Qué anticuado...! ¡Como tu traje azul en domingo!

-Está bien, me compraré un pantalón sport y guayabera. ¡Pero nada de vaquero!

-Hacé lo que se te antoje.

-No tienes derecho a estar enojada.

-¿Por qué no?

-Acabo de hacerte un regalito...

-¡Mírenle! ¿Me estás comprando con un regalito?

-¡Hablas como una chiquilla caprichosa!

-¡Lo que quiere decir que me consideras una vieja gruñona!

-No. Una dama incomprensiblemente peleona.

-¡Es que no soporto ese traje azul!

-¡Otra vez!

-Mira a aquel señor.

-¿Cuál?

-El que bajó del coche verde, viste un short, y debe tener tu edad.

-No es un espectáculo agradable. De la cintura para arriba parece un sapo, y sus piernas son color difunto. Además es pelado.

-¡Ahí está! Vos tenés todavía una linda figura, unos lindos cabellos y con short lucirías elegante.

-Tengo las piernas peludas.

-Gusta a las mujeres, porque indican virilidad.

-La virilidad no está en las piernas sino entre las piernas, y ésa es una cuestión que no quiero tratar.

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-¿De veras que tienes las piernas peludas?

-Pues sí.

-¿Me muestras?

-¿Mis piernas? ¡Qué ocurrencia!

-Te avergüenzan, son secas como palitos.

-¡Oiganla! Mirá.

Levanta los pantalones y muestra.

-¡Jesús, que pelambre! ¿No te pican?

-No. No me pican. Lo que me pica es este ridículo de mostrar mis piernas a una dama. Aquella señora se está riendo.

-Debe ser por envidia. Debe tener un marido lampiño. ¿Nos vamos?

Abordaron el coche y retomaron la ruta. De repente, él rió.

-¿Hay algo gracioso? -preguntó ella.

-Sí, nosotros.

-Ahora resulta que resultamos cómicos.

-Cómico no es la palabra. La palabra es gracioso, lo dijiste vos.

-Bueno, cuéntame lo de gracioso, a ver si me río.

-¿Sabes algo de Freud?

-¿Quién?

-Froid.

-Freud o Froid, no sé de qué hablas.

-De un sabio que estudió el comportamiento humano.

-¿Y qué conclusión sacó?

-Muchas. También sobre el amor.

-Cuéntame.

-No sé cómo explicarte.

-Prueba, no soy tan boba como piensas. ¿Qué hay del amor?

-Que es como un proceso de maduración, como una fruta. Y hay una etapa característica dentro de ese proceso. ¿Me sigues?

-Dale, dale.

-La etapa de la hostilidad.

-¿Y qué sigue?

-Después llega el amor.

-¡Qué presuntuoso! ¡Estás sugiriendo que me estoy enamorando de vos!

-Sólo recordaba a Freud.

-¡Froid!

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-Froid.

Sara encendió la radio. Un locutor llamaba a la solidaridad para adquirir medicinas para una enferma grave en el Hospital de Clínicas. Después arremetió con una tanda de avisos.

-¡Ahí está el sentido! -dijo de pronto Sara.

-¿De qué estás hablando?

-De cuando dije que una relación debe salir de su encierro y encontrar un propósito. Ayudar a esa enferma es un propósito. Sentiría que nuestra amistad es... no sé cómo decirlo.

-Útil.

-Eso.

-Y proyectado hacia afuera, generando el bien para otros.

-¡Tienes una forma tan clara de decir las cosas!

-¿Qué se supone que debemos hacer, Sara?

-Ir al Hospital, ayudar a esa mujer.

-No recuerdo qué medicinas pidió.

-El dinero es el camino a todos los remedios. ¿O es que sos avaro?

-No entiendo.

-Entonces, ¡acelera, hombre!

-¿Para qué?

-¡Para llegar al Hospital de Clínicas!




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