Ese día decidimos ir a pasear por su zona favorita de la ciudad. Era una tarde fresca con un poco de viento, de esos que apenas te despeinan los cabellos. Por el horizonte se podía ver el atardecer, un tanto rojizo con algunas nubes cubriendo el sol y ayudando a la oscuridad a su paso.
Caminábamos uno al lado del otro. A lo lejos se podía ver una quinceañera acompañada de sus familiares y amigos para tomarse alguna sesión de fotos.
Cuando decidimos cruzar al otro lado de su calle favorita, nos dirigimos a otro parque al que suelen ir personas a ejercitarse, familias y parejas (sobre todo a esa hora del día). Mi nerviosismo aumentaba al ver a estas últimas por alguna razón. Me preguntaba si podía llegar a estar de aquella manera con él, uniendo nuestro caminar con las manos; sin embargo resultaba un poco incómodo, al menos para mí. Sabíamos lo que sentíamos pero no habíamos llegado a ese punto aún, lo cual no me apuraba, pero sentía cierta inquietud.
“Ahora tú vas a guiarnos” escuché que me dijo.
“¿Yo?” dije rápidamente. No me gustaba exactamente guiar, puesto que no me gusta si no tengo un objetivo de a dónde ir. Pero me daba la sensación de que podía sacar algo bueno de aquello. “Está bien” acepté finalmente.
Seguí un camino recto por toda la acera. Al lado izquierdo se encontraba su calle favorita, transitada como siempre con muchos vehículos y la ruta troncal; mientras que al lado derecho, uno se podría adentrar más en el parque lleno en su mayoría de árboles muy altos. Había gente sentada en algunas bancas y algunas familias jugando o paseando sobre el césped. Al mantener algunos minutos esa dirección, pude divisar más adelante un quiosco, el cual sería perfecto para hablar y apreciar el parque desde un poco más de altura. Para llegar hasta ahí, conservamos por unos momentos más el camino recto y giramos a la derecha en dirección a un puentecito que estaba sobre al parecer una pequeña alberca sin agua; le comenté que quería cruzarlo porque me gustaban ese tipo de puentes y a él le dio algo de gracia. Tal vez pensó que era algo infantil elegir ese camino con el puente en vez de elegir el recto que daba directamente al quiosco.
Al llegar al quisco, primero subimos unas cuantas escaleras. Arriba había una pareja jugando con un niño; era bastante amplio el lugar, pero en general, el piso se encontraba algo sucio; se notaba que era el lugar de alojamiento de muchas palomas. Nos adentramos más y nos quedamos parados de tal manera que podíamos apreciar su calle favorita. Platicamos un poco y a lo lejos llegaba la música de algunos bares que abrían a esas horas. Por suerte, no era música que resultara desagradable para ambos.
De pronto sentí un sentimiento de querer abrazarlo. No sé si llamarlo impulso o necesidad, pero quería abrazarlo. Había sentido algo igual la última vez que me dejó en mi casa; pero ahora no quería un abrazo de despedida. Quería un abrazo de esos que te dan calor en invierno, con los que te sientes protegida y que te hacen olvidar que el mundo a tu alrededor existe. Quería saber si con él podía sentir algo así.
Estábamos a punto de irnos.
“¿Puedo pedirte algo?” le pregunté. Fue la parte sencilla y con la que se me hizo fácil empezar. Lo otro no me salió tan fácilmente, ya que las palabras no salían de mi boca.
Él se me quedó mirando, “¿qué es?” respondió. Y al no contestarle rápidamente se notó algo impaciente y ansioso por saber qué era lo que le iba a pedir. ¿Pero qué más te podría pedir alguien como yo, sino un abrazo?
Esperé a que una familia que pasaba por ahí (algo ruidosa), se alejara un poco. Quería que fuera un momento sin nadie alrededor. Solo nosotros dos, arriba de ese quiosco. Me tomó más de lo pensado pedírselo. Dentro de mi cabeza le daba varias vueltas al asunto. Pero ya se lo había pedido, tenía que terminar por decírselo.
Podía verlo que se estaba riendo de mi lentitud y torpeza. Finalmente se lo solté, “un abrazo”.
Una pequeña risa brotó de su boca y se acercó a mí con los brazos abiertos. “¡Qué bobita!” exclamó con ternura y me abrazó. Con un abrazo que supero mis expectativas totalmente: pude sentir como si algo hubiera embonado al momento de estar rodeado por nuestros brazos, como una pieza de rompecabezas que encaja con otra. No sé si fue porque tenía frío, pero sentía la calidez de su cuerpo como una cobija que me cubría por completo. Su respiración, que podía sentir tras mi pecho, me daba tranquilidad y me hacían sentir viva; inconscientemente buscaba sincronizarme con ella, pero mi corazón estaba haciendo de las suyas, latiendo con mucha fuerza y haciéndome sentir más nerviosa. Sin embargo, mi cabeza recostada en su hombro me transmitía seguridad y confort.
Sin duda alguna no olvidaré ese abrazo. El primer abrazo.
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Editado: 23.10.2024