ra un día con mucho viento. Fuimos a un parque al que yo sólo había ido una vez, no hace menos de un año. Me dijo que quería ir a este parque conmigo; no pregunté la razón y solo dejé que me llevara.
Esa tarde estaba lleno de grupos de niños que venían con sus padres o con un grupo en particular. Los grupos estaban dispersos por todos los rincones del parque y se concentraba más en las zonas donde había juegos, así que se sentía un ambiente animado. Sin embargo, sentía un aura de nostalgia alrededor de él por alguna razón. Con solo ver su mirada de reojo y su manera de caminar, lo notaba. El viento no hacía más que traer recuerdos de otro tiempo. No sólo de él como yo lo imaginaba, también de mí.
Pasamos un rato caminando uno al lado del otro. Era la primera vez que salíamos como novios. En momentos sólo pensaba en querer tomar su mano y traerlo de vuelta de aquella serie de recuerdos que cruzaban por su mente, al ver el escenario que tenía en frente. Por alguna razón no me atreví y lo dejé ahí. Con solo acompañarlo era suficiente y supuse que también lo era para él.
En el camino nos topamos con una serie de aparatos de ejercicio; como soy de las personas que les gusta subirse a juegos (o aparatos en este caso) como niños, no me resistí y decidí probar algunos. Él solo me veía desde la lejanía sonriendo con gracia y después de un rato también se animó a subirse a alguno. Seguimos caminando después de un rato hasta llegar al punto más alto del parque. Se podía divisar este en toda su extensión; las personas, los grandes árboles sin hojas, las grandes rocas, los puentes, el pasto seco, el vecindario y un tanto más allá. La luz era de un atardecer de aquellos que me traen recuerdos y el viento lo remarcaba aún más.
Nos sentamos en una banca donde la vista era buena, uno al lado del otro. El viento movía su cabello con suavidad y su mirada nostálgica se clavaba en alguna parte específica del parque. No podía despegar mis ojos de esa vista magnífica y emblemática de su perfil, que ahora lo tenía tan cerca. Aquella luz crepuscular sólo hacía que su retrato se guardara más en mí.
-Antes aquí jugaba con mi hermano y mis amigos- Empezó a decir. Miré hacia al frente inmediatamente para que no se diera cuenta que lo estaba mirando- Cerca de esa gran piedra – Señaló una de las piedras grandes que se encontraban abajo junto a otras rocas de igual tamaño. No supe distinguir cuál era con claridad después de mi distracción, así que sólo asentí. – También había un árbol grande, a ver si todavía está. - Continuó diciendo mientras su mirada encontraba el árbol.
-Hay muchos árboles grandes- comenté- y viejos. Y muchos rastros de que otros fueron talados.
-Creo que es ese- Señaló uno de los árboles más grandes y viejos que se veían. Me alegré un poco al ver que el árbol que señalaba se encontraba aún ahí. Me preguntaba cómo sería capaz de recordar tantos detalles del parque y que el árbol permaneciera ahí después de una gran helada unos años atrás.
Pasamos otro rato en el parque hasta que no hubo rastro más del sol. Incluso el viento que había estado persistente ese día había desaparecido; como su deseo de volver después de tanto tiempo.
La noche estaba ya sobre nosotros. De nuevo nos dirigíamos a su calle favorita en donde la cafetería de la primera vez se encontraba. El viento trajo consigo un fresco que me hacía temblar de frio, pero lo reconfortante era toparme con su calor cuando me abrazaba o solo tomaba su mano.
Aquella noche éramos los únicos clientes. No veníamos desde que leyó los cuentos y a pesar de apenas haber pasado dos semanas se sentía como si hubiera pasado más tiempo. Nos sentamos en el mismo lugar de la vez anterior con la diferencia de que ahora estábamos uno al lado del otro, con la excusa de que tenía frio (la cual era verdad). Era la primera vez que estábamos tan cerca que podía sentir mis mejillas calientes y un poco de familiaridad en todo. Sólo no quería que se acabara ese día, pero el tiempo se fue como la brisa que levantó levemente su cabello.
Por la ventana se podía ver todo oscuro, solo se lograban visualizar las luces de los carros que pasaban rápidamente y una que otra persona caminando con o sin prisa.
Ordenamos unas bebidas calientes y una rebanada de pastel de chocolate. Ni siquiera el dulce de los bocadillos se comparó a ese instante junto a él.
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Editado: 23.10.2024