Amor de Invierno

Capítulo XIII

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-¡Mamá!, es el más grande disparate que he visto!

-¡No alces la voz que la niña duerme!

-¡La niña! ¡La niña! ¡La niña! Traerla fue una locura.

-Lo sé. Lo hice por eso, justamente.

-¡Y ese viejo demente!

-¡Te prohíbo que trates así a mi amigo!

-Mamá, mamita, soy abogado, ¿no? El acto de apropiarse de esa niña en base a un engaño es ilegal. ¡Es lo más parecido a un secuestro!

-¡Miguel firmó papeles!

-¡Con mala fe manifiesta!

-¡No me hables como abogado!

-¡Te estoy hablando como abogado! ¡Ese caballero corre peligro de ir a la cárcel!

-Nadie va a la cárcel por un acto de amor, señor abogado. Y en todo caso me supongo que tendrás la caballerosidad de defenderlo.

-¡Que no me lo pida!

-¡Te lo pido yo!

-Mamá, mamá, mamá. Esto no tiene sentido. Se supone que si no hay grandes líos la tienes que criar.

-¡Ésa es la idea!

-¿Hasta cuándo?

-¡Hasta que crezca y se case!

-¡Mamá!

-¿Qué?

-¡Tienes 78 años!

-¿Qué te pasa? ¿Me estás condenando a muerte?

-Es que matemáticamente...

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-¡En los actos de amor no hay matemáticas!

-Veo que estás metida hasta en las narices con esto. Entonces te hablaré como hijo.

-¡A ver con qué trampa me sales!

-¡Dije como hijo!

-¡Un hijo abogado!

-No. No. No, mamá. Sólo como hijo.

-Está bien. Te oigo.

-¡No sos injusta con tus nietos?

-¿Qué estás diciendo?

-Los chiquillos se sentirán heridos. La abuela ocupándose de una beba extraña, se sentirán celosos.

-¡Se sentirán felices!

-¡Yo soy el padre!

-¡Y yo soy la abuela! ¡Se volverán locos de alegría con la nueva tiíta!

-¿Tiíta?

-Sí la adopto será tu hermana, ¿no?

-¡Si la adoptas! Jesús mío, mamá. ¡No tienes la más mínima posibilidad de que te la den! ¡Hay otras parejas jóvenes que esperan! ¡Además sos soltera!

-No será una novedad. Cuando te concebí y crié, también era soltera.

-Mamá... ¿No puedes pensar con lógica?

-¿Qué es la lógica?

-¡Que las cosas sean como deben ser!

-¡Entonces me das la razón!

-¿Cómo que te doy la razón?

-¡Lo lógico es que una niña tenga madre!

-Estás jugando con las palabras, mamá.

-Y vos estás jugando con mis sentimientos, hijo. Parecés un totalitario. Primero me amenazás con la cárcel, después me chantajeás con mis nietos, me sugerís que no voy a vivir para ver señorita a la beba. ¿Creés que te estás portando bien?

-¿Puedo entrar? -es don Miguel que ha asomado en la puerta de la casa.

-Bienvenido, Miguel.

La expresión de Raúl es pétrea, enfurruñada. Don Miguel queda desconcertado al verlo.

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-Es mi hijo -dijo Sara, presentándolos.

-Mucho gusto, joven.

-Digo lo mismo, pero me hubiera gustado conocerlo en otras circunstancias, caballero.

-Comprendo. ¿Me permite?

Entrega un paquete bastante grande a Sara.

-Es lo que pediste.

-Claro, es para la beba.

Se lleva el paquete adentro, con evidente intención de dejar solos a los dos hombres.

-Usted tuvo una participación muy irregular en este asunto, señor.

-Ciertamente, tiene razón, joven.

-Entonces ayúdeme a deshacer este entuerto.

-Parece que no ha aprendido a conocer a su madre, joven. Se lleva todo por delante. Incluso a mí.

-Pero han hecho algo casi ilegal.

-Así lo entiendo.

-¿Y no teme a la sanción?

-En verdad, no. Será un gran chiste que el juez me condene a diez años. No voy a poder cumplir la pena. Pero no se aflija por su mamá. Yo asumiré toda la responsabilidad.

-No puede, ella es cómplice, tan culpable como usted.

-¿Sólo ve este asunto en términos jurídicos, joven?

-¿Quiere dejar de decirme joven? Tengo mis años.

-Esta bien, doctor.

-No tan doctor, sólo quiero la paz para mi mamá.

-Quiere la paz para su mamá, y está impidiendo que sea feliz.

-¡Que sea feliz!

-Por un corto tiempo.

-¿Cómo dice?

-Los parientes pueden aparecer en cualquier momento. Y la verdad puede saltar y golpear de repente. Como por ejemplo el lunes.

-¿Qué va a pasar el lunes?

-Estamos citados en el Tribunal -extrae un papel del bolsillo-, está dirigido a Miguel Velázquez y señora.

-Miguel Velázquez soy yo. La señora no existe.

-¿Qué he oído sobre Tribunales? -decía Sara, que regresaba a la salita.

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-Que tenemos que comparecer el lunes.

-¡Como marido y mujer! -agregó con furia Raúl.

Sara se puso a temblar, su voz se quebraba.

-¿Tan pronto? ¿No eran que los jueces olvidan? ¿Que los expedientes se extravían por años? ¿Por qué a nosotros? ¿Qué daño hemos hecho? -dirigiéndose a don Miguel exclama-: ¡Necesitamos un buen abogado!

-Yo soy abogado, mamá.

-¡Estás descartado!

-No, mamá, les acompañaré. Les acompañaré, aunque sea para suplicar clemencia.

-¡Clemencia! ¿Dijiste clemencia, hijo?

-Para ustedes dos, naturalmente.

-¿Y para la niña? ¿Quién pedirá clemencia, Raúl? ¿Ya no es suficiente nacer sin madre y sin padre conocido?

-Estaré allí, de todos modos -dice enérgicamente Raúl y, tras una inclinación de cabeza a don Miguel, se marcha.

 




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