Amor de una pieza

13.Lunes de murmullos

El lunes amaneció con el cielo encapotado y mi cabeza igual de nublada.

Volver a la universidad después de un fin de semana como ese era como fingir que el mundo seguía igual, aunque claramente no lo estaba.

El incidente en el club se había esparcido como un incendio en papel seco. No sé quién lo contó primero —probablemente alguien que solo vio el final—, pero para la tercera clase del día ya lo habían adornado con versiones que incluían puñetazos múltiples, amenazas de muerte y hasta a Thomas con una cadena de oro al cuello.

No ayudaba que algunas personas me miraran como si fuera la protagonista de una película que ellos mismos se habían inventado.

—¿Es verdad que le dio un derechazo tan fuerte que el tipo voló tres metros? —preguntó un chico al que no conocía, mientras esperaba turno en la impresora.

—No lo sé. Yo estaba cuidando mis propios tres metros —respondí, seca.

Lo peor era que no estaba enojada con Thomas. Ni siquiera con el tipo agresivo. Estaba enojada con el ruido. Con la forma en que todo se volvía una historia... menos la mía.

Me refugié en la biblioteca por un rato antes de la siguiente clase. Entre libros y mesas silenciosas, al menos podía fingir normalidad. Hasta que vi a Zoé, buscándome con la mirada.

—¿Puedo? —preguntó, señalando la silla frente a mí.

Asentí.

Zoe se sentó y se quedó callada unos segundos, con los codos apoyados sobre la mesa. Luego suspiró.

—Te debo una disculpa.

—No tienes que... —Sí. Sí tengo que. No tenía idea de que Lucía iba a aparecer, ni de que el idiota ese... Raúl... te iba a molestar. Jamás te habría llevado a un lugar donde pudieras pasar un mal rato. Lo juro.

La miré. Parecía sincera. Y un poco avergonzada.

—No fue tu culpa, Zoe.

—Pero igual. Cuando Thomas me dijo que quería que vinieras, pensé que sería divertido. Una forma de relajarte, de integrarte. No imaginé que terminaría en una escena de acción.

Sonreí con cansancio.

—Al menos no hubo explosiones ni helicópteros.

—Eso fue lo que faltó para que la historia que anda dando vueltas fuera completa.

Ambas reímos, por fin.

—¿Él está bien? —preguntó.

—Sí. Se hizo el valiente, pero tenía los nudillos como si hubiera golpeado una pared.

Zoe se inclinó un poco.

—No es la primera vez que pelea, ¿sabes?

Levanté la vista.

—¿A qué te refieres?

—Thomas no lo dice mucho, pero... tiene historia. Antes de estudiar actuación, antes de irse a vivir solo... era más bravo. Y si peleó por ti, créeme; no es porque se creyera un héroe. Es porque eso toca algo personal en él.

Un pequeño nudo se formó en mi estómago. No sabía si era por su voz, por sus palabras... o por lo que aún no me había dicho Thomas.

—¿Te molestó que lo hiciera? —preguntó Zoe.

—No. Me molestó tener que necesitar que alguien lo hiciera.

Ella asintió.

—Eso te hace más fuerte de lo que pareces.

Y, por primera vez en todo el día, sentí que alguien me veía de verdad.

Zoe bajó la mirada por un instante, como si algo la incomodara.

—¿Sabes? Lo raro fue cómo reaccionó Thomas cuando vio a Raúl.

—¿Raro cómo? —pregunté, sin entender.

—No sé... fue como si lo reconociera. Como si supiera exactamente con quién se estaba metiendo. Y no por lo que dijo el tipo... sino por su cara. Su energía.

—¿Se conocían?

Zoe se encogió de hombros.

—No creo. Pero Raúl no es nuevo en ese ambiente. Mi hermano una vez lo mencionó de pasada, creo que trabajaba en un taller de motos cerca del barrio de los Romero... donde dicen que hay tipos metidos en cosas turbias. ¿Te suena?

—No. ¿Turbias cómo?

—Ya sabes, rumores. Robos, cobros, peleas, esas cosas que siempre suenan lejanas hasta que alguien que conoces las nombra. Pero seguro es exageración.

Zoe sonrió como quien espanta un pensamiento incómodo, pero yo no respondí de inmediato.

Romero.

Ese apellido no me era indiferente. Creo que Thomas lo había dicho. En voz baja, como si pesara. Y ahora Zoe lo soltaba como si fuera una esquina más de la ciudad. Solo que no lo era.

El timbre sonó, anunciando el final del receso. Me despedí de Zoe y salí de la biblioteca, pero el comentario seguía dando vueltas en mi cabeza. Como una semilla que aún no germina, pero que ya dejó raíz.

El resto del día transcurrió como una coreografía de costumbre. Clases, tareas, pasillos llenos de ruido.

Pero ni un solo mensaje de Thomas.

No es que lo esperara...

Bueno, sí. Lo esperaba.

Después de lo del domingo, de lo que compartió en el auto, de cómo casi me besa... lo lógico sería un "¿cómo estás?", un "¿dormiste bien?", algo.

A las dos en punto ya estaba en el restaurante. Saludé a Charlie y a todo el equipo con una sonrisa ligera y fui a cambiarme.

Cuando llegó Liam, me saludó con su habitual "¿Todo bien, jefa?", y yo solo asentí. Pero él me observó con más atención que de costumbre.

—¿Te pasa algo? —preguntó al fin.

—No —mentí. O al menos lo intenté.

Liam ladeó la cabeza, como si esperara que yo misma me contradijera. Como si supiera que algo sí me pasaba.

—Escuché algo hoy... —dijo con cautela—. En la universidad. Que hubo una pelea anoche. Que el actor se metió a defenderte.

Lo miré, algo sorprendida. Los rumores se movían más rápido de lo que yo pensaba.

—Supongo que la historia ya llegó a todos los rincones.

—No estoy aquí para pedirte detalles. Solo quería saber si estás bien.

—Estoy bien —dije, y esta vez no fue una mentira. Solo una respuesta corta.

Liam bajó la mirada por un momento, como eligiendo bien sus palabras.

—Mira, Clara... yo sé que no tengo derecho a opinar sobre tus cosas. No lo pretendo. Pero tampoco quiero hacerme el indiferente. Si algo te hace sentir incómoda, si algo se sale de control... solo quiero que sepas que puedes contar conmigo. No como alguien que quiere algo de ti. Como alguien que está.



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En el texto hay: adolescente, romance, amor

Editado: 19.09.2025

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