Capítulo 21: No me abandones.
Connor Jones.
—¿Qué?
Es lo único que pude articular antes de que ella intente cerrarme la puerta en la cara, pero soy muy ágil en evitar en que lo haga, así que Gemma retrocede unos pasos, lejos de mí, huyendo de mí, no pude evitar que eso me doliera.
Es como si yo soy la propia bestia acechando a su presa.
Pude notar que sus ojos están escandalosamente hinchados, y el leve presentimiento de que ha estado llorando por mí, me hace sentir culpable. Miserable.
Su rostro es inescrutable, ido, fuera de lugar en toda la habitación. Sus labios se encuentran resecos y con temblores ligeros. Sus mejillas y nariz optaron un color rojizo, que me ha dado entender que ya lleva mucho tiempo llorando.
Me quise acercar más a ella, pero retrocede, arroja un florero haciéndose añicos, como si eso pudiera evitar mi andar hacia ella.
—¡Aléjate de mí, Connor!
Esta vez, grita ahogada en dolor —está temblando de rencor y coraje—, no obstante, por mi parte, no me acerco más a ella, manteniendo las ansias de abrazarla, no quiero arriesgarme de que se pueda hacer daño, así que me conservo en mi sitio que nos divide a ambos sin invadir mucho su espacio personal.
Sin embargo, hago el amago de estirar mi mano para poder tomar la suya pero ella la aparta bruscamente, eso me apuñala en el corazón.
—Gemma, amor... —dije, dolido por haber evitado mi tacto hacia ella.
—¡No trates de tocarme! —Solloza triste, dolida, rota—. ¡Vete, Connor! ¡Vete! ¡Vete!
Sus palabras cada vez me duelen más y la verdad no sé cuál es la razón por la que ha estado llorando todo este tiempo, pero me da a entender cada vez que quiero acercarme a ella que ha sido por mí, que se trata de mí.
El coraje se ha instalado en mi sistema, y la inquietud ya está empezando a carcomerme lentamente.
El cuerpo de Gemma no ha dejado de temblar de impotencia y eso me hace sentirme mal... ¿Qué le he hecho para que este así conmigo?
Por una parte me digo a mi mismo que ya no debo de acercarme, que ya basta con tan solo mirarla vulnerable, pero por otra parte, mi parte necia, me dice que debo de consolarla y recurrir a ella...
A la mierda todo.
Me apresuro rápidamente hacia ella e hice oídos sordos a sus demandas en que no me acerque a ella, la abrazo sin temor alguno.
La abrazo con ganas de poder sentirla cerca de mí, sin embargo, por su parte no se inmuta en enroscar sus brazos a mi trozo como solía hacerlo siempre que la abrazo, solo se queda estática, tratando de procesar mi acción. Sólo se escucha sus sollozos, su respiración agitada y su corazón desenfrenado que no deja de latir rápido en su caja torácica.
Yo no hago ningún amago en soltarla, es lo que menos quiero en estos momentos, así no responda a mi abrazo, el cual, su respuesta ninguna hacia mí me afecta, pero no se lo hago saber en estos momentos.
Pasaron unos minutos así hasta que ella comienza a removerse en mis brazos bruscamente, como si mi cercanía y tacto le queman su piel, no obstante, yo no la suelto, mi lado egoísta me dice que no lo haga —es como si hubiera olvidado mediante el abrazo que está molesta conmigo, hasta que lo recuerda—, pero comienza a golpearme fuertemente, algo que me toma por sorpresa y de imprevisto. Mi mejilla comienza a arder ligeramente y ahí supe que es momento de soltarla.
Ubico mi mano en mi mejilla para sobar esta y observo su rostro, furioso, triste, colérico, devastado... decepcionado. No hubo ningún atisbo de emoción cuando me golpeo de esa manera, pienso que se arrepentiría por ello, pero no es así.
La miro impresionado por eso, pero su rostro sigue siendo el mismo, esta vez más decepcionado que antes, y eso me preocupa demasiado.
¿Qué habrá pasado?
La duda comienza a carcomerme poco a poco, y decido que ya es hora de preguntar.
—¿Qué ocurre, Gemma? —pregunto, tomando una postura recta y olvidando mi dolor de mejilla completamente.
Ella me mira indignada e incrédula, como que si lo que acabo de decir es fuera de lugar. Su rostro se torna furioso y una risa sin humor alguno brota de su garganta.
Se seca una lágrima que recorre por su mejilla, tuve la necesidad de limpiar aquella gota, pero me resisto por su estado de ánimo ya que no me quiere cerca de ella tampoco.
Y en cada momento no dejo de preguntarme qué habré hecho para que ella actúe así conmigo.
—Lo sé todo, Connor.
Dicho esto, empieza a llorar desconsoladamente.
La culpa comienza a caer en mi lentamente cuando ella dijo que lo sabe todo, y la verdad sé perfectamente a lo que se está refiriendo, tampoco puedo a último minuto hacerme el desorientado y preguntarle a lo que se quiere referir, porque sé que empeoraría las cosas y es lo menos que quiero hacer en estos momentos.
Es inevitable no preguntarme quién carajos le contó a Gemma sobre mi matrimonio, y la nefasta pregunta me pone demente.
—¿Quién te dijo? —siseo molesto. Aprieto levemente el puente de mi nariz desesperado.
Mi mirada no se despega de ella, la observo detenidamente y pude notar que se puso ligeramente nerviosa, pero así como duró, se va de inmediato.
—Eso es lo de menos... —murmura, como una niña pequeña, su mirada decae y vuelve para centrarse en mis ojos. Los suyos se encuentran cristalizados, vacíos—. ¿Por qué? ¿Por qué, Connor?
Sus preguntas apuñalan fuertemente a mi corazón y no pude evitar sentirme un cabrón por todo lo que le estoy haciendo.
—Yo te lo iba a decir, Gemma, yo... —me corta abruptamente, para que deje de hablar.
Ríe sin gracia alguna.
—¿Cuándo pensabas decírmelo? O mejor dicho, ¿Cuánto tiempo lo ibas a seguir ocultando? ¡Eres un maldito mentiroso! —grita, señalándome con disgusto.
—Por favor, Gemma, no me digas así... —siento como mis ojos se empiezan a cristalizar porque ella me ha llamado de esa manera y se siente como si te hubieran golpeado en el estómago.
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Editado: 18.12.2020