Amor de Invierno

Capítulo XXVI

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-Anoche gemías en sueños, Sara.

-Tenía pesadillas. Soñaba que se llevaban a Aurorita.

-No es cierto, nadie se levanta cuando duerme, y menos cuando tiene pesadillas.

-Debo ser sonámbula.

-Tampoco es cierto. Te levantaste a tomar unas pastillas.

-Me las dio el médico.

-¿Para el insomnio?

-No. Es para el dolor...

-¿Qué dolor?

-¿Cómo qué dolor? El dolor es dolor y basta. Y termina tu desayuno de una vez por todas.

Oyó que la niña lloraba en el piso de arriba y se encaminó a la escalera. Don Miguel la contemplaba. Si existe algo que desnuda edad, achaques y fatigas, es la manera de subir escaleras. Sara alivianaba demasiado su peso apoyándose en el pasamanos, como si las piernas resintieran el esfuerzo. Y había otras cosas. La pérdida de la alegría. La comunicación que perdía su amable desinhibición del principio. Ese rostro demacrado. Esas ojeras. El desborde de amor que se manifestaba cuando atendía a Aurorita era como un resplandor de brasa que se va convirtiendo en ceniza. En tres meses, habían ido como dos veces por semana al médico, todos los análisis estaban hechos, pero en la última visita al médico había convocado a dos colegas más. En ese punto, se sintió un poco herido.

-Soy el marido, y el que paga todo. Deberían darme algo de información.

Sonó el teléfono interrumpiendo sus meditaciones. Se levantó de la mesa del desayuno a atender.

  —108→   

-Hola.

-Soy Raúl, don Miguel.

-Hola, hijo.

-Necesito hablar con usted, don Miguel. ¿Le sería molesto venir a mi oficina?

-En absoluto.

-Entonces le espero. Colgó y fue al dormitorio a vestirse. Sara había descendido del piso alto con la niña en brazos. Tenía la cara encendida de contento.

-¡La oí bien!, dijo mamá.

-¡Qué me cuentas! -respondió mientras se anudaba la corbata.

-A ver, a ver, a ver -Sara urgía a la niña-, decilo de nuevo, mamá... ma-má.

La niña rió con un glu glu, pataleó y dijo algo parecido a .

-¿La oíste? ¿La oíste?

-Sólo me pareció oír . Y si vamos al caso, también parecía .

-¡Egoísta! ¿Sales? Dijiste que no ibas a salir.

-Me llamó por teléfono...

-¿Quién...?

-Este... un amigo.

(¿Por qué cierto oscuro instinto le impulsó a mentir?)

-¿Negocios?

-Sí, es un escribano.

-Maneja con cuidado. Se alejó llevando a la niña, y tratando de sacar un «mamá» de su boquita riente. En la oficina de Raúl, fue invitado a sentarse. Tomó asiento.

-¿Un café?

-No lo tomo hace años. No ande con rodeos, Raúl. ¿Qué pasa?

-Es mamá.

-Está muy enferma, ¿verdad?

Raúl asintió, serio, el rostro endurecido.

-Su amigo el médico.

-Sí, me llamó.

-¿No debería llamarme a mí?

-Él tiene sus razones. Entre ellas, nuestra vieja amistad. Además, consideró su edad.

  —109→   

-Entonces son malas noticias.

-Mamá está muy enferma.

-¿Qué es muy enferma?

-Tiene seis meses de vida o nueve a lo sumo. Está minada, sin remisión posible. La cuestión es... ¿se lo decimos?

-¡No! -negó terminante don Miguel-. Y la cuestión no es si le decimos o no, sino... ¿qué hacemos?

-Está bien, don Miguel... ¿qué hacemos?

-Primero -dijo don Miguel con un gran suspiro- déjeme asimilar la noticia.

Se hundió aún más en el sillón, como si un peso proveniente de las alturas lo apretara por los hombros. Cerró los puños con rebelión que sentía floja y sin sentido. De la comedia pasamos al grotesco -se dijo- y ahora viene el drama. Solo que esto no es un escenario, sino la vida, nuestra vida, que titila como la llama de una vela agonizante. Raúl respetó el silencio del pobre viejo, y hasta cuando sonó el teléfono descolgó el tubo y lo dejó sobre la mesa. Don Miguel respiró hondo.

-¿Qué hacemos? -dijo.

-Dígamelo usted, don Miguel.

-Hacerla lo más feliz posible... incluye a la niña -dijo Raúl.

-Ahí entra usted, Raúl. Usted es amigo de la jueza. Ruegue, implore. Llévela a la cama si es necesario.

-Pero una adopción en estas circunstancias...

-No se trata de adopción, sino de tiempo. De tiempo lleno de mentiras piadosas. Poco tiempo y muchas mentiras -rió con tristeza- me parecen una síntesis muy repetida en la vida humana.

-Trataré de hacer algo. ¿Y usted, don Miguel?

Don Miguel sonrió con todo el peso de la tristeza del mundo en la sonrisa.

-Ya tengo experiencia en esposas agonizantes -dijo, y se marchó.

Al llegar a su casa, le salió al encuentro Sara.

-¿Buenos negocios?

-Así es.

-Debes tener cuidado. Los escribanos enredan mucho las cosas. Dame tu saco. Hum... ¿puedo pedirte algo?

-¿De qué se trata?

-¿No podríamos emplear una niñera? Últimamente me siento muy   —110→   cansada. ¿Para qué habré ido al médico? Desde que empecé a tomar ese montón de pastillas, me siento mal. Así son los médicos. ¿Sabes? Su negocio no es curarte, sino mantenerte enfermo. Anota eso.

-Tomo nota.

-Está listo el almuerzo. Vas a comer solo. Hasta el apetito me sacaron esas pastillas.

 




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