Amor de otro mundo

Capitulo 6: Choque

El aire estaba espeso esa mañana. Asahi caminaba unos pasos por delante mientras yo intentaba seguirle el ritmo, prestando más atención al paisaje que a sus explicaciones. Árboles altos, casas de madera que parecían salidas de una pintura rústica, y miradas curiosas que se deslizaban hacia mí desde la distancia.

No pertenecía a ese lugar, y todos lo sabían.

—Esa es la zona de entrenamiento —dijo Asahi, señalando un campo amplio rodeado de estructuras de piedra y metal

—. Ahí se preparan los guardianes y algunos betas. Es mejor no acercarse sin permiso.—

Asentí distraída. Algo dentro de mí se revolvía sin razón. Un presentimiento. Un nudo invisible. Seguimos caminando en silencio hasta que, al girar por un sendero, choqué de frente con alguien.

El impacto me hizo retroceder tambaleando, y si no fuera porque Asahi me sujetó del brazo, habría terminado en el suelo.

—¿No puedes mirar por dónde…? —

comencé a decir, molesta.

Pero me detuve.

Frente a mí estaba él. El hombre del sueño.

El que parecía una versión endurecida de Zibav. Su imponente figura eclipsaba el resto del mundo. Alto, espalda ancha, cabello oscuro desordenado cayéndole sobre la frente y una mirada que, por un segundo, no parecía humana.

Él me observaba en silencio. Sus ojos —fríos, salvajes, insondables— se clavaron en mí con una mezcla de desconcierto e irritación.

Y algo más.

Reconocimiento.
Asahi se tensó a mi lado.

—Alfa —dijo, bajando la cabeza apenas.

¿Alfa?

Mi corazón dio un vuelco. Alessandro Givanovich. Estaba frente a mí. No en un sueño. No como una imagen difusa del pasado. Era real. De carne y hueso. E increíblemente intimidante.

Alessandro entrecerró los ojos al mirarme. Luego desvió la mirada hacia Asahi.

—¿Quién es?—

Su voz era grave, con un tono que no pedía explicaciones. Las exigía.

—Ella es... la chica del accidente. Aún se está adaptando. Estoy cuidando de que no cause problemas —respondió Asahi, sin titubear pero con evidente tensión en la voz.

Los ojos del Alfa volvieron a mí. Lentamente. Como si quisiera estudiar cada rincón de mi alma.

—No tiene olor de manada —murmuró.

Me erguí, molesta, aunque no entendía por qué sus palabras me afectaban.

—No soy un animal, si eso estás insinuando —repliqué, cruzándome de brazos.

Un destello casi imperceptible brilló en sus ojos. ¿Burla? ¿Sorpresa?

—Eso está por verse —dijo con calma cruel.
Mi ceño se frunció.

—¿Y tú quién te crees que eres para…?

—Alessandro Givanovich —interrumpió él sin una pizca de interés—. Y no necesito creérmelo. Ya lo soy.—

Su arrogancia me quemó. Lo odié en ese instante. No solo por cómo hablaba. Sino por cómo me hacía sentir… tan pequeña, tan expuesta, tan confundida.

—¿Estabas buscándome? —añadió de pronto.

—¿Qué? ¡Claro que no! —espeté, ofendida.

Sus labios se curvaron levemente, casi como si estuviera disfrutando de mi incomodidad. No era una sonrisa. Era una amenaza disfrazada de gesto.

—Entonces mantente fuera de mi camino—
Y sin decir más, se giró y se alejó con paso firme. Imponente. Como si el mundo entero se apartara a su paso.

Yo me quedé allí, con el corazón acelerado y las mejillas encendidas, sintiendo que acababa de chocar contra un muro… y que algo dentro de mí acababa de resquebrajarse.

Asahi me miró con preocupación.

—¿Estás bien?—

—No lo sé —respondí con sinceridad, sin apartar la vista del hombre que se alejaba—No lo sé en absoluto.—

Me quedé mirando la dirección por donde se había ido. El nombre seguía repitiéndose en mi cabeza como un eco molesto: Alessandro Givanovich. No era Zibav… pero era como si lo fuera. O al menos, como si una parte de él estuviera escondida dentro de ese hombre tan salvajemente distinto.

Y al mismo tiempo... extrañamente familiar.

No podía entender por qué su mirada me había helado la sangre… no por miedo, sino por una sensación más íntima. Un estremecimiento visceral que no sabía de dónde provenía.

Asahi me alcanzó rápidamente.

—¿Todo bien? —preguntó, sin verdadero interés en su voz.

—¿Ese era Alessandro Givanovich?—

—Sí. El Alfa. —Su respuesta fue seca, cortante.

Como si quisiera cortar la conversación de raíz.

—No me reconoció… o al menos actuó como si no lo hiciera.—

Asahi bajó la mirada, fingiendo buscar algo en su chaqueta.

—No te hagas ideas. Alessandro no es el tipo de persona que se fija en alguien como tú.—

Fruncí el ceño.

—¿Qué significa eso?—

—Nada. Solo digo que no deberías preocuparte por lo que pasa por su cabeza. Es un Alfa, hace lo que quiere, no lo que tiene sentido para los demás.—

—Me dijiste que yo lo odiaba. Que lo odiaba con todas mis fuerzas… ¿por qué?—

Asahi se detuvo y me miró de reojo. Una sombra le cruzó el rostro.

—Hay cosas que es mejor que no sepas aún —dijo, su voz apenas un murmullo.

Luego apretó los labios como si se hubiera arrepentido de decir siquiera eso.

—Pero quiero saberlo. Si lo odiaba, al menos quiero saber por qué.—

—Quizás deberías confiar en lo que ya sentías. ¿No te basta con saber que era así? —

Soltó una risa sin humor

—. ¿Por qué revivir cosas que ya elegiste enterrar?—

Me detuve.

Había algo extraño en la forma en que lo decía. Como si él supiera más de lo que quería admitir. Como si tratara de empujarme lejos de la verdad… suavemente, sutilmente.

Con una sonrisa amable que no alcanzaba a tocarle los ojos.

—¿Tú lo odias también?—

—Yo... respeto su posición. No es alguien con quien uno quiera estar cerca, eso es todo.—

La evasiva me caló hondo. Había tensión en su voz. Como si el tema lo incomodara de verdad. Pero no era el tipo de incomodidad honesta… era la de alguien que prefería que no hicieras más preguntas.

—¿Y si me mintieron? —pregunté, casi para mí misma.




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