—¡Alessia! Baja a desayunar —escucho los gritos—. ¡ALESSIA! Por última vez, levántate ahora mismo o iré por ti y te traeré de las greñas.
Despierto un poco desorientada por los gritos y miro a mi alrededor. Me siento perdida. ¿Qué es este lugar? ¿Cómo llegué aquí? Recuerdo estar en un auto con mi esposo, camino a mi firma de libros. Recuerdo que nos detuvimos al lado de la carretera... y que un camión venía hacia nosotros y...
—¡¡Alessia!! Ya es hora de que... —La misma señora que me llamaba hace un momento entra en la habitación—. ¿Por qué estás llorando? ¡¡Armando, ven acá y ayúdame, que tu hija está llorando!!
—¿H-hija? —pregunto entre sollozos. ¿Cómo que hija? Mis padres murieron hace cuatro años en un incendio—. Y-yo no tengo padres... M-mis padres murieron en un incendio hace cuatro años —digo con la voz entrecortada.
—¡¿Cómo que no tienes padres?! ¡¿Qué crees que somos nosotros?! ¿Acaso estamos pintados en la pared, niña? —grita la mujer.
—Ya, mujer, basta. La estás asustando. ¿No ves en su cara que tiene miedo? —interviene un hombre al entrar a la habitación.
—Soy su madre. ¿Cómo es posible que me tenga miedo? —responde ella, indignada.
—Sabes que no es eso. Tal vez el golpe de ayer le ocasionó alguna contusión.
¿Golpe?
—Ve abajo, yo hablaré con ella. Tú termina de preparar el desayuno. En un momento bajaremos —dice el hombre, colocando sus manos sobre los hombros de la mujer.
Ella sale de la habitación, dejándome a solas con el que parece ser su esposo. Aun así, no logro entender lo que está sucediendo. Se supone que un camión nos había arrollado... No solo a mí, mi esposo también estaba en el accidente. Entonces, ¿qué sucede? ¿Dónde estoy? ¿Qué pasó con mi esposo? ¿Qué es este lugar?
—¿Estás mejor? —escucho la voz del hombre cuando mi llanto cesa. Hago un leve movimiento afirmativo con la cabeza porque sé que, si hablo, volveré a llorar—. ¿Te sientes mal, ratoncita? ¿Quieres que tu madre y yo te llevemos al hospital?
Lo miro con los ojos aún llenos de lágrimas. ¿Madre?
—No entiendo qué está sucediendo... —murmuro—. ¿Quiénes son ustedes? ¿Qué hago aquí? ¡¿Dónde está mi esposo?!
Me levanto de golpe, agitada por lo que ocurre a mi alrededor. No entiendo nada. Tengo miedo.
Corro hacia la puerta por donde salió mi supuesta madre y me dirijo a lo que parecen unas escaleras. No comprendo esto.
—Así que ahí estás, pequeña ratona —dice un chico que está en el piso de abajo, justo enfrente de las escaleras—. Tu madre me dijo que no te sentías bien. Pensaba subir a verte.
Es de mi estatura, aproximadamente un metro setenta, con ojos verdes, nariz pecosa, labios pequeños y rosados, y un cabello tan negro como el carbón...
Me quedo inmóvil. Siento que todo da vueltas. Todo a mi alrededor se vuelve negro.
•••••••••••••••••••
Abro los ojos lentamente al sentir un intenso dolor de cabeza. Lo primero que enfoco es un techo completamente blanco. Giro la mirada hacia mi izquierda y veo un suero con una intravenosa.
¿Un hospital?
¿Todo fue un sueño?
Lentamente, una sonrisa se dibuja en mi rostro. Tal vez mi esposo no ha muerto. Tal vez el accidente nunca ocurrió. Quizás solo estaba teniendo una pesadilla.
—¿Ya está despierta? —escucho la voz de una muchacha, aparentemente una enfermera—. Llamaré al doctor para que la revise.
Mi vista sigue un poco borrosa, así que no logro verla bien.
Minutos después, un hombre mayor entra en la habitación. Es un poco bajo, algo robusto, con barba blanca y canas. Si no llevara una bata blanca que lo identificara como doctor, fácilmente podría pasar por el doble de Santa Claus.
—Hola. Tú eres... McCain, ¿cierto? Alessia McCain —asiento con la cabeza—. Perfecto. Me informaron que ayer tuviste un accidente en el que golpeaste tu cabeza. ¿Es así? —vuelvo a afirmar—. ¿Podrías contarme qué sucedió antes del golpe? No te preocupes, no tienes que esforzarte demasiado. Solo dime lo que recuerdes.
—Un accidente automovilístico —murmuro—. Estaba con mi esposo, detenidos al lado de una carretera poco transitada. Un camión... no pudo frenar y chocó con nosotros —digo en un susurro, bajando la cabeza para contener mis ganas de llorar.
—Ya veo... —El doctor anota algo en su libreta.
Antes de que pueda decir algo más, se oyen gritos en el pasillo.
De repente, la puerta se abre de golpe, revelando al mismo chico guapo que vi antes de bajar las escaleras. Se acerca apresurado, me toma la mano y la besa repetidamente.
—¡Oh, por Dios! ¿Cómo estás? ¿Te acuerdas de mí? —pregunta, mientras acaricia mi rostro, como si buscara alguna herida.
—No... Lo siento, no sé quién eres —pronuncio suavemente.
—Disculpe, señor, pero aún estoy en medio de la revisión de la señorita. Por favor, salga de la habitación —dice el doctor con firmeza.
La enfermera lo saca y vuelve a entrar.
—La enfermera tomará su presión y verificará que se encuentre en buen estado —informa el doctor antes de salir momentáneamente, dejándome sola con ella.
Minutos después, el doctor regresa acompañado de otra persona.
—Le haremos una tomografía computarizada de cráneo, TC —me informa—. Luego de eso, podrá irse a casa.
•••
Tal como dijo el doctor, me hicieron varios estudios en la cabeza y luego me llevaron a su oficina.
—Puede irse a casa. Recuerde descansar correctamente, evitar el estrés y mantenerse alejada de cualquier situación que pueda afectarla negativamente.
Esas fueron las recomendaciones del doctor antes de darme el alta.