La casa olía a sopa y romero cuando llegué. Mamá había cocinado temprano, aunque era yo quien solía hacer la cena. Supongo que ha tenido la tarde libre.
—¿Cómo estuvo tu día? —preguntó desde el sofá, con una manta sobre las piernas y una taza de té en las manos.
—Agitado —respondí, dejando mi bolso en el perchero—. Clases, trabajo, gente.
Ella me miró con esa calma que había perfeccionado a lo largo de los años. Esa forma suya de esperar a que yo hablara, sin presionar. Como si supiera que, eventualmente, lo haría.
Me serví un poco de sopa, me quité los zapatos, y me senté junto a ella. En silencio, al principio. El tipo de silencio que solo se da con alguien que realmente te conoce.
—Hoy me crucé con Thomas en la universidad —dije de pronto.
No era lo que había planeado decir. Ni siquiera estaba segura de por qué lo hice. Pero ahí estaba, flotando entre nosotras.
—¿Fue a verte?
—No. Fue por una cosa de su hermana. Estudia en la misma facultad que yo.
Mamá asintió, sin sorpresa.
—¿Y cómo te hizo sentir?
—Rara. Como si el muro que he construido tuviera una grieta. Como si estuviera dejando que alguien entre por donde no debía.
—¿Te hace daño?
—No. Pero tampoco sé si me hace bien.
—¿Te gusta?
—Sí. Y no. Es que... —suspiré, apoyando la cabeza contra el respaldo del sofá—. Con él, todo parece más brillante. Como si el mundo fuera más grande. Pero también me da miedo. No es mi vida. No es mi espacio. Es como si, si me acerco demasiado, fuera a desaparecer.
Mamá me acarició el cabello, algo que no hacía desde que era niña.
—Amar, Clara, nunca es estar segura. A veces es saltar con los ojos abiertos sabiendo que igual puedes caer.
—Y si me rompo como tú te rompiste con papá...
—Entonces te reconstruyes. Pero no dejes de vivir por miedo a repetir mi historia. No somos iguales.
—¿Y Liam? —pregunté, casi en un susurro—. Él ha estado desde el principio. Me ha cuidado, me ha sostenido. ¿Y si al acercarme a Thomas lo pierdo?
—¿Estás segura de que tienes que elegir ahora?
—No. Pero siento que el tiempo lo va a exigir pronto.
Mamá no respondió. Solo me tomó la mano y me la apretó fuerte.
—Hazlo a tu ritmo, hija. No dejes que nadie te arrastre a un lugar donde no estás lista para estar.
Minutos después, fui a darme un baño. La ducha fue más larga de lo habitual. Dejé que el agua fría corriera por mi espalda como si pudiera limpiarme también las ideas. Me puse el pijama más suave que encontré, me sequé el cabello de cualquier forma y me metí en la cama con una taza de té entre las manos.
Pensaba en muchas cosas al mismo tiempo. En Thomas. En Liam. En la universidad. En mamá. En mí. Y en lo difícil que era aprender a querer cuando nunca te enseñaron a confiar del todo.
Dejé el té en la mesita de noche y tomé el celular para poner la alarma.
Una notificación me sorprendió antes de bloquear la pantalla:
"Mensaje nuevo de número desconocido".
"¿Ya te dormiste, Clara?"
Me quedé inmóvil por un momento, frunciendo el ceño.
"¿Quién eres?"
La respuesta llegó en segundos:
"Tu proveedor nocturno de coincidencias. Y café sin azúcar."
Mi corazón dio un pequeño vuelco.
"Thomas. ¿Cómo conseguiste mi número?"
Pasaron unos segundos antes de que respondiera.
"Un pajarito me lo susurró. Muy profesional y de confianza."
Rodé los ojos, pero no pude evitar sonreír.
"¿Y qué emergencia emocional te llevó a buscarme?"
"Tenía la sensación de que estabas pensando en mí."
Suspiré. Maldito fuera por tener razón.
"Estás muy seguro de ti mismo."
"Solo cuando se trata de ti. ¿Puedo escribirte de vez en cuando? Solo mensajes. Sin café incluido."
Tardé un minuto en responder. No porque no supiera qué decir... sino porque sabía exactamente lo que quería decir.
"Puedes escribir. Pero no esperes respuesta inmediata."
"Esperarte es parte del encanto."
Apagué la pantalla del teléfono, pero no lo dejé lejos. Lo mantuve entre mis manos mientras me acomodaba bajo las sábanas.
Y por primera vez en semanas... me dormí con una sonrisa que no entendía del todo.
Al día siguiente, la mañana en la universidad se me hizo eterna.
¿Fue acaso porque estaba ansiosa esperando un "buenos días" que nunca llegó?
Me dije a mí misma que no. Que estaba cansada. Que tenía demasiado en la cabeza. Que las clases eran largas y pesadas. Que el café no me hizo efecto. Pero en el fondo... lo sabía.
Abrí el celular varias veces. Nada. Ni un mensaje. Ni siquiera el típico emoji estúpido que suele mandarse la gente cuando quería iniciar conversación sin decir mucho.
"Anoche se despidió. Eso era todo", pensé, cerrando la app de mensajes.
Y aun así, cada vez que sonaba una notificación, mi corazón se aceleraba antes de decepcionarse. Qué humillante es esperar algo que dijiste que no te importaba.
Cuando llegué al restaurante, Charlie tarareaba algo mientras anotaba cosas en su libreta.
—Buenas tardes, Clara —dijo, sin levantar la vista.
—Hola, Charlie.
Dejé mi bolso y fui a cambiarme. Al volver, me encontré con él detrás de la cafetera, sirviendo una taza para sí mismo.
—Ah, por cierto —dijo de pronto, como quien se acuerda de algo sin importancia—. ¿Thomas te logró contactar ayer?
—¿Eh? —pregunté, fingiendo desinterés.
—Sí, en la mañana pasó por aquí. Dijo que necesitaba hablar contigo urgente. Parecía bastante insistente.
Tragué saliva. Miré mi celular de reojo, como si aún tuviera los mensajes guardados como evidencia de algo que no sabía si quería explicar.
—Sí. Me escribió anoche.
—Menos mal. Me preocupó un poco su cara. Tenía ese aire de "si no la encuentro, muero". Dramático, pero efectivo —dijo con una risa.