Amelia
Amelia se encontraba en un entorno que desbordaba peligro, desde las elevadas paredes de metal hasta el suelo que parecía tener un brillo etéreo. La realidad parecía difuminarse, y la maestra de la Escuela Primaria Prescott se debatía entre creer que todo era un sueño o aceptar la cruda verdad que se le presentaba.
En medio de su desconcierto, un ser grotesco apareció ante ella. Con ojos amarillos semejantes a los de una serpiente, una lengua bífida, escamas verdosas y una larga cola, la palabra "monstruo" cruzó su mente, pero la verdad era mucho más asombrosa: un alienígena. Amelia no podía asimilar que su vida hubiera tomado un giro tan inesperado.
Despertar esposada a los pies de una cama en un lugar desconocido la sumió en la desesperación. Recordaba su habitación, su vida tranquila, pero ahora se encontraba en un sitio extraño, ajeno a su planeta. Sus intentos de liberarse solo llevaron a la aparición del alienígena, pronunciando palabras incomprensibles que resonaban en sus oídos.
El aire en aquella extraña nave espacial vibraba con una tensión palpable mientras Amelia intentaba procesar la surrealista cadena de eventos que la había llevado a encontrarse en manos de alienígenas en un rincón desconocido del universo.
El ser grotesco la había dejado en una habitación blanca y brillante, que recordaba vagamente a un hospital, pero con instrumentos y tecnología que desafiaban toda lógica terrestre. La camilla flotante y las restricciones mecánicas evocaban una sensación de vulnerabilidad y desamparo en la maestra, quien se encontraba atrapada en un escenario surreal.
Los brazos robóticos continuaban su tarea invasiva, extrayendo muestras de sangre y realizando procedimientos que Amelia no comprendía del todo. La sensación de humillación se mezclaba con el miedo que la invadía, y sus intentos de liberarse solo resultaban en restricciones más apretadas, provocándole un dolor casi insoportable.
Perdida en aquel ambiente alienígena, Amelia perdió la noción del tiempo. ¿Habían pasado minutos o horas desde que despertó esposada en aquella nave? Lo único que anhelaba en ese momento era regresar a la habitación en la que había despertado inicialmente, aunque eso parecía ser un deseo inalcanzable.
El alienígena de aspecto serpenteante que había estado absorto en una pequeña pantalla, se acercó con suficiencia, su mirada amarilla destellando cierta malicia. Amelia, envalentonada por la necesidad de entender su situación, lo confrontó.
"Serás una buena venta", anunció el extraterrestre con una sonrisa que enviaba escalofríos por la espalda de Amelia. Buscó en sus ojos una explicación, parpadeando en un intento de comprender. "¿Cómo es posible que te entienda?", preguntó con una mezcla de desesperación y curiosidad.
El alienígena, sin mirarla directamente, desvió la mirada hacia una pequeña pantalla y murmuró, más para sí mismo que para ella: "Los humanos siempre piensan que somos incapaces de entender su idioma. Un error que ha facilitado muchas cosas".
Confundida y temerosa, Amelia se sintió como una pieza de un juego que no entendía. "¿Qué quieres de mí? ¿Por qué estoy aquí?" preguntó, tratando de mantener la calma.
El extraterrestre se volvió hacia ella, sus ojos amarillos brillando con una chispa de diversión. "Eres un espécimen único. Los coleccionistas pagan grandes sumas por rarezas como tú. Pronto serás exhibida y vendida".
"¡No soy una mercancía!" protestó Amelia, su voz temblando con indignación y miedo.
"En nuestro mundo, todo tiene un valor. Y tú, mi querida humana, eres muy valiosa", respondió el alienígena con indiferencia. Volvió su atención a la pantalla, como si la conversación hubiera llegado a su fin.
Horas más tarde, después de ser liberada de la camilla, Amelia intentó desesperadamente escapar. Corrió hacia la puerta, pero la correa mecánica se activó, tirando de ella hacia atrás con una fuerza inmisericorde.
"Es hora de prepararte. Pronto se acerca tu día de venta", anunció el alienígena, mirándola con una sonrisa siniestra.
"¿Venta? ¿Qué significa eso? ¡No puedes simplemente venderme como si fuera un objeto!" exclamó Amelia, luchando contra la correa que la mantenía prisionera.
El alienígena se detuvo y, mirándola directamente, dijo con frialdad: "Los humanos subestiman el valor de la rareza. Te llevarán a un lugar donde pagarán un alto precio por ti. Y para nosotros, eso es suficiente".
Amelia, temblando de miedo y frustración, se dio cuenta de que su destino estaba sellado. En ese momento, la cruel realidad de su situación la golpeó con toda su fuerza, mientras se enfrentaba a la perspectiva de convertirse en una mercancía en manos de seres alienígenas, en un mercado donde su singularidad la convertiría en objeto de deseo y especulación.
Durante varios días, la nave surcó el vasto espacio, llevando a Amelia hacia un destino incierto. Mientras tanto, en las entrañas de la nave, la preparación de Amelia continuaba. Fue sometida a procedimientos desconcertantes, su cuerpo y su mente expuestos a prácticas alienígenas que desafiaban toda lógica humana. Los días se convirtieron en una nebulosa de examinaciones intrusivas y ajustes incomprensibles.
Finalmente, la nave llegó a su destino, un planeta distante donde se llevaría a cabo la desgarradora subasta. Amelia, ajena a la realidad de ese nuevo mundo, se habia mentalizad para enfrentarse a su comprador. La expectación llenaba el aire mientras la nave se posaba en suelo desconocido.
La puerta se abrió revelando un paisaje alienígena, colinas ondulantes y extrañas criaturas que parecían ser nativas de ese lugar. La alienígena que la custodiaba la arrastró fuera de la nave y la condujo hacia una estructura imponente, donde se llevaría a cabo la subasta. Amelia caminaba con paso vacilante, su mirada perdida en un horizonte que no reconocía.
El bullicio en el lugar indicaba que la subasta estaba a punto de comenzar. Amelia se encontró en medio de un espectáculo surrealista, rodeada de compradores alienígenas que evaluaban su mercancía con ojos codiciosos. La tensión en el ambiente era palpable, y el miedo se apoderaba nuevamente de ella.