Amor de una pieza

4.Las cosas que no se dicen

El sonido del despertador fue más irritante de lo normal.

Me levanté con una sensación rara en el pecho, como si algo hubiese quedado a medias el día anterior. No sabía si era el café, la charla con Thomas, o la mirada de Liam, que parecía querer decir más de lo que su boca había permitido.

En la cocina, mamá ya estaba preparando el desayuno. Café con leche y pan tostado. La rutina que nos sostenía a ambas.

—¿Dormiste bien? —preguntó sin dejar de revolver la leche en la olla.

—Sí... más o menos —contesté sentándome en la mesa.

Ella me miró por encima del hombro, con esa mirada que atraviesa capas.

—Tienes esa cara que pones cuando algo te da vueltas en la cabeza.

—No es nada, cosas del trabajo.

—¿Cosas con Liam? —preguntó, esta vez sin rodeos.

—No —respondí demasiado rápido.

Ella dejó la cuchara y se sentó frente a mí.

—Clara, sabes que puedes contarme lo que sea, ¿verdad?

Asentí, pero no dije nada.

Mamá y yo no hablábamos mucho de hombres. Supongo que se debe a papá. Desde que se fue, no ha salido con nadie más. Creo que, en el fondo, ella tiene miedo de volver a confiar. De ilusionarse. Y yo, yo tengo pánico de repetir sus errores.

—Solo te diré algo —añadió ella, con voz tranquila—. No hay que cerrarle la puerta a todo el mundo por miedo. Pero tampoco hay que abrirla al primero que toque.

Sus palabras me acompañaron todo el camino al trabajo.

Cuando llegué, Liam ya estaba allí, preparando la barra con una concentración que rayaba en lo exagerado. Lo saludé como siempre, pero él solo levantó la mano sin mirarme directamente.

—¿Todo bien? —le pregunté al rato.

—Sí, sí. Perfectamente —dijo sin convicción.

—¿Estás molesto conmigo?

—¿Por qué habría de estarlo? —replicó, con una sonrisa que no me convenció del todo.

Iba a responder, pero Charlie interrumpió con una nueva tanda de órdenes. Me sentí aliviada por unos segundos.

Me puse a ordenar unas mesas mientras observo a Liam a lo lejos. Ha cambiado mucho desde que lo conocí.

Tenía ocho años cuando mamá y yo llegamos a ese vecindario. Una casa pequeña, con paredes descascaradas, pero con un jardín que mamá juraba que podríamos revivir.
Papá ya no estaba. No dejé de preguntar por él hasta que entendí, a la fuerza, que no volvería.

La primera semana allí, me sentía invisible. Los demás niños ya se conocían, ya tenían sus juegos y sus códigos secretos. Yo era la nueva, la que no sabía a qué hora se escondían ni qué árbol era mejor para trepar.

Hasta que apareció Liam.

Recuerdo que traía una camiseta con un agujero en la manga y una pelota de fútbol gastada en las manos. Me preguntó si quería jugar, como si fuera lo más normal del mundo.

No me hizo preguntas de mi mudanza, ni de mi cara triste. Solo me pateó la pelota. Y en ese instante supe que estaba invitada.

Desde entonces, Liam siempre estuvo ahí: para compartir un helado barato en verano, para acompañarme a la escuela cuando llovía, para enseñarme a subirme al bus sola... para que no me sintiera sola.

No era perfecto, claro. Discutíamos, peleábamos por tonterías, pero al final del día siempre terminaba buscándome con una sonrisa ladeada que decía: "ya se me pasó".

Liam no era mi hermano, pero de alguna manera, era la parte de familia que me faltaba.

La jornada pasó rápido, pero todo se sentía distinto. Liam seguía distante, pero observador. Yo intentaba concentrarme, pero no podía evitar mirar cada vez que la puerta del restaurante se abría, esperando, sin querer admitirlo, volver a ver a Thomas.

Y entonces ocurrió.

Cerca de las 6:00 P.M, mientras limpiaba una mesa junto a la ventana, lo vi. No entró. Solo pasó caminando por la acera de enfrente, con gorra y gafas, como si no quisiera ser reconocido.

Se detuvo un segundo. Cruzamos miradas a través del vidrio. Me dedicó una leve sonrisa y siguió su camino sin más.

¿Habrá sido una casualidad que pasase por aquí? ¿Tal vez quiso verme? "que ingenua" pensé. Seguro tuvo otros motivos para estar cerca del restaurante. Es actor, y además guapo, debe de tener muchas admiradoras y pretendientes.

Cuando es la hora de salida, Liam ya me espera afuera como siempre para acompañarme a tomar el autobús.

—¿Otra vez él? —preguntó mientras caminábamos. Su voz era baja y sin ningún rastro de calidez.

Mi menta cansada por el trabajo trata de entender la pregunta, hasta que caigo en cuenta que quizás vio cuando Thomas pasó cerca.

—No vino. Solo pasó por fuera —respondí sin girarme.

—Pero vino por ti —dijo él, como si fuera una verdad incómoda.

—No le des tantas vueltas—besé su mejilla para despedirme, ya que el transporte estaba cerca—hasta mañana.

—Adiós—dijo al fin mientras me subía al autobús. Al mirar por la ventanilla, ya no estaba allí para darle un último saludo.

Y eso me dolió un poco, porque sentía que algo estaba empezando, y todavía no sabia si eso era bueno... o peligroso.



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En el texto hay: adolescente, romance, amor

Editado: 03.09.2025

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