Amor del más allá (historia corta)

Capítulo 2

El dolor no ha desaparecido; solo se ha transformado

En los últimos seis años el ardor agudo de la pérdida se ha convertido en una brasa latente en mi pecho.

He cumplido veinticuatro. Seis años completos viviendo una vida que no he sentido como mía, buscando sin éxito el rostro, el lugar o el nombre de ella

Intenté seguir adelante. Hubieron otras parejas; mujeres dulces, inteligentes, que merecían más que mi presencia ausente. Pero cada vez que la relación se acercaba a algo parecido a la estabilidad o la felicidad, sentía un escalofrío, una voz silenciosa me recordaba que ese no era mi puerto, que mi hogar no estaba ahí. El final era siempre el mismo: no por peleas, sino por la barrera que yo mismo me empeñaba en alzar, la sombra de un sueño que ellas jamás podrían disipar. Terminaba las relaciones porque ella no me dejaba empezar ninguna otra

Es como si desde aquella noche, en la cual la vi en sueños, visión o pesadilla, e realidad ya no importa, Pero esa noche algo dentro de mí se rompió y ya no volví a ser el mismo

Fue como si hubiese perdido mi propósito en el mundo

Hace dos semanas, mi hermana, Liliana, hizo la maleta para la universidad

Debo de confesar que me siento culpable por el alivio que me inundó al verla partir. Ella se ha esforzado por entenderme, pero mi melancolía es una carga que yo no puedo justificar y con la cual ella ha tenido que convivir durante muchos años

Su viaje ha sido la excusa perfecta para rentar nuestra pequeña vivienda y huir de ese lugar que parece exprimir mi energía para buscar un lugar donde poder iniciar de nuevo, lejos de aquello que me persigue en la soledad

El pueblo que elegí se llama Puerto Ceniciento. No es la costa luminosa de mi sueño, sino una pequeña franja de tierra con casas desgastadas por la humedad y el olvido. Lo elegí por la paz que promete su aislamiento, ya que, aún apesar su apariencia desgastada, al ver aquel pueblo senti que debía de ir allí, fue como un impulso irracional que me había arrastrado hasta allí

La casa es una construcción básica, no es muy fuerte, Pero su arquitectura es acogedora y cómoda para habitar, aunque un poco inclinada por el tiempo. La compré a una anciana con ojos acuosos que se llama Elena

—Esta casa necesita cariño, mijo —me dice tendiéndome las llaves

Echándole una mirada a la casa, no puedo evitar preguntar por su antiguo poseedor

—Una joven —evade, mirando hacia las flores marchitas del jardín—. Se fue antes de tiempo. Hay almas que... no terminan de irse del todo, ¿sabe?

Iba a decirle algo, Pero se giro hacia la casa y hecho a andar, así que sin más remedio la sigo

Al cruzar el umbral casi de inmediato, siento un déjà vu. No por la arquitectura, sino por la atmósfera, una pesada y dulce presión se instaló en mi pecho, la misma sensación de pertenencia que me había doblegado en la arena de aquella visión. Y un aroma, no es moho ni polvo; es un tenue perfume a salitre y jazmines

Olvidandome por completo dela señora sigo con mi olfato el aroma que baña mis fosas nasales hasta una habitación donde increíblemente el aroma se hace un poco más fuerte y que, curiosamente, me transmite paz

No fue necesario pensarlo mucho, porque he Decido que ese pequeño cuarto que da al jardín, que por los colores que lo adornan, era donde yacia la antigua dueña

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Los primeros días, intenté atribuir lo extraño al mantenimiento

Un día, dejé las llaves sobre la mesita de noche, per a la mañana siguiente estas estaban sobre el marco de la ventana, cubiertas por un fino polvo que parecía arena.

Lo olvide

Pensé para mí mismo

Luego, la actividad se enfocó

Tenia una foto de mi última ex, Ana, en el tocador, curiosamente La encontré bajo un montón de calcetines

Aunque me extrañe La devolví a su sitio sin darle importancia, Pero a la hora, la foto había desaparecido por completo.

El miedo me recorrió la espalda

Ya no era el viento. Era algo que se encontraba en la casa, y que curiosamente estaba haciéndose notar, Pero algo que senti, de manera quizás un tanto ridícula es que ese algo era celoso de mí

Está noche, mientras leo en la sala, un libro de poesía que tengo en el estante cae al suelo es Cantos de Ausencia.

Al recogerlo noto que una página está marcada, un verso sobre la espera eterna. No recuerdo haberlo marcado, por lo que frunzo el ceño con confucion

Al lado del verso, con una letra infantil y temblorosa que no es la mía, hay una pequeña X dibujada a lápiz

—¿Quién eres? —susurro al aire, sintiendo el frío que se me instala en la nuca

La respuesta no es una voz, sino un sonido en la cocina. El golpe metálico y fuerte de un objeto al caer

Corro a la cocina, pero No hay nada en el suelo. Pero sobre la mesa, algo que no ha estado allí antes brilla tenuemente: una caja de madera de cerezo adornada con flores de papel.

Con las manos temblando y dudando un poco la abro, dentro, bajo algunas cartas anudadas por la humedad, se encuentra un único objeto envuelto en seda amarillenta: un retrato

El aire se me escapa de los pulmones

Es ella

Es el rostro redondo, las mejillas sonrosadas, los ojos almendrados y el cabello liso que el mar había mecido en mi sueño. Tiene el mismo gesto en la boca, esa sonrisa que me ha mantenido vivo por seis años, y que a su vez, a sido mi calvario

Una de las cartas se ha deslizado al suelo, por lo que me inclino y la levanto. Esta fechada hacía diez años y escrita por una madre.

—Mi querida hija... no entiendo por qué te fuiste. Pero te prometo que cuidaré de tu casa

El nombre de la hija en el encabezado esta mojado, ilegible. El nombre se hab borrado, pero el rostro... el rostro esta ahí, real y eterno

El retrato vibra ligeramente en mis manos. La casa cruje como si se quejara. Ya no hay dudas. Ella ha existido y sigue existiendo. Y ahora, está aquí




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