Amor de otro mundo

Capitulo 3: El reflejo de la verdad

El silencio que siguió fue extraño. No incómodo, no tenso… solo profundo. Asahi seguía allí, con la frente pegada a mi hombro, como si temiera que, si me soltaba, también desaparecería de su vida.

Acaricié su cabello una última vez y miré alrededor. El parque estaba casi vacío, solo algunos ancianos caminaban por los senderos de piedra, y el sonido de las hojas moviéndose con el viento me resultó tranquilizador… aunque no por mucho tiempo.

Porque entonces lo sentí otra vez: esa extraña sensación de desajuste. Como si no encajara en mi propia piel. Como si mis recuerdos, mi voz interior, todo lo que me hacía ser yo… estuviera flotando fuera de este mundo.

—Asahi —susurré con cuidado, cuando noté que su respiración se había calmado—. Hay algo que necesito decirte.

Él alzó la vista lentamente, los ojos aún rojos, pero atentos.

—Yo no soy quien tú crees que soy —dije. Las palabras dolían, pero no podía seguir fingiendo—. Antes de despertar en ese hospital, estuve en otro lugar. Otro mundo, creo. Tenía otra vida. Otro nombre. Otro cuerpo… y una pareja.

Asahi no parpadeó. Se quedó completamente inmóvil, como si el tiempo se hubiese congelado a su alrededor.

—¿Tú… no eres “ella”? —su voz se rompió al decirlo.

Negué despacio con la cabeza.

—No lo sé. Solo sé que desperté aquí, con recuerdos que no encajan, en una vida que no es mía… y en un cuerpo que tampoco reconozco.

Él se cubrió la boca con la mano y bajó la cabeza. No lloró esta vez. Solo temblaba.

—Entonces… ¿dónde está ella? —preguntó con voz ahogada—. Si tú estás en su cuerpo… ¿qué pasó con la verdadera tú?

La pregunta me golpeó con más fuerza de la que esperaba. Nunca me la había hecho… ¿Dónde estaba ella? ¿Dónde estaba yo realmente? ¿Estábamos atrapadas en una especie de intercambio? ¿O… había muerto?

No tuve tiempo de contestar.

Un grito desgarrador rompió la calma del parque. Vino desde el hospital.

Asahi reaccionó al instante, poniéndose de pie de un salto.

—Ese grito es... — dijo, con los músculos tensos.

Y por primera vez, noté algo en él que no había percibido antes.

Sus ojos… cambiaron de color.

Solo por un segundo.

Pero lo hicieron.

Corrí al escuchar el grito.

No sé por qué lo hice. Mi cuerpo se movió por instinto, como si esa voz desesperada hubiese tocado una fibra sensible en mí. Me solté de la mano de Asahi y me deslicé entre la gente, esquivando enfermeras, sillas y camillas. No podía pensar. Solo correr.
La puerta de urgencias estaba abierta. Al fondo del pasillo, un grupo de médicos y enfermeros se agolpaba alrededor de una camilla. El ambiente se volvió tenso, cargado de un olor extraño que no era solo sangre o medicamentos. Algo más… algo salvaje flotaba en el aire.
Me detuve a unos metros, escondida parcialmente tras una columna.
Una chica estaba tendida en la camilla, inconsciente. Tenía una herida fea en el costado y unas vendas mal colocadas que no lograban detener el sangrado. Pero no fue ella la que me robó el aliento.

Fue él.

Parado al lado de la camilla, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Alto, de complexión fuerte, con el cabello algo desordenado y una presencia tan intensa que parecía dominar el pasillo con solo estar allí. Llevaba una chaqueta oscura manchada de tierra y sangre, y su voz —aun en susurros— era firme, autoritaria, casi como si diera órdenes.

No respiré.

Mi corazón dio un salto tan fuerte que dolió.

Se parecía a Zibav.

Tal vez si era él, tal vez no era la única que había llegado a este mundo, tal vez no estaba sola.

El tipo dio la vuelta dejándome apreciarlo aún mejor.

No, era como Zibav. Su rostro, sus ojos… incluso la forma en que su mandíbula se tensaba cuando estaba molesto. Por un segundo, me convencí de que era él. Que todo había sido un mal sueño, que había despertado de la pesadilla. Que no estaba atrapada en un mundo extraño con personas que decían ser mi familia.

Algo en su apariencia no coincidía del todo. Sus ojos, aunque iguales en forma, tenían un tono más oscuro, más severo. Y en su rostro había marcas que Zibav nunca tuvo. Parecían cicatrices antiguas, casi imperceptibles, pero presentes.
Sentí que me deshacía por dentro.
Era como ver un reflejo distorsionado de alguien que amé con todo el alma. Un eco lejano de lo que perdí.
Me escondí mejor tras la columna. No quería que me viera. No quería que esa ilusión se rompiera si se acercaba y me hablaste como una total desconocida.

—¿Qué haces? —la voz de Asahi me hizo girar de golpe.

Estaba jadeando por haber corrido tras de mí. Su mirada pasó del pasillo a mí con preocupación.

—Nada… —murmuré, bajando la vista—. Solo pensé que alguien había… No importa.
Asahi no insistió. Solo tomó mi mano con suavidad y me llevó hacia el otro extremo del hospital.

Pero antes de desaparecer entre la multitud, volví a mirar hacia atrás.

El chico seguía allí, hablando con una enfermera. Y por un instante —solo uno— levantó la cabeza y me miró.

Fue una mirada breve, sin emociones. Tal vez ni siquiera me vio en realidad.
Pero para mí, ese cruce de ojos fue suficiente para que todo mi mundo se volviera aún más confuso.
Porque si él no era Zibav… ¿por qué sentía que mi corazón acababa de volver a latir?

El grito… ese grito… no era humano. Era como si un lobo hubiese sido encerrado dentro de un cuerpo humano y estuviera intentando liberarse a fuerza de dolor.

—¡Espera! —gritó Asahi tras de mí, pero no me detuve.

Corrí entre enfermeros que se agitaban nerviosos, por pasillos llenos de luces parpadeantes y puertas semiabiertas. Nadie parecía tener el control. Un caos repentino se había apoderado del hospital.

El grito se volvió más intenso, como un llamado que atravesaba cada célula de mi cuerpo. Lo seguí sin saber por qué. Tal vez fue pura curiosidad… o algo más profundo.




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