Unos fuertes brazos me rodean por la cintura. Abro los ojos y me asombro al darme cuenta que posiblemente tenga frente a mi la imagen más adorable y sexy del mundo. Hugo durmiendo.
Su gesto que acostumbra a ser un tanto pícaro ahora se encuentra relajado. Sus brazos se aprietan en torno a mí cómo si temiera que me fuese a marchar. Marcharme...
La realidad de esas palabras me golpea, y es que en realidad si me voy a marchar.
Me acerco a su hermoso rostro, acaricio con delicadeza su mejilla y trato de no despertarlo. Inspecciono con detenimiento su rostro, quiero memorizarlo para poder recordarlo una vez que me vaya, aunque en el fondo sé que no podría olvidarme nunca de Hugo. Me acerco lentamente a él y dejo un corto beso en sus labios pero cuando voy a apartarme, las manos de Hugo que parecen cobrar vida propia, me retienen justo ahí y de golpe y sin saber cómo, me veo a mí misma atrapada entre el duro pecho de Hugo y el colchón.
—Buenos días preciosa—. Susurra pegando su frente a la mía.
—Buenos días chico guapo—. Le digo sonriente.
—Tengo una sorpresa para ti—. Dice entusiasmado.
—¿Sí?
—Si, y es un plan solo para nosotros dos.
— ¡Me parece perfecto! —exclamo haciéndolo girar y poniéndome sobre él—. Pero por el momento yo tengo otra idea que también es solo para dos—. Le digo mientras voy dejando un camino de besos desde el final de su oreja hasta su pectoral, pasando por su clavícula, entreteniéndome un poco en esa zona. Deslizo mis manos para tocar un poco más al sur, mientras Hugo comienza a gemir de manera suave, cuando en ese preciso momento la puerta se abre de par en par y deja a la vista, a una Caroline sonriente y un tanto sonrojada por la distracción en nuestros planes.
Escucho a Hugo gruñir y maldecir en bajo mientras mi amiga no para de decir una y otra vez "perdonad chicos" a la vez que vuelve a hacer sus pasos pero esta vez hacia la puerta, por que sí, mi amiga había entrado hasta el centro de la habitación y yo cómo si de una mera espectadora tratase contemplando la escena muerta de risa.
Hugo me mira con una cara de cabreo tremenda que al ver que no paro de reír cambia drásticamente y me imita.
Una vez que estamos vestidos y listos, con la única indicación de llevar ropa cómoda y deportivas, bajamos a desayunar al comedor del hotel en donde nos espera la otra pareja.
Nada más abrir la puerta, busco con la mirada a mi amiga y rápidamente la veo sentada frente a Stef en una mesa para cuatro. Voy hasta ella pero al verme Car es más rápida y cuando me alcanza me lleva, más bien arrastra hasta el baño, antes de entrar veo cómo Hugo llega hasta la mesa y se pone a hablar con Stef.
Resulta que eran amigos desde hace muchos años y como Stef se había ido a vivir a Hawaii, mi lindo chico había venido aquí a visitarlo y pasar con él un tiempo.
— ¡Tía perdona por la interrupción! —, suelta dramática mi querida amiga nada más cerrar la puerta con pestillo tras ella, para que nadie nos moleste, no sin antes comprobar que no hay nadie en los cubículos. Digo dramática por que tampoco es para tanto, no ha visto nada y una vez que se marchó Hugo y yo terminamos el asunto que teníamos entre manos. Así que... ¡esta bien!
—No pasa nada—. Me limito a contestar para tranquilizar a mi amiga.
—Entonces..., ¿qué tal la noche?
No contesto, tan solo le doy una sonrisa de boba enamorada, que no me apetece para nada borrar.
—Uhh, así de bien, ¿eh, pillina?—dice pinchándome con su puntiagudo codo. En otras circunstancias me pondría de los nervios, pero hoy estoy más que feliz. Voy a disfrutarlo mientras dure.
—Tenemos que salir, los chicos nos esperan.
(...)
Una vez que hemos desayunado y los chicos se han despedido de nosotros, Hugo me guía hasta su coche. Me pierdo mirándole atentamente mientras maniobra para sacar el coche.
Hoy está realmente guapo con su pelo rubio algo despeinado, su camisa azul y las gafas de sol que, por desgracia, ocultan sus preciosos ojos.
Ya llevamos unos buenos veinte minutos de trayecto y aún no le he sacado información de a dónde vamos.
— ¡Venga!, dime dónde vamos.
Lanza una carcajada que es música celestial para mis oídos—. ¿No tienes nada de paciencia eh?
—No —admito.
—Pues lo vas a pasar fatal, porque quedan otras tres horas más para que veas la sorpresa.
Noto que el coche se detiene.
—¿Qué?—. Digo poniendo morritos.
—No me pongas esos morritos que me provocas. Ya verás que valdrá la pena la caminata.
Salgo del coche resignada.
Nada más salir veo que hemos aparcado al pie de una montaña enorme, la que me temo es la que toca subir.
Comenzamos el camino agarrados de las manos pero pronto descubrimos que no es la mejor manera ni la más práctica y desde luego tampoco la más cómoda.
Veinte minutos de caminata más tarde estoy prácticamente sin aire y Hugo que me nota medio muerta se detiene para que pueda descansar. Veo que saca una botella de agua de una mochila y es increíble que hasta este momento no me haya fijado en el hecho de que lleve mochila. Me tiende la botella y la cojo agradecida, bebo casi la mitad de la pequeña botella de un trago y se la devuelvo.
—Gracias— digo nada más recuperar un poco el aliento.
—Tranquila.
Nos levantamos y un poco más de cinco minutos después me parece oír agua caer.
— ¡Espera!, ¿oyes eso?
Hugo se queda en silencio por un momento y luego el reconocimiento brilla en su rostro.
—Es un riachuelo que hay por aquí.
— ¿De verdad?, ¿podemos ir?
— ¡Claro!—dice con una sonrisa.
Nos desviamos un poco de nuestro camino inicial y tras atravesar un paso entre árboles llegamos a un precioso riachuelo, medio escondido.
— ¡Qué hermoso!
—Tienes razón—dice Hugo y cuando le miro veo que está mirando hacia mí y noto como un extraño calor se instala de golpe en mis mejillas.