Al salir de la oficina del doctor me di cuenta de que mis supuestos padres se encontraban en la sala de espera hablando con la enfermera que me estaba atendiendo hace unos minutos, así que me camuflé Al salir de la oficina del doctor, me di cuenta de que mis supuestos padres se encontraban en la sala de espera, hablando con la enfermera que me había atendido hace unos minutos. Me camuflé entre un tumulto de gente que se encontraba reunida y fingí hacerle preguntas a las enfermeras que estaban informando a esas personas.
Segundos después, la enfermera que me atendió llevó a los señores hacia otra parte del hospital, por lo que aproveché la oportunidad para seguir con mi plan de escapar. No sé dónde estoy ni quiénes son esas personas que dicen ser mis padres. Además, ¿quién es ese chico escandaloso?
Cuando estaba a punto de salir del hospital, el mismo chico me interceptó. Puso un brazo sobre mis hombros y susurró:
—Camina lentamente y no mires atrás.
Lo dijo con la cabeza agachada y un sombrero cubriéndole el rostro.
Caminamos despacio hasta lograr salir del establecimiento. Estaba segura de que lo último que hacíamos era pasar desapercibidos, pero aun así, él siguió con su brazo sobre mis hombros. Después de caminar un buen rato y alejarnos lo suficiente del hospital, nos detuvimos en una de las bancas de un parque.
—Ahora sí, dime qué sucede contigo —dijo mientras me obligaba a sentarme—. ¿Cómo es posible que no te acuerdes de mí? Soy tu mejor amigo, Asahi. ¿Recuerdas?
Me habló suavemente, con una mueca de tristeza en el rostro. No sabía quién era, pero no quería que se sintiera mal. Solo pensar en marcharme y dejarlo solo me provocaba una sensación de vacío en el estómago.
—Yo… realmente lo siento, pero no recuerdo qué sucedió antes del golpe —fue lo único que pude decir.
Algo dentro de mí me decía que podía confiar en él y contarle lo que realmente pasaba: que yo no era su mejor amiga, que en realidad era otra persona atrapada en este cuerpo, que vivía en una realidad completamente diferente y que había tenido un accidente de tránsito. Necesitaba saber si seguía viva, si mi esposo también lo estaba.
Abrí la boca para contarle la verdad, pero de pronto sentí cómo un par de gotas caían sobre mis manos. Asahi estaba llorando.
—No… Por favor, dime que no es verdad, que solo estás bromeando conmigo —me tomó por los hombros—. Dime que es una maldita broma y que sí te acuerdas de mí. Tú no puedes olvidarme. Tú no puedes dejarme. ¡Tú no, por favor! ¡Tú no! —dijo antes de caer de rodillas al suelo y comenzar a llorar.
Sentí un nudo en la garganta y, al mismo tiempo, un peso en el pecho. Me sentí terrible. Su cabeza quedó apoyada sobre mis piernas, su llanto era desgarrador y lo único que se me ocurrió hacer fue acariciar su cabello con suavidad, como cuando un cachorro busca afecto. No sabía qué más hacer. No podía sacarme de la cabeza la idea de contarle la verdad, pero en ese momento solo quería que se calmara.
Después de unos minutos, cuando logró tranquilizarse un poco, decidí que era momento de decirle la verdad y explicarle lo que realmente había sucedido conmigo.
—¿Sabes? Cuando el Alfa me adoptó en la manada, todos se burlaban de mí —sonrió con tristeza—. Mis padres huyeron y me dejaron atrás, mi abuela ni siquiera recordaba mi nombre en sus últimos días de vida… Todos a mi alrededor se iban y me abandonaban.
Hizo una pequeña pausa para tomar aire.
—Pero llegaste tú —continuó—. Te acercaste a mí y me pediste que fuéramos amigos —una leve sonrisa apareció en sus labios—. Recuerdo que me dijiste: “Yo no dejaré que ninguno de esos niños malos te haga daño”. Y así fue. Nunca más volvieron a molestarme. Tú me protegías de todos los que querían hacerme daño.
Las lágrimas seguían corriendo por sus mejillas.
—Yo soy el culpable de que te hayan golpeado. Soy el culpable de esta horrible situación. Tal vez mis padres tenían razón… Tal vez debí morir. Solo causo sufrimiento a las personas. ¡Yo debo morir! —gritó mientras comenzaba a arañarse el rostro.
Asustada, lo tomé de las manos para impedir que se hiciera más daño. Cuando me miró a los ojos, lo único que hizo fue romper a llorar otra vez.
—Hey, no llores. Tú no tuviste la culpa de nada. Solo fue algo que pasó —le susurré antes de dejar un beso en su frente—. No eres culpable de absolutamente nada.
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Espero que les guste mucho este capítulo.