Cuando dejamos la cafetería después de desayunar, nos montamos cada uno en el coche en el que llegó.
Hugo conducía por delante del coche de Stefan para guiarlo hacia la "sorpresa" según dijo antes de meterse al coche.
Miro al hermoso chico sentado a mi lado mientras se encuentra tan concentrado en la carretera frente a ambos que no se percata de mi intenso escrutinio.
Veo como las venas que se extienden por la longitud de sus fuertes brazos, los mismo que me tuvieron abrazada durante toda la noche ayer, se hinchan debido al movimiento y presión que éste ejerce sobre el volante.
Contemplo atenta como sus ojos se achinan levemente debido a su gran concentración, formando pequeñas arruguitas, alrededor de sus grandes ojos verdes, que me dan ganas de besar. Me fijo en la pequeña sonrisa maquiavélica que se forma en su bien esculpido rostro y tiemblo pensando qué trama.
Cuando el coche finalmente se detiene, aparto la vista de éste formidable hombre y en escasos segundos el terror me invade de manera y sin control.
Frente a mi se encuentra una gran nave industrial cuyo cartel me informa que me encuentro en la escuela y plataforma de paracaidismo de hawaii, llamada Skydive.
—No saltaré en paracaídas—. Digo rápidamente en cuanto termino de leer el cartel que me da la bienvenida al recinto.
—Oh, si lo harás. Te encantará créeme—. Dice resuelto.
—No de verdad, no puedo.
—Será una sensación increíble, la gente que viene aquí siempre repite. Te gustará nena, ¿confías en mí?— .Me pregunta alzando mi mentón con una de sus manos para que lo mire a los ojos, mientras con la otra sostiene mi mano derecha.
Unas ganas tremendas de decirle un gran y sonoro "No" me inundan, pero para mi sorpresa y hastío, debido a lo que quiere que haga, sí confío en Hugo.
Tomo aire, lo sostengo y lanzo un suspiro intentando tranquilizar mi creciente angustia, sin éxito alguno, antes de contestar.
—Sí, confío en ti.
La pequeña sonrisa que había en su cara hace apenas unos instantes, se ensanchan al instante de escuchar mi respuesta.
—Bien nena, no te arrepentirás—. Dice dándome un suave apretón a la mano que tiene sujeta, pretendiendo ser alentador, aunque a penas lo logra.
Una vez dentro del enorme recinto, que para mi sorpresa no está destartalado a diferencia de lo que se puede ver desde el exterior, un chico alto y moreno, se nos acerca.
Supongo que será el instructor.
A penas un minuto más tarde, el chico, que después de indicarnos dónde esperar, sale de un pequeño cuarto dónde se había metido y había colgado un cartel de "sólo personal", vestido de manera diferente.
Ahora llevaba una camiseta negra con letras impresas en naranja.
Mi suposición es confirmada, momentos después, con un simple "hola, me llamo Carlos y seré vuestro instructor de salto el día de hoy".
Una vez que Carlos nos enseña los pasos que debemos hacer una vez que estemos en el aire, nos dice dónde podemos cambiarnos y se lleva a los chicos a otro lugar.
Mientras nos estamos poniendo los trajes Car no para de hacer preguntas.
—Y... ¿cómo se mueve ese pedazo de hombre?—, pregunta con extrema picardía.
—Baila muy bien, ¿no lo viste en la discoteca?—, contesto haciendo como que no sé a lo que se refiere. Caroline en respuesta bufa y rueda los ojos al cielo.
—Sabes perfecto a qué me refiero—. Me increpa.
—Si, si, pero no me gusta hablar de sexo cuando no lo he tenido.
—¿No lo has catado?—, pregunta abriendo la boca de par en par y con ambas manos a cada lado de su cara, recordándome extrañamente a un emoticono.
Sin poder evitarlo una ráfaga de profundas y fuertes carcajadas sale de mi garganta casi atragantándome.
—Car,... Hugo no es... comida... para catarlo—, le contesto entre carcajadas.
Mi loca y absolutamente extraordinaria amiga hace un lindo mohín con sus labios.
Ohh, qué linda.
—Si te hace sentir mejor, nos hemos besado varias veces y ha sido increíble —. Admito sonrojada.
Los ojos de mi amiga se iluminan de manera rápida.
—Bien—, junta ambas manos en una palmada— eso es buena señal. Pero, ¿qué hicieron toda la noche?
Le cuento a Caroline todo lo que hicimos anoche, mientras nos terminamos de colocar el traje de paracaidismo. Mi amiga me escucha atenta, tan solo interviniendo con algún gritito de ilusión o un "qué lindos" por aquí o por allá.
Después de estar todos sentados y bien asegurados en nuestros lugares, el avión arranca y comienza a tomar altura. Un enorme vacío se instala en la boca de mi estómago en cuando el enorme avión abandona el asfalto de la pista y cierro los ojos respirando agitada.
Hugo, que está sentado a mi lado, sostiene mi mano y se acerca a mi oído susurrando palabras de ánimo. Su cálido aliento choca contra mi helada mejilla debido al miedo y provoca, que unos ligeros escalofríos se adueñen de mi cuerpo.
A la hora de saltar, Car y Stefan insisten en saltar ellos primero para darme tiempo a que me calme un poco, cosa que le agradezco enormemente a ambos.
Cuando proceden a saltar me asomo un poco a tiempo de ver cómo Stefan me levanta dos dedos como señal de que todo va bien.
Hugo se acerca a mí, pone sus manos sobre mis hombros, acerca su cara a la mía y me besa.
—Venga, todo estará bien—. Susurra contra mis labios, acariciándolos con los suyos.
La verdad es que ese tierno gesto me transmite mucha confianza. Asiento.
Me coloca el arnés que va conectado al suyo y se pone la especie de mochila por dónde sale el paracaídas. Siento como mi espalda impacta suavemente contra su cuerpo.
Nos asomamos al infinito abismo frente a nosotros y el fuerte viento hace que el pelo que se ha soltado de mi moño me de con fuerza contra el rostro. Sin esperar más Hugo se lanza al vacío y grandes oleadas de adrenalina recorren mi cuerpo.
Intento acompasar mi respiración a la de Hugo, tarea bastante difícil, que es bastante calmada en comparación a la mía. Seguramente será por que él está acostumbrado a hacer estos saltos, ya que le gustan los deportes de riesgo, y anoche me contó que se instruyó en ésta escuela.