Capítulo XXVIII
-Tengo que hacerte un reproche, mujer -dijo José Márquez.
-¿Hice algo malo? -preguntó Gloria Samudio de Márquez, alzando los ojos hasta la estatura del marido.
-Anoche, durante mi ausencia. Me enteré esta mañana, por mi madre, apenas llegué del establecimiento.
-Tu madre permaneció todo el día en su cuarto, como de costumbre. Le llevé el desayuno, el almuerzo y la cena. ¿Se quejó? Te pido perdón si estuve en falta.
-No fue con ella. Fue con los niños.
-Hicieron sus tareas escolares, se bañaron, cenaron, se cepillaron los dientes...
-¡...y vieron televisión!
-Sólo fue el noticioso, marido.
-Sea lo que sea, mujer. Ya sabes mi criterio. En ese aparato maligno habita el demonio.
-De acuerdo, de acuerdo. Pero... ¿para qué lo tenemos en casa?
-Para ver YO los noticiosos. Además, sabes que el aparato está ahí sólo por la casetera.
-Comprendo, José. No volverá a suceder.
Se preguntó a sí misma la mujer cuántas miles de veces había venido diciendo que no volverá a suceder desde que se casó. Una rebelión que era como una semilla enferma en su alma, que apenas sobrevivía, jamás alcanzaría el gesto ni a la palabra. Moría una y otra vez cuando decía que «no volverá a suceder», y volvía a morir cuando se instalaba con su marido y los tres niños frente al televisor, y el vídeo pasaba los encendidos sermones de aquel maldito orador sagrado que amenazaba con los fuegos del infierno a quien no viviera pendiente de Nuestro Señor —114→ Jesucristo. Ella los escuchaba y se preguntaba una y otra vez cuándo vería un desfile de modelos, y sintiendo una enorme lástima por la cara de animalitos asustados de los niños.
-Con respecto a la niña... -José la rescató de su ensimismamiento.
-¿Sí...?
-Esta mañana he elevado una queja al presidente de la Corte Suprema de Justicia. Contra la señora Jueza.
-¿Queja? ¿Por qué?
-Para ella es letra muerta eso de justicia pronta y barata. Dilata innecesariamente la cuestión, revelando con ella una absoluta falta de solidaridad y de caridad humanas, permitiendo que la niña viva con esa pareja senil, incapaz de guiarla desde su más tierna infancia. ¿Qué te parece?
-No sé si has hecho bien...
-Medité y oré antes de hacerlo, y Dios dijo que sí.
-Pero... marido. Puedes predisponerla contra nosotros.
-No. Será objeto de una llamada de atención de sus jefes y aprenderá a ser humilde... y justa. Es lo que le conviene. Y no te aflijas. Esa niña vendrá acá. No se trata de la decisión de una jueza, sino de la voluntad de Dios.
Querría saber -se dijo Gloria- cuándo y cómo su austero esposo se comunicaba con Dios, y de qué modo Dios le revelaba SU voluntad. Pero, en ese orden de cosas, su palabra era ley. Esa niña vendrá acá, había dicho. ¿Quería tener ella a la niña?
-Dios mío, no -dijo para sí-, y bien sabes, Dios, que no es por falta de amor en mi corazón. Es por amor que no quiero tenerla, porque estará condenada a no tener infancia, como mis hijos. Pero sea tu voluntad, Señor.
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