Amor de otro mundo

Capitulo 4: Instinto

El silencio duró un segundo. Solo uno.

Después, la chica —o lo que fuera que ahora era— alzó el rostro hacia mí.

Y sus ojos, completamente dorados y ferales, se clavaron directo en los míos.

Un gruñido grave vibró desde su pecho. Su cuerpo tembló, como si estuviera reteniéndose, pero entonces dio un paso hacia adelante… y luego otro… hasta que, de un segundo al otro, cargó contra mí.

—¡Atrás! —gritó Asahi, empujándome a un lado, pero no fue suficiente.

El impacto me lanzó contra la pared. Sentí las garras desgarrarme la piel del brazo y la espalda. El ardor fue instantáneo, brutal. Grité. Mis piernas flaquearon.

Todo sucedió muy rápido.

Garras. Dientes. Furia. Dolor.

Caí al suelo mientras la criatura —esa chica, esa adolescente que segundos antes parecía humana— se abalanzaba sobre mí con un rugido de puro instinto. Su mirada ya no tenía humanidad, solo rabia y confusión.

Cerré los ojos.

Pensé que ese sería mi final.

Pero entonces… un rugido más potente resonó por todo el pasillo.

Una sombra pasó a mi lado con la velocidad de una tormenta y, en un instante, el cuerpo de la chica fue lanzado varios metros hacia atrás. Se estrelló contra la pared y cayó al suelo, aturdida, jadeando y volviendo lentamente a su forma humana.

Temblando, me giré sobre un costado, con el corazón latiendo descontrolado.

Y entonces lo vi.

Él.

Al principio fue solo una silueta recortada por la luz roja de emergencia. Alta, firme, con una presencia que helaba el aire a su alrededor. Sus ojos brillaban con un tono ámbar intenso. Tenía el rostro de Zibav. El mismo. O quizás… aún más salvaje, más endurecido.

Sus pasos resonaron con firmeza mientras se acercaba al cuerpo de la chica, ahora semiinconsciente en el suelo. La observó en silencio, con la mirada gélida, casi indiferente. Luego se giró hacia los presentes.

—¿Quién permitió que una novata sin control cruzara las zonas abiertas del hospital? —su voz fue un látigo seco, lleno de autoridad.

Un par de adultos jóvenes, también con rasgos poco humanos a la vista, bajaron la mirada, tensos.

—Fue un accidente, señor. Se salió del ala restringida mientras la supervisábamos… —respondió uno de ellos con nerviosismo.

—¿Y creen que eso es excusa? —espetó el recién llegado. Su mirada se desvió hacia la adolescente transformada—. Si no puede controlarse, no debería estar entre los nuestros. La próxima vez que ponga en riesgo a un civil, yo mismo les arrancaré la garganta. ¿Entendido?

Los presentes asintieron de inmediato, en silencio. Él no esperó más respuesta.

Se giró hacia mí.

Sus ojos, tan parecidos a los de Zibav y al mismo tiempo tan distintos, me escanearon de arriba abajo. Había juicio en ellos, pero ni rastro de compasión.

—¿Humana? —murmuró, con desdén apenas disimulado.

No respondí. El dolor me impidió cualquier palabra.

—Asahi —dijo con sequedad, sin quitarme la vista de encima— Haz que le curen las heridas antes de que muera desangrada en el pasillo y tengamos otro problema.

El chico apareció a mi lado de inmediato, visiblemente tenso.

—Sí, alpha.

Alpha.

Entonces… él era el líder.

Pero ese rostro, ese maldito rostro… era igual al de Zibav.

El Alpha se dio la vuelta sin una palabra más. Caminó con paso firme, autoritario, mientras los demás se apartaban instintivamente a su paso. No miró atrás. No preguntó si estaba bien. No ofreció ayuda.

Y sin embargo… había algo en él que se sentía tan familiar, tan intensamente real, que el dolor en mi brazo casi se volvió insignificante.

—¿¡En qué estabas pensando!? —soltó Asahi apenas se cerraron las puertas del pasillo tras de nosotros.

Me detuve en seco, sorprendida por su tono. No era el mismo chico dulce que me acariciaba la cabeza horas antes. Tenía el ceño fruncido, la mandíbula apretada y el cuerpo tenso.

—¿Qué? ¿Solo porque escuché un grito? ¡Había una chica en peligro! —me defendí, aún agitada por todo lo que había pasado.

—¡No era tu lugar! ¡No entiendes este mundo, no sabes lo que ocurre cuando alguien como tú se mete donde no debe! —dijo entre dientes, bajando un poco el tono pero manteniendo esa mezcla de rabia y preocupación—. ¿Tienes idea de lo que esa chica podía haberte hecho si el Alpha no hubiese intervenido?

Me cruzó la mirada con una intensidad que me dejó helada.

—¿Alpha ? —repetí, confundida—. ¿Qué es eso? ¿Por qué todos actúan como si fuera un rey o algo así?

Asahi suspiró y se pasó una mano por el cabello. Su cuerpo empezó a relajarse poco a poco.

—Es más que eso —dijo, esta vez con calma—. En este mundo, no todos somos humanos. Algunos de nosotros pertenecemos a clanes… manadas, si prefieres llamarlo así. Y dentro de cada manada, hay rangos: deltas, betas, y Alpha s. El Alpha es el líder absoluto. El más fuerte. El que impone orden… o el caos.

—¿Y ese tipo...? ¿Era el Alpha? —pregunté, sintiendo de nuevo ese escalofrío que me recorrió cuando sus ojos dorados se clavaron en mí.

Asahi asintió con seriedad.

—El Alpha de esta región. Su presencia lo cambia todo. Nadie lo desafía, nadie lo cuestiona. Es respetado… o temido. O ambas.

Me quedé en silencio un momento, intentando comprender.

—¿Y por qué me miró de esa manera? Como si... me odiase. Fue extraño. —

Él desvió la mirada.

—Porque tú lo conoces. —

—¿Qué? —

—La tú de este mundo —dijo Asahi con un suspiro pesado—. Siempre reaccionabas mal cuando se mencionaba su nombre. Nunca dabas explicaciones, solo decías que no querías tener nada que ver con él… ni con su manada, ni con lo que representaba.—

Fruncí el ceño.

—¿Y qué representa? —

Asahi dudó un momento antes de responder:

—Dominio. Leyes marcadas con sangre. Poder sin compasión. Él era el reflejo de todo lo que detestabas de este mundo. Por eso lo odiabas… porque era el Alpha , y tú odiabas a los Alphas. —




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.