Capítulo XXXI
Raúl pidió un Campari con limón y agua mineral con gas. Don Miguel un vermouth e Irene una copa de vino blanco, dulce.
No era la misma confitería ni la misma mesa ni el mismo mozo. Era el oscuro rincón de un restaurant a las cinco de la tarde, desierto a esa hora.
-Esto que estoy haciendo -dijo la jueza en tono solemne- es algo irregular... -se sonrojó al mirar a Raúl.
Estuvieron en la cama -le dictó su vieja experiencia a don Miguel, pero conservó el rostro inexpresivo.
-Lo sé, doctora. Y le agradecemos mucho.
-La cuestión de la adopción fue descartada desde el principio -continuó la jueza-. Podría ir postergándola hasta... -vaciló.
-Hasta que mamá muera -completó Raúl con voz neutra.
-Así es -confirmó Irene.
-Ésa era la idea, también bastante irregular desde el punto de vista legal y jurídico, hasta el punto de que esta mañana recibí una reprimenda del presidente de la Corte.
-Lo siento... -empezó a decir Raúl.
-Déjame terminar -le cortó la jueza-. Hay dos matrimonios interesados, y con iguales posibilidades. La cuestión que me plantea un caso de conciencia es cuál de los matrimonios sera suficientemente solidario como para...
-Recibirla en adopción, y esperar a que mi madre fallezca, o esté en condiciones de que ya no pueda tener conciencia de que la niña se le va...
-Yo hablaría con uno de los matrimonios -dijo don Miguel apelando a su caridad.
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-Y yo con el otro, haciendo lo mismo.
-No harán nada de eso. Van a involucrar a un juez en un acuerdo extrajudicial.
-Así como lo dice suena tremendo -opinó don Miguel.
-Es tremendo para mi carrera, señor.
-Entonces... ¿a qué se reduce la cuestión?
-Diré mi opinión -dijo la jueza-. Debemos recurrir al instinto, a nuestro conocimiento de la naturaleza humana. Y determinar cuál de los padres adoptivos consentirá en esperar lo... en esperar para llevarse al bebé. O seré más clara. Cuál de los dos matrimonios esperará DESPUÉS de que yo haya decidido la tenencia del bebé a favor de él, para llevarse al bebé.
-Yo los conozco apenas de vista -dijo Raúl.
-Yo he dialogado con los dos. Y tengo una idea de cómo son. Pero antes repito que he recibido una reprimenda. Ya no puedo esperar en mi decisión.
-¿Qué opinión te merecen? -preguntó Raúl.
Irene rió. Estaba entrando en el conflicto de averiguar qué padres le convenía más a la beba, que bien podrían no ser qué padres le convenían más a la anciana.
-¿Puedo hacer un resumen? -preguntó-, porque se trata de saber en qué hogar está instalada la solidaridad que necesita tu madre, Raúl. Tengo el matrimonio de José Márquez y Gloria Samudio de Márquez. El hombre se muestra extremadamente religioso, muy creyente.
-Eso facilita las cosas -dijo Raúl.
-No tanto -respondió don Miguel-, ser muy religioso o muy creyente no significa caritativo. Existe en el ejercicio formal de la fe un elemento superficial que...
-¿Me deja continuar? -requirió impaciente Irene.
-Perdón -dijo don Miguel.
-El hombre es muy creyente, pero para mi gusto muy dominante. Tiene una esposa que parece su sombra. Esa postura de la mujer suele ser consecuencia de un esposo demasiado rígido según creo.
-¿Adónde quieres llegar, Irene?
-Que los hombres muy rígidos se guían por principios, pero no por sentimientos.
-Pero si es creyente -opinó don Miguel- la caridad es un principio.
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-Desiento -replicó Raúl-. La caridad es independencia del sentimiento religioso. Conozco filántropos que son ateos. No se puede suponer que un hombre, sólo por ser un beato, perdón, un creyente, sea caritativo.
-Además... está la esposa -agregó Irene.
-Tienes la idea fija de la esposa -dijo Raúl.
-No termino de convencerme de que sea una mujer feliz.
-...y si no hace la felicidad de la esposa... ¿cómo irá a hacer la felicidad de una extraña? -concluyó don Miguel.
-Se trata de una extraña moribunda -expresó Raúl-. ¿No introduce eso un elemento que empuja a la caridad?
-Un creyente un poquito fanático se inclina a creer que la muerte es la voluntad del Creador, y que ningún ser humano debe interferir en el proceso... y menos con una mentira -opinó Irene.
-¿Y el otro matrimonio? -inquirió don Miguel.
-Romualdo Ortiz y Dina Salcedo de Ortiz. Un matrimonio corriente, vulgar si se quiere. Burgueses acomodados en cierto sentido. Ella tiene una cultura mediana, él es agrimensor. Debe ser un hombre traumado -dijo Irene.
-¿Traumado, Irene?
-Es estéril. Ustedes son hombres. ¿Cómo incide la esterilidad en la personalidad de un hombre joven?
-¿Puedo opinar? -preguntó don Miguel.
-Adelante, señor.
-Depende del hombre, doctora. Algunos tienen una exagerada opinión de la masculinidad, y la esterilidad es una mengua, una vergüenza. Ocurre que síquicamente, cuando un hombre posee a una mujer y sabe que no la fecundará, su satisfacción tiene un sedimento de fracaso. De ahí puede venir un sentimiento de frustración que cierre el paso a la generosidad.
-Valiosa lección, don Miguel -lo halagó Irene.
-Quisiera decir algo al respecto -dijo Raúl-. Consideremos que el hombre machista resiente como algo humillante la esterilidad, y hasta lo emparenta con la impotencia, haciendo aún más amargo su cáliz. Caramba, qué lenguaje literario estoy usando.
-Sigue, sigue -urgió Irene.
-La palabra es «asumido» -dijo Raúl-. Un homosexual asumido, es decir, que practica su... debilidad sin vergüenza no es un hombre traumado. Este hombre... ¿cómo se llama?