Amor de Invierno

Capítulo XIV

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Grandes nubarrones encapotan el cielo de domingo. No obstante, don Miguel y Sara han ido al Parque Caballero. La niña -Sara aceptó el nombre de Aurora- duerme entre rasos en un cochecito de muñeca. Sentados en un banco, Miguel y Sara se sumen en sus pensamientos. Mañana es lunes, piensan los dos.

-¡No me quitarán a mi bebé! -dice Sara por dentro.

-Mañana termina la comedia -reflexiona don Miguel-. No voy a decir que no tema a la cárcel, pero si la ancianidad sirve de algo, que sirva también de atenuante, por esta vez. La gente joven acostumbra a pensar que vejez es chochez. Dirán que fueron cosas de chochos como quienes dicen que son cosas de niños, y allí terminará todo. Pero me duele Sara. Ha tomado en serio la cuestión. Si se llevan a la beba quedará hecha trizas.

Una joven vestida de buzos rojo y pantalones largos va trotando y sus cabellos castaños atados con un lazo flamean al viento. Más atrás un muchacho, y otro, y otro.

Un chiquillo gordo y rubio se apoya en el cochecito de Aurora y mira a la niña dormida. Trata de tocar con las manitas la cara de la bella durmiente. La joven madre lo aparta.

-¡No toques a la nena que sus abuelitos te van a dar chas-chas -le dice a su hijo.

-¡Váyase a la mierda! -explota Sara.

La madre joven no oculta su expresión consternada y se aleja.

-Has tratado muy mal a esa chica -le reprocha don Miguel.

-Lo sé -lagrimea Sara- es que le tengo envidia.

-Sara, ya viviste lo tuyo.

-Viejo idiota, nunca se termina de vivir.

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Dolido por el insulto, don Miguel calla.

-Perdón -susurra Sara.

-No es nada, lo atribuyo a tu estado de ánimo.

-¿Tienes que ser siempre tan conformista?

-Sé cuando hay que luchar y cuando hay que resignarse. Eso es todo. Y lo deberías aprender vos. Suelo oír a los oradores que los cielos políticos terminan. Los cielos humanos también.

-Yo tengo ganas de luchar.

-Está bien. Lucha. Acaso eso haga menos amarga la derrota.

-¿Crees que nos la van a quitar?

-En ningún código del mundo existe la razón para que la dejen contigo.

-Con nosotros.

-Está bien, con nosotros. Es nuestra aventura, desde luego. Nuestra manera de dar un sentido a nuestras vidas, perfecto. Pero es como jugar básquetbol con una pompa de jabón.

Sara calla. Miguel medita. Al pie de la alta palmera el césped es más verde y el trébol más abundoso, apiñándose contra el tronco. Los eucaliptus han sangrado cristales. Hormigas frenéticas van y vienen oliendo la tormenta que se acerca. Chicas y muchachos trotan tras la perfección atlética. Todo es vida -piensa don Miguel-, hasta en el cielo, donde los relámpagos viven un segundo y estallan en otro. Parecida a la vida humana, que dura segundos en la vasta eternidad. Segundos o años, el tiempo lo condiciona todo... y nunca se detiene. Y nos arrastra.

-Vamos, parece que va a llover.

-Vamos.

Como una pareja joven, ella alza en brazos a Aurora, Miguel, diligente, pliega el cochecuna y lo deposita en la baulera del auto. Sara se acomoda en el asiento, Aurora llora, ella la mece y le susurra el rumor de su corazón. Miguel pulsa el botón de arranque.

-No aceleres tanto, que Aurorita se asusta.

-Está bien, perdona.

Maneja suavemente, llegan a la casa de Sara.

-Mañana paso a buscarte -dice Miguel.

-Está bien -responde Sara.

Desciende y sin decir adiós entra corriendo a su casa, como una loba que lleva a su cachorro a la seguridad de su cubil.

Don Miguel enfila hacia la avenida, olvidándose de que lleva el cochecuna en la baulera.

 




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