Amor de lejos

Retrato #3 (Llovizna)

Tal vez era tiempo de hablar de algo más ese día.

Durante esa semana recibí una grata sorpresa, ¡un montón de rosas! Si contará la cantidad que me han dado de flores en mi vida, no se asemejaría y ni siquiera llegaría a la mitad de rosas que recibí esa vez. Estaban acomodadas en una cajita negra de cartón que tenía alrededor un listón entre blanco y transparente que se unía en un moño sencillo pero bonito; en su interior estaban las rosas organizadas en la forma cuadrada de la caja y en el centro tenía una rosa pintada de dorado. No esperaba nada aquella noche del 14 de febrero.

Yo no esperaba nada en realidad. Estaba dejando que todo fluyera con naturalidad y que se dieran las cosas poco a poco, a como mi corazón y mente me las pidieran. Sin embargo, no quería ilusionarme o algo parecido, ¿qué tal que si yo sentía más que él? ¿y sí estos escritos nada más quedaban como recuerdos dolorosos que en algún momento fueron recuerdos memorables? ¿O sí estaba siendo tan buena y tonta como siempre? Mas era hora de parar de pensar de más por un momento y sólo hacerlo; dejar todo fluir o ir al grano como era más sencillo llamarlo en esta ocasión. Yo no soy dada a iniciar este tipo de conversaciones y más por ser algo torpe. Sólo esperaba que él me entendiera esa noche.

Era una noche fresca. Se podía percibir y oler la humedad en el ambiente pues estaba nublado como queriendo llover. Estábamos sentados los dos frente a frente en una pequeña mesa en una cafetería igual de pequeña. Mientras la comida llegaba, empecé a hablarle sobre ir más allá de cómo estábamos en ese momento, tomar el siguiente paso. Como era mi primera vez tratando de hablar sobre esas cosas en general, no me salió muy bien y sólo me confundía yo misma, confundiéndole más a él. Al final me logró entender, pero hubo algo que tenía que decirme antes de profundizar más sobre lo que le había dicho. Muchas dudas pasaban por mi mente que hasta se me quito el hambre por un momento. “¿Es como una advertencia?” le pregunté. Él contesto afirmativamente. En ese momento me asusté y me entraron los nervios, ¿qué tal que si era algo malo sobre mí? Quise incitarlo a que me dijera más, pero quiso esperar a que estuviéramos solos en otro lugar. No quedó más que terminar de comer en silencio y con las ansias de querer saber aquella advertencia.

Hablamos sobre la advertencia a un lado de mi casa. Estaban cayendo pequeñas gotitas de agua que apenas mojaban sus lentes y los vidrios de su carro. Según como fuera su advertencia, el ambiente combinaba con aquello: hacer las cosas más tristes o hacer que la lluvia fuera elemento notable de un recuerdo.

No sé si más adelante aquella advertencia que me dijo ese día será algo importante de un capítulo de la vida. Sin embargo, me prometí a mi misma que le daría mi apoyo; sea como sea. Me dio la sensación de haber encontrado uno de los propósitos de vida que le había pedido tiempo atrás (y recientemente) a Dios. ¿Para qué serviré en esta vida, cuál es mi misión? Como siempre quise ayudar a los demás, me preguntó si ayudarlo en sus momentos de tristeza con mis escritos, le ayudará a salir adelante o al menos a sentirse mejor.

“Cuando te sientas triste te escribiré algo para que te sientas mejor”, le dije con algo de pena, desde lo más sincero de mi corazón. Una persona que te hace sacar algo de ti que habías olvidado lo merece, ¿no? Después de hablarlo me quedé de cierta manera más tranquila, aunque todo lo que le había dicho en la cafetería se quedara en el aire; pero eso no importaba mientras los dos estuviéramos bien.

“¿Por qué no me abrazas? Si estás en tu derecho” Me comentó después. “No estoy en mi derecho, no puedo cruzar la línea” le contesté, mientras miraba una línea que separaba dos lados de la banqueta. Siempre he sido muy respetuosa con los papales que tengo. Si hiciera eso con cualquiera, no sería yo (además de que no quería encariñarme demasiado si algo sucediera).

De repente se puso frente a mí y me soltó como si fuera lo más natural del mundo “¿quieres ser mi novia?” Me quedé mirando sus ojos negros que reflejaban la luz que venía del otro lado de la calle; me pareció que transcurrió el tiempo lento mientras trataba de asimilar su pregunta, una pregunta que estaba esperando, pero no en ese momento dado las cosas que pasaron aquel día. Asentí con la cabeza y luego le di un sí.

De un momento para otro sentí la sombra de su cuerpo sobre el mío por su acercamiento y un segundo después nuestros labios se unieron por primera vez aquella noche.




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