Amor de una pieza

8.Entre clases y casualidades

Los martes eran los peores.

Tenía clases desde las 8:00 de la mañana hasta el mediodía, apenas una hora para comer, y luego corría directo al restaurante. A esas alturas, mis pies ya dolían, mi mochila pesaba el doble y mi paciencia estaba reducida a migajas.

Ese martes en particular, el campus estaba más lleno de lo normal. Había carteles pegados por todas partes anunciando actividades, presentaciones, grupos estudiantiles, reclutamientos. Era la clásica euforia de inicio de semestre, con todo el mundo tratando de parecer más entusiasta de lo que realmente estaba.

Yo solo quería un café y un banco donde sentarme en paz.

Entré al comedor con la cabeza en el celular, revisando un trabajo pendiente. Cuando levanté la mirada, vi lo que parecía un océano de personas, intenté buscar un asiento, casi fracasando en el intento. Hasta que noté uno a poco menos del final. Al lado del asiento vacío, la misma chica que se sentó a mi lado el otro día en la clase de inglés.

—¿Está ocupado? —pregunté señalando el asiento.

—Sí— respondió la chica sin levantar la cabeza, inmersa en su móvil.

—Vale— me giré para irme a beber mi café a otro lado, cuando la chica me habla de vuelta.

—¿Clara?

—¿Nos conocemos? —pregunté, frunciendo el ceño.

—Yo soy Zoe... Zoe Cortez. Hermana de Thomas.

Me tomó unos segundos procesarlo. Mis ojos viajaron de ella a su apellido, que resonó como un eco no deseado en mi cabeza. ¿Por eso me resultaba tan familiar?

—Oh… —dije, sin saber si sonreír o salir corriendo.

—Él me habló de ti —añadió, como si eso suavizara la sorpresa.

—Ah, ¿sí? —pregunté, conteniendo una expresión incrédula.

Zoe sonrió con picardía.

—Mucho. En serio. Me dijo que eras... intensa. Que no se puede hacer el tonto contigo.

—Tiene razón en eso —respondí, sin poder evitar una sonrisa sarcástica.

—¿Quieres sentarte?

—Pensé que estaba ocupada — y al decir eso, su inconfundible voz me sobresaltó.

—Lo está—dijo Thomas, dejando una bandeja con sándwiches sobre la mesa.

Estaba vestido con ropa casual, como si fuera un estudiante más. Llevaba un suéter gris y una mochila cruzada, y por un segundo, no parecía la estrella de cine que todos conocían.

Nuestros ojos se encontraron de inmediato. Me congelé. Él, en cambio, sonrió.

—¿Quién invitó al actor? —murmuré mientras lo miraba incrédula.

Zoe se rio.

—Es que olvidé un ensayo en casa y le pedí a mi hermano que fuera por el, después insistió en invitarme a almorzar. No sabía que ibas a estar justo aquí.

—Qué coincidencia, ¿no? —dijo, como si no le pareciera nada raro encontrarme sentada con su hermana en el comedor de mi universidad. Thomas señaló el asiento y me hizo una seña para que me sentara. Me senté y me miró, como si esperara una reacción más allá de un saludo cordial.

—Sospechosamente conveniente —le respondí.

—Te juro que no es planificado. Zoe puede confirmarlo.

—Confirmado —dijo ella, levantando ambas manos—. Yo soy la culpable. Pero si me quieren dejar sola, entiendo.

—Ni se te ocurra —le dije a Zoe antes de que se levantara.

Thomas aprovecho para sentarse en el borde de la mesa, no demasiado cerca, pero lo suficiente como para incomodarme.

—No esperaba verte aquí —admití.

—Yo tampoco. Pero ya que la vida me lo pone fácil…

—La vida te lo pone fácil casi siempre —dije, cortante. Él río.

—No contigo. Contigo es como intentar ganarle a alguien jugando en su terreno.

Zoe nos miraba como si estuviera viendo una serie romántica en vivo.

—¿Siempre hablan así? —preguntó divertida.

—Peor —respondimos ambos al mismo tiempo.

Nos miramos. Una de esas miradas que dura un poco más de la cuenta. De esas que pesan.

—¿Cuánto tiempo te quedarás en la universidad? —pregunté.

—Solo un rato. Quería almorzar con mi hermanita—dijo, señalando a Zoe. Yo sabía que no era solo eso.

Zoe revisó su reloj y se levantó.

—Tengo clase en diez minutos. Ustedes… hagan lo que quieran. Pero no se peleen mucho —tomó un sándwich y se levantó.

—Tranquila —dijo Thomas—. Hoy vine desarmado.

Zoe se fue con una sonrisa, dejando tras de sí un silencio espeso.

—No sabía que compartían universidad

—Entonces esto fue suerte.

—O el destino intentando convencerte de algo.

Rodé los ojos.

—¿Y qué se supone que quiere convencerme?

—De que no me vas a sacar tan fácilmente de tu vida, por más que te esfuerces.

—¿Y tú no tienes clases, ruedas de prensa o alguna premier que atender?

—Hoy no. Hoy tengo tiempo para sentarme contigo si me dejas. O caminar. O solo estar cerca.

—Estás demasiado disponible para alguien tan solicitado.

—Porque tú no estás disponible. Y eso lo hace más interesante.

Me mordí el labio, reprimiendo una sonrisa. Lo odiaba un poco por eso. Por hacerme reír cuando quería estar seria. Por no irse cuando todo sería más fácil si lo hiciera.

—Tengo que irme en diez minutos —le dije.

—Perfecto. Dame ocho.

—¿Y qué harás con ellos?

—Intentar que mañana me quieras dar nueve.

Y con esa frase, caminamos hacia la salida. Sin planes. Solo dos personas que, por razones que aún no sabían explicar, no podían dejar de cruzarse.

Salimos del comedor caminando despacio, con esa especie de cuidado silencioso que aparece cuando ninguno sabe cómo dar el siguiente paso. Thomas mantenía las manos en los bolsillos, como si estuviera midiendo cada palabra que no decía.

—¿Y entonces? —rompió el silencio—. ¿Me vas a seguir mirando así o piensas decirme qué estás pensando?

—Estoy pensando que no sé si esta “coincidencia” fue buena idea —dije sin mirarlo.

—¿Por qué? ¿Temes que te contagie mi carisma natural?

—Temo que empiecen a tomarte fotos mientras camino a mi próxima clase. O peor… que piensen que soy tu fan.

—¿Y eso te molestaría tanto?



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En el texto hay: adolescente, romance, amor

Editado: 03.09.2025

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