Amor de una pieza

6.Lo que nunca dijimos-Lo que no vío

El resto de la tarde fue inusualmente tranquila. Apenas un par de mesas llenas y la música ambiental flotando entre los silencios. El cielo se puso nuevamente gris. No llovía, pero se sentía como si el agua estuviera por caer en cualquier momento. Esa clase de días en que todo parece estar en pausa.

Yo estaba ordenando el estante de vasos cuando Liam se acercó en silencio. Dejó una bandeja sobre la mesa con más fuerza de la necesaria.

—¿Te puedo ayudar con eso? —preguntó.

—Lo tengo —respondí sin mirarlo, pero él se quedó ahí de todos modos.

Sentí su presencia a mi lado como una incomodidad suave. Sabía que había algo que quería decirme. Lo había notado desde hacía días. Desde que Thomas apareció por primera vez.

—¿Vamos a seguir pretendiendo que está todo bien? —dijo al fin, con voz baja.

—No sabía que fingíamos —respondí, aún ordenando vasos.

—Clara...

Suspiré. Me giré para mirarlo de frente.

—¿Qué quieres que diga, Liam?

Él se apoyó en el estante con los brazos cruzados, como si buscara fuerza en su propia postura.

—No sé. Que ese tipo no te interesa. Que esto que somos tú y yo... todavía importa.

—¿Y qué somos, Liam?

Su silencio fue tan largo que pareció llenar todo el restaurante.

—Somos... tú y yo. Siempre lo hemos sido —dijo al fin, como si eso bastara para explicar todo.

Negué suavemente con la cabeza.

—Eres mi amigo. Mi mejor amigo. Eso no ha cambiado.

—¿Y si yo quiero que cambie?

La pregunta me dejó inmóvil. Sabía que esto iba a pasar en algún momento. Lo sabía desde hacía meses. A veces me encontraba observando cómo él me miraba cuando creía que no lo veía. Y lo evitaba. No porque no me importara, sino porque tenía miedo de romper algo que había sido mi refugio durante años.

—No sé si puedo darte eso —dije en voz baja.

—¿Por qué? ¿Es por él?

—No. Es por mí.

Liam se quedó en silencio de nuevo. Pero esta vez no hubo resignación, sino algo más frío. Dolor contenido.

—No es justo, Clara. Siempre estuve aquí. En todo. En lo bueno y lo jodido. Y aparece este tipo y de pronto te brillan los ojos de otra forma.

—No me brillan los ojos —repliqué, casi en un susurro y con la cabeza agachada.

—Te brillan. Aunque no quieras. Aunque intentes apagarlo, te juro que sí.

Me aparté un poco del estante. Me sentía expuesta, como si algo en mí estuviera siendo arrancado sin permiso.

—Liam, tú no entiendes...

—¡Entonces hazme entender! —interrumpió, alzando la voz. Algo que rara vez hacía.

Lo miré, y por un momento, ya no vi a mi amigo. Vi a un hombre herido. Cansado de esperar. Con miedo de perderme.

—No quiero lastimarte —le dije.

—Demasiado tarde —murmuró.

Nos quedamos en silencio. Y ese fue el peor de todos los silencios. No porque no dijéramos nada, sino porque ya no quedaba nada que dijéramos sin hacernos daño.

Charlie nos interrumpió desde la cocina con una orden urgente. Ambos nos separamos como si hubiéramos sido sorprendidos en algo indebido. Volví al trabajo, intentando enfocarme, pero mis manos temblaban ligeramente.

Lo que quedaba del turno se sintió pesado. Como si algo invisible se hubiera roto entre nosotros.

Al cerrar el restaurante esa noche, Liam me esperó en la puerta, como hacía siempre. Pero esta vez no dijo nada.

Caminamos en silencio hasta la parada del autobús. La ciudad seguía húmeda, como si el cielo estuviera aguantando las lágrimas por todos.

—¿Puedo preguntarte algo? —dijo justo antes de que llegara el bus.

Asentí.

—¿Si él no existiera... me mirarías diferente?

Lo pensé. Lo pensé más de lo que debería haberlo pensado.

—No lo sé —contesté al fin.

—Está bien. Solo quería saber si había una mínima posibilidad.

—¿Y si sí?

Liam bajó la mirada, sonrió con tristeza.

—Entonces me quedaré con eso. Con la mínima posibilidad.

El bus llegó. Subí sin responder. Me senté en la ventanilla y vi cómo él se alejaba calle abajo, las manos en los bolsillos, la cabeza gacha.

Una parte de mí quería correr tras él. La otra... seguía preguntándose por qué me costaba tanto querer a quien siempre estuvo.

Y en medio de todo eso, sin quererlo, pensé en Thomas.

En su mirada paciente. En su silencio sin exigencias.

Y me odié un poco por eso.

...

(Narrado por Liam)

Clara siempre tuvo esa forma de caminar como si no quisiera molestar al mundo. No tímida, pero... contenida. Como si cargara algo que no le pertenece. Desde que la conocí, me pareció distinta. No porque dijera cosas brillantes ni porque fuera escandalosa. Justo al revés: era sencilla, directa, y de algún modo, eso la hacía brillar más que cualquiera.

Nos conocimos cuando yo tenía 8 años. Se mudo con su madre al vecindario donde yo vivía. Recuerdo verla jugando en su jardín, siempre sola. Un día rompí su aislamiento acercándome para invitarla a jugar. Así empezó todo.

Y sin darme cuenta, fui queriéndola más de lo que debía.

Cuando me enteré que Clara estaba buscando trabajo, no lo dudé. Hablé con Charlie, el encargado del restaurante donde trabajo desde hacía un año, y le rogué que le diera una oportunidad.

Ella no lo supo nunca, pero me costó una semana extra de turnos dobles.

La primera vez que la vi con el uniforme de mesera me sonrió como si me hubiera regalado el mundo. Me dijo que no sabía cómo agradecerme. Yo fingí que no era nada. Pero lo era. Era todo.

Desde entonces, cada noche después del cierre, la acompañaba a la parada del autobús. Aunque a veces lloviera. Aunque yo tuviera que volver al restaurante por haber olvidado algo. Me quedaba con ella hasta que subía y me saludaba desde la ventana. Esa era mi rutina. Mi pequeño ritual. El único momento del día donde podía hacer algo por ella sin que sospechara cuánto me importaba.

Y ahora apareció él.

Thomas Cortez. El actor. El tipo perfecto con sonrisa de revista y mirada de "yo no rompo un plato". Lo reconocí enseguida, pero me dio igual. O eso creí.



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En el texto hay: adolescente, romance, amor

Editado: 03.09.2025

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