Amor Dulce y Salvaje

DÍA CALUROSO

El día había sido caluroso, Alma se había encargado de todas las actividades cotidianas en la hacienda, ya eran las 4 de la tarde y sintió la necesidad de tomar un respiro; su mente voló hacía una tierna sonrisa y unas dulces manitas que la acariciaban con delicadeza y gritaban de alegría al escuchar su voz. Tomó su  caballo Mushu y emprendió el viaje hacía la casa. -Florecita de mi vida!!!- Tal como se lo imaginó la niña dió un grito de alegría...se encontraba sentada sobre la grama, en una manta de colores, jugando con su muñeca. Dominga se encontraba a su lado limpiando frijol. -Mamita-. Gritó de nuevo. Alma sonrió, desde que la niña la había conocido, había insistido en llamarla mamá como lo hacía con Dominga. Ella se sentió al principio bastante incómoda, pero después se tranquilizo al asegurarse que Dominga no se molestaba por aquello, al contrario sentía que Alma merecía aquella palabra...había sido una madre no solo para Flor sino también para ella. 

Alma tomó a la niña en sus brazos y la besó con dulzura; luego saludó a Dominga con una sonrisa, gesto que aquella devolvió pero con una sonrisa apagada y triste. Alma estaba cada vez más preocupada por su amiga, su ánimo iba decayendo y ésto estaba afectado su salud, sin embargo la mujer se negaba a recibir más ayuda que la de ver al médico una vez por semana.

Después de una media hora de conversación con Dominga y de juegos con Florecita, Alma se  despidió, se alejó a su habitación; se quitó la ropa y  las botas y se vistió con un sencillo traje tipico de manta holgado, parecido a un camisón; que simplemente contenía un sencillo pero hermoso bordado en el cuello y brazos; se colocó unas sandalias tipicas, se soltó el cabello;  tomó su toalla y su arma de fuego y se alejó con rumbo a la poza de agua...la caminata la hizo sentir acalorada, pero al mismo tiempo relajada, tuvo tiempo para pensar y disfrutar del viaje. El lugar estaba a unos 15 minutos de la casa; se internó en su sitio favorito y observó a todos lados para asegurarse que no se encontraba nadie en el lugar; era su lugar secreto, su lugar preferido. Se colocó sobre el peñasco que estaba a unos cuantos metros de alto de la primera poza de agua color turquesa; a su lado habian enredaderas de flores silvestres de color morado y musgo multicolor; al fondo una pequeña caída de agua clara que producía un sonido  suave y relajante. Alma se tomó el tiempo para respirar el aire puro, como siempre acostumbraba completamente ajena a lo que transcurria a su alrededor; se desató las sandalias, colocó el arma a su lado y dejó que sus pulmones disfrutaran de la dulce sensación; luego lentamente fue deshaciendose de sus ropas hasta quedar completamente en ropa interior. 

JOSEPH

Era la primera vez que se internaba solo en esa área del bosque, sin embargo el embrujo de aquel lugar lo hacía no querer detenerse, fue dejándose llevar por el hilo de agua sobre las piedras y pensó que al final encontraría una maravillosa catarata en donde tomar un delicioso baño; durante su adolescencia  hacer viajes de expedición con sus amigos era uno de los hobbies favoritos y ahora había visto como la oportunidad de disfrutar de estos preciados momentos se hacia latente en su vida.

Camino lentamente evitando hacer ruidos, aún no sabía que tipo de animales podrían vivir en esos lugares; el sonido del agua era cada vez más potente, sin dejar de ser agradable y se encontró con una hermosa catarata de agua clara, pero no era lo único que estaba frente a sus ojos, sobre un peñasco se encontraba de pie, la hermosa figura de una mujer desnuda, Joseph tragó saliva, la escena era realmente fascinante, la mujer estaba de pie, de perfi, sin moverse, observando absorta el agua que corría. Como cualquier ser humano, la duda de acercarse y observar mejor a esa hermosa mujer lo sedujo; caminó sin observar el lugar y pisó una enredadera de hojas que lo hizo caer de espaldas.

-¿Quien esta allí?- Joseph hizo un rápido movimiento para desenredarse de su atadura, pero al subir la mirada, la misma mujer lo observaba con rostro de enojo, ya estaba vestida, con los cabellos sueltos y lo apuntaba con su arma. Joseph no tenía miedo, simplemente estaba hipnotizado por la belleza y la fuerza de aquella mujer. No le temía, al contrario, ahora ella tenía el control y lo sabía -¿que haces espiándome?-.

 




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