Amor de una pieza

7.Tiempo prestado

El inicio del semestre no fue tan caótico como esperaba. Quizás porque ya había aprendido a vivir con el peso de las exigencias. O quizás porque, después de un verano como ese, las clases eran el único lugar donde sentía que todo estaba en orden.

Volver a la universidad es como volver a mí misma, a esa versión que no necesitaba atender mesas ni leer entre líneas cada vez que Liam me miraba. Es volver a lo que había soñado antes de que todo se complicara.

Regresaría al turno de la tarde en el restaurante, de 2:00 p.m. a 10:00 p.m. todos los días excepto los domingos.

Mamá me preparó el desayuno el primer día con la ilusión de siempre.

—¿Lista para volver a las trincheras? —preguntó mientras me servía café.

—Más lista de lo que pensé —respondí, atándome el cabello con rapidez.

Ella me miró con esa mezcla de orgullo y nostalgia que solo una madre conoce. Y antes de que pudiera salir, me abrazó por la espalda.

—Me alegra verte así.

—¿Así cómo?

—Caminando hacia adelante. Aunque no sepas dónde pisas.

No supe qué responder. Me limité a sonreír. Pero sus palabras me acompañaron durante el viaje en autobús.

Al llegar a la universidad, Los pasillos estaban igual que siempre, y sin embargo distinto; los murales con anuncios nuevos, los tablones llenos de papeles arrugados ofreciendo tutorías, libros usados y hasta un gato perdido. El aire olía a café barato de las máquinas expendedoras y a tinta fresca de cuadernos recién estrenados. Algunos rostros eran familiares, compañeros que saludaban con una sonrisa rápida antes de desaparecer entre grupos de amigos. Otros eran completamente nuevos, miradas curiosas que vagaban de un lado a otro buscando su primera clase. Yo me encontraba en ese extraño punto medio; ya no la novata, pero tampoco la veterana confiada.

Mientras me dirigía al aula de inglés, pensaba en todo lo que me esperaba: el horario ajustado, las lecturas interminables, los trabajos en grupo (que siempre odiaba).

Me acomodé en uno de los asientos del fondo, junto a la ventana. Al lado se sentó una chica de cabello oscuro, su cara resultó algo familiar. Afuera, los árboles del jardín central se mecían con el viento, las hojas verdes brillando bajo un sol tímido de septiembre. Una parte de mí quería estar ahí afuera, caminando sin prisa, fingiendo que la vida no se había complicado tanto.

Ya no era la misma Clara que caminaba por esos pasillos pensando solo en las próximas evaluaciones. Ahora tenía un trabajo. Una carga. Y dos personas en mi cabeza que no me dejaban en paz.

Liam seguía distante. Hacíamos los turnos juntos, pero hablábamos lo mínimo necesario. Su voz había perdido esa calidez de siempre, y yo... no sabía cómo recuperarla sin lastimarlo más.

Thomas no había aparecido en una semana. No cafés. No sonrisas a través del cristal. Y eso, en lugar de tranquilizarme, me tenía más inquieta.

Me preguntaba si se había cansado. Si entendió que yo no era el tipo de historia que se cuenta en una entrevista. O si estaba esperando a que yo hiciera algo... que no pensaba hacer.

La mañana transcurrió con normalidad, y esa tarde, el restaurante estaba más lleno de lo normal. Clientes hablando fuerte, niños corriendo entre las mesas, platos acumulándose en la cocina. Era el tipo de caos que no dejaba tiempo para pensar. Y yo lo agradecía.

Unas horas más tarde, la noche caía sobre la ciudad como un telón gris azulado. Hoy Liam no estaba para acompañarme como siempre lo hace. Su madre había tenido una crisis de migrañas y él, fiel a su forma de ser, salió antes para atenderla. Así era Liam; siempre pendiente de los suyos, dispuesto a cargar con un poco del peso de los demás.

Ya cuando son las 9:00pm, me encuentro recogiendo platos cuando escucho su voz.

—¿Sigue siendo amargo tu café?

Me giré. Thomas estaba sentado en la mesa del lado, sin anunciarse, como siempre. Vestido con una chaqueta gris, el cabello algo desordenado por el viento y una mirada que parecía... más seria.

—¿Vienes a probar suerte de nuevo? —pregunté, intentando sonar firme.

—No seas tan creída —no sé muy bien por qué, pero sus palabras hieren un poco mis sentimientos.

—Estoy trabajando —le recordé.

—Lo sé. Y no vengo a interrumpir. Solo... quería verte. Ver cómo estás.

—Estoy bien.

—¿Segura?

Lo miré con frialdad. No por desprecio. Sino porque en el fondo... no quería que supiera que me había hecho falta. Que lo busqué con la mirada más de una vez. Que su ausencia me dolió más de lo que debería.

—Estoy ocupada —dije al fin.

Él asintió y no insistió. Seguí con mi trabajo, pero cada vez que pasaba cerca, lo sentía. No por su presencia, sino por la forma en que me observaba. Tranquilo. Casi con paciencia como si supiera que tarde o temprano, tendría que volver a hablarle.

A las 9:30, cuando ya quedaban pocos clientes y el ruido empezaba a calmarse, lo encontré aún en la misma mesa. Sin teléfono, sin distracciones. Solo un cuaderno de notas y una taza vacía.

Me acerqué sin una razón clara.

—¿Esperas a alguien?

—Esperaba a ti. Pero ya entendí que hoy no toca.

—¿Y por qué no te vas?

—Porque estar cerca, aunque no sea suficiente, sigue siendo mejor que no estar.

Me quedé en silencio. Algo dentro de mí se quebró suavemente, como una grieta que se extiende sin ruido.

—¿Por qué no viniste antes? —pregunté sin pensarlo.

—Porque no quiero presionarte. Porque, por una vez, quiero hacer esto bien.

—¿Y qué es "esto", Thomas?

Él me miró. De frente. Sin máscaras.

—Conocerte. Sin promesas, sin guiones. Solo... conocerte.

Y por primera vez, no supe cómo protegerme de eso.

Seguí con mi trabajo, y cuando por fin acabó, lo último que esperaba era encontrarlo aún allí, en la calle.

Apoyado contra una pared de ladrillos, con las manos en los bolsillos de su chaqueta, parecía parte de un cuadro más que de la calle. La luz del poste cercano le caía en la cara, dibujándole sombras en la mandíbula marcada y en esos ojos marrones que se veían más sexis de lo que yo quisiera admitir. No hablaba por teléfono, no revisaba redes, no parecía tener nada mejor que hacer... salvo esperar.



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En el texto hay: adolescente, romance, amor

Editado: 01.09.2025

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