En la cercanía se puede escuchar un par de personas hablando enérgicamente; una mujer joven y un hombre adulto más viejo.
Aparte de nosotros son los únicos clientes en aquella cafetería. Por la ventana se puede observar su calle favorita de la ciudad transitada con personas, autos y constantemente por la ruta troncal. Siempre llena de vida. Sin mencionar las casas grandes y antiguas que tanto le gustan.
Estar ahí le trae recuerdos de cuando vivía en esa zona, pues lo ha mencionado las apenas contadas veces que hemos pasado por ahí. Yo me pregunto si le traerá otro tipo de recuerdos, como a mí cuando observo los atardeceres de otoño e invierno, a veces con una luz tipo rojizo-anaranjado que hace que el cielo se pinte de otro color distinto del que estamos acostumbrados a ver día tras día. Sin olvidar mencionar el viendo gélido o fresco que acaricia mis mejillas, que me lleva a otra época de mi vida; otras situaciones, otras personas, emociones y sentimientos múltiples. Aquella sensación podría asemejarse a la alegría de sentirse triste. ¿Seré yo la única que sienta eso o él también lo siente al ver esa calle?, sea como sea, ahora formaré parte de sus recuerdos por haber caminado por aquella calle con él y él de los míos por haber caminado en aquél atardecer fresco conmigo (¿ves que de nuevo coincidimos?). Aunque es un detalle del que yo únicamente estoy consciente. Pero no es cualquier coincidencia. Yo diría que es hermosa. No todos tienen ese tipo de coincidencia todo el tiempo, pues es especial, intangible e invisible a los ojos; de las que no con cualquier persona te das cuenta. Tienes que escudriñar un poco en tus emociones o sólo ser muy observador; sin embargo me di cuenta rápidamente. ¿La sensibilidad habrá vuelto a mi después de tantos años?, ¿me hiciste recordarla? O tal vez, ¿será otra coincidencia?
“¿Están listos para ordenar?” pregunta la mesera por segunda vez.
“Otra coincidencia, por favor” Pienso. “Dos pays de queso y dos moca frappé, por favor” finalmente digo. Mientras la mesera toma la orden y se retira a elaborar los bocadillos yo me preparo mentalmente para darle las hojas que contienen escrito un par de cuentos que escribí en mis tiempos de preparatoria. No pensé que fuese tan difícil, no obstante al final de cuentas es como un pedazo de mí; una parte de mi diferente, discreta, desconocida y hasta cursi que no muestro normalmente; una forma de desahogarme de todo lo que llego a sentir y percibir.
Le hago unas cuantas advertencias antes de dárselos y él lo toma a diversión, pues se ríe. Siento que se me sube la temperatura por dentro al pensar en lo que él está a punto de leer y lo nota diciéndome que no me ponga roja. Obviamente eso hace que me sonroje más e intento ocultar mi cara tras las hojas. No me atrevo a mirarlo. Al descubrirme un poco veo en sus ojos un toque de ternura, de que todo estará bien. Eso me tranquiliza un poco. “¿Qué tienes?”, me pregunta con un tono risueño mirándome con sus grandes ojos, con los que me gusta toparme hace un tiempo en la lejanía; con los que me dicen todo sin decirme nada. Seguido de eso toma mi dedo pulgar y lo mueve a los lados un par de veces, el cual tengo cubierto con la manga de mi blusa. Hubiera deseado tenerlo despejado para sentir al menos por unos segundos el roce de su piel. “Nada” le contesto tímidamente, tratando de esconder lo que siento de su mirar.
La mesera termina de traer las órdenes de ambos (las primeras coincidencias, según él) y finalmente, aunque dudando, le entrego las hojas que se encuentran dobladas por la mitad. Él las recibe con alegría. Le da un bocado a su rebanada de pay y se aventura a leer.
Le doy unos sorbos al frappé y pruebo el pay, el cual está delicioso. No puedo evitar sentirme intranquila y evitar mirarlo de reojo. Miro por la ventana siguiendo el camino que hacen los autos por la calle, trato de escuchar la conversación de la pareja sentada en la otra mesa; observo a la mesera en el mostrador, pero nada evita que me sienta así. “Solo queda rendirse y esperar lo que pase” pienso. Por fin adapto una posición cómoda en el sillón y me relajo un poco. Dirijo mis ojos a un costado, donde él se encuentra. Logro ver su perfil descubierto. Ese perfil que no logro ver libremente en otro lugar. Ahora el tenerlo tan cerca me da libertad de admirarlo sin que estructuras u otras personas se interpongan. Parece que cuando lo veo algo me consume y tiembla por dentro. Respiro lenta y pausadamente; sin embargo puedo sentir mi corazón volcar tras mi pecho.
Ver su mirada concentrada en el escrito me transmite cierta tranquilidad y madurez. Bajo la mirada un poco a la altura de las hojas que sostiene firmemente y descubro por primera vez sus manos, fuertes y masculinas. Nunca me había fijado en ellas, pero anteriormente me había preguntado cómo eran y cómo se sentiría tocarlas detenidamente desde la primera vez que salimos. Estábamos en una banca de un parque que está sobre su calle favorita, uno al lado del otro. Me tocó la mano por un momento al querer confirmarme que sus manos siempre se sienten frías. Y aunque fueron unos segundos, pude sentir con atención cada uno de los detalles de su mano, excepto la temperatura de esta.
De vez en cuando le da un trago al frappé que tiene sobre la mesita frente a él y le da la vuelta a las hojas unidas por una grapa. Carraspea suavemente pero sin despegar la mirada de la lectura, como si mirar a otro lado hiciera que las hojas desaparecieran de su vista.
Casi al final, puedo ver una leve sonrisa de perfil en sus labios, mientras yo lo veo tímida y rápidamente de reojo sin que se dé cuenta.
#6281 en Novela romántica
#2823 en Otros
#773 en Relatos cortos
romance joven, historia de joven adulto, historia de amor real
Editado: 23.10.2024