Pasaron tres días sin saber de él. Me dije a mí misma que era mejor así. Seguí con mi rutina: trabajo, casa, cuidar de mamá, estudiar un poco en las noches. Todo volvió a su cauce normal... hasta que no lo fue.
Era jueves, cerca de las 4:00 p.m., cuando Charlie se acercó a mí mientras secaba vasos detrás de la barra.
—Clara, tienes una visita —dijo en voz baja, sin dejar de mirar hacia la puerta.
—¿Una qué?
—Visita. De las que se ven como portada de revista.
Me giré con el corazón en la garganta.
Thomas.
De pie, vestido de forma sencilla: jeans, una chaqueta azul y gafas oscuras que no hacían nada por ocultar lo evidente. Era él.
—Hola —dijo, quitándose las gafas.
—¿Qué haces aquí? —fue lo primero que salió de mi boca. No se oyó tan cordial como esperaba.
Él sonrió, pero bajó la mirada un segundo, como si se preparara para un rechazo.
—Te dejé una nota, pero no supe si la viste... o si fue una mala idea.
—La vi. No supe si era una broma —respondí, cruzándome de brazos.
Thomas alzó una ceja, confundido.
—¿Broma?
—Tus amigos. Su actitud. No fue la noche más agradable para mí —admití, bajando un poco la voz.
Él asintió, y esta vez, su sonrisa desapareció del todo.
—Lo entiendo. Y te pido disculpas por eso, en nombre de todos. Sé que no es excusa, pero a veces están tan metidos en su propio mundo que no se dan cuenta de cómo afectan a los demás.
—Y tú —añadí— ¿en qué mundo estás?
Silencio. Por un segundo creí que se daría media vuelta y se iría.
—Estoy intentando salir del mío —respondió por fin, justo cuando apareció Mía con una taza de café en cada mano y las dejó encima de la barra—. Seguro eres de las que prefiere el café fuerte. — añadió.
No pude evitar sonreír. Apenas un poco.
Tomé la taza.
—Cinco minutos. No más.
—Con eso me basta —dijo, y supe que la conversación recién comenzaba.
Me crucé detrás de la barra con la taza en mano, todavía dudando si debía aceptar su presencia tan campante, como si no pasara nada. Thomas se quedó de pie, observando con una expresión que no sabía si era incomodidad, curiosidad o una mezcla de ambas.
—¿Y bien? —preguntó, dando un sorbo a su café.
—¿Y bien qué? —respondí, sin levantar la mirada mientras ordenaba unas servilletas en una bandeja.
—¿No me vas a preguntar por qué vine?
—No. Si querías atención, elegiste el lugar perfecto. Aquí la gente está entrenada para servir.
Él soltó una risa, suave, pero sincera. Me fastidió un poco que no se diera por aludido.
—Vine porque quería verte. No sabía si tenías redes, no quería parecer un acosador. Pensé que lo más sencillo era venir aquí.
—¿Y así de fácil sueles conseguir las cosas? —le pregunté, limpiando un vaso con más fuerza de la necesaria.
—No, de hecho, no. Aunque todo el mundo cree que sí —respondió sin dudar.
Ese tipo de respuestas me desconcertaban. Parte de mí quería rechazarlo, protegerme de cualquier dolor futuro, pero otra parte... otra parte sentía curiosidad. Y esa parte me molestaba más que su presencia.
—Tengo mesas por atender. Si viniste a tomarte un café, puedes quedarte. Pero no me voy a quedar conversando contigo mientras trabajo —dije, dándole la espalda para salir con la bandeja en mano.
Sentí su mirada seguirme mientras pasaba entre las mesas. Apretaba los dientes con cada paso. ¿Por qué había venido? ¿Qué pretendía?
Cuando regresé, él seguía allí, ahora sentado en una de las mesas cerca de la barra, como si estuviera dispuesto a esperarme todo el día.
—¿Sabes que me estás distrayendo? —le dije.
—Eso no es necesariamente algo malo —contestó con esa maldita sonrisa de actor encantador que me crispaba los nervios.
—Sí lo es, cuando uno se gana la vida sirviendo cafés, no coqueteando con los que los beben.
Él no respondió. Bajó la mirada, y por primera vez, vi una grieta en su seguridad.
Justo en ese momento, Liam se acercó a mi lado para guardar unos utensilios limpios. Me lanzó una mirada rápida, de esas que dicen más que mil palabras. Luego miró a Thomas, y frunció apenas los labios.
—¿Todo bien por aquí? —preguntó, con un tono casual que tenía filo.
—Perfectamente —respondí, quizás un poco demasiado rápido.
Thomas levantó la vista y saludó a Liam con un asentimiento breve, como si supiera que estaba siendo evaluado.
—Yo soy Liam, trabajo aquí también —dijo él, extendiéndole la mano.
—Thomas —respondió el actor, dándole la mano sin perder la calma.
—Sí, sé quién eres —dijo Liam con una sonrisa que no llegaba a los ojos.
El silencio entre los tres se volvió incómodo. Liam se quedó parado más de lo necesario, mirándolo de arriba abajo como si buscara una falla en su postura, en su actitud, en su interés. Luego me miró a mí.
—¿Necesitas ayuda con las mesas del fondo?
—No, gracias. Estoy bien —dije.
Liam se quedó quieto unos segundos más, como si esperara que cambiara de opinión, pero finalmente se alejó con las manos en los bolsillos. Pude sentir su incomodidad mientras se perdía entre las mesas, pero no hice nada por detenerlo.
Thomas, en cambio, se había quedado en silencio. Noté que giraba la taza en sus manos, como si estuviera decidiendo si decir algo o marcharse sin más. Esa incertidumbre me incomodaba, porque no estaba acostumbrada a que los hombres como él mostraran dudas.
—¿Siempre es así de protector tu compañero? —preguntó finalmente, con voz baja, casi en tono de broma.
—Liam es... Liam —respondí, sin dar más explicaciones—. No está acostumbrado a que actores famosos vengan a hacer visitas inesperadas.
—Ni yo a que me miren como si hubiera venido a robar algo —dijo, dejando la taza en la mesa.
—¿Y no lo has hecho? —le pregunté con una sonrisa irónica.
—¿Robar?
—Atención.
Thomas sostuvo mi mirada un segundo más de lo que habría sido cómodo. Luego se encogió de hombros, relajado.