Amor Dulce y Salvaje

ENERGÚMENO

Todos miraron al interlocutor con sorpresa, sin embargo en el rostro de Alma había sorpresa e indignación. -señora, agradecemos sus atenciones, ya conocimos la entrada, podemos retirarnos solos-. Dijo Felipe, observándo los bellos ojos llenos de  cólera que intentaban disimular el enojo pero que no conseguian disimularlo ni por un segundo-.  Todos salieron de prisa de la habitación; Alma comprendiendo la situación, cerró la puerta, caminó hacía la cama del enfermo, no sin antes tomar una silla que colocó cuidadosamente al lado de la cama y con una sonrisa irónica en el rostro se dirigió a su huesped. -Diga usted señor, ¿que puedo hacer por usted?- La ironía de la mujer hizo que Joseph ocultara la sonrisa que estaba a punto de obsequiarle; le parecía la mujer-enojada más bella que había visto en su vida. -Señora, agradezco su pronta atención, pero usted y yo tenemos que hablar-. -Eso creo señor Joseh-. -Gracias señora por la delicadeza de averiguar mi nombre y tener la gentileza de mencionarlo....- Alma apretó el puño, estaba a punto de descargarselo en medio de esos 2 ojos azules. -Continúe señor, antes que mi paciencia se agoté hasta el punto que sea yo, personalmente la que lo saque a patadas de mi casa-. -Uhhhh, que barbaridad señora!!! después de haber cometido un intento de homicidio en mi contra, en lugar de buscar una conciliación, continúa amenazando mi vida-. -¿Amenazando su vida?, que tontería es esa?, ¿lo he traído a mi casa, ha sido atendido por un médico y tratado adecuadamente y me sale con esas tonterías?- -¿Déjeme recordarle que todo esto usted lo ha causado?-.  Ahora Alma tenía ambos puños presionados con fuerza, por su cabeza pasaba la idea de un golpe en medio de los ojos y otro en su vientre de lavadero!!!. -Mire señor, está haciendo que considere la idea de cometer un verdadero homicidio ahora y no quisiera manchar con su sangre mi casa-. -Jajajaja-.  -¿De que se ríe usted? Joseph no creía lo que la mujer decía, sabía que era de armas tomar!!!, pero no era una homicida, simplemente era una mujer de carácter de leona y eso le parecía excitante, hasta el punto que ni el dolor que aún sentía en todo su cuerpo y la fiebre que aún estaba haciendo mella en su cuerpo, disminuía su deseo de tomar esos labios carnosos y dulces, porque aúnque aún no los había saboreado, no dudaba que eran como la miel pura y deliciosa. 

-Quiero una disculpa señora-. -¿Que?- ¿está loco?- Alma se pusó de pie, mostrando inconscientemente su altura y la forma de sus pechos, ya que aún tenía puesta su bata típica, pero que a Joseph no le hacía borrar la imagen de ese cuerpo desnudo frente a sus ojos. -Mire señor Joseph, no espere escuchar ninguna disculpa de mi parte, porque no pretendo hacerlo, usted estaba espiándome y eso...eso es un delito, usted es un enfermo ¿sabe? y si no estuviera en esas condiciones, yo ya lo hubiera enviado a su casa junto con sus amigos-. -Señora, acerquese por favor-. Alma giró los ojos, él se escuchaba cansado, su reacción había cambiado de un momento a otro y eso logró su atención, se acercó a unos cuantos metros de él, cuando de repente, el hombre de un movimiento rápido se sentó en la cama, no así mostrando el dolor que había provocado con su propia acción. Cubrió su cuello completamente con su brazo que mostraba múltiples picaduras rojizas, la atrajó hacía sí, provocando que Alma cayera sobre el cuerpo del hombre, rápidamente buscó sus labios y se sumergió en ellos, como lo había estado deseando desde aquel instante en que la vió junto al rio, ella forcejeó, pero él no pretendía detenerse, la obligó a abrir la boca y a profundizar en aquella dulce cabidad, que parecía cada vez más profunda y delirante. Ella intentó soltarse, pero estaba hipnotizada, la sensación de aquel beso, le había encendido todos los sentidos y había provocado aquel movimiento inconfundible en el estomago. 

Segundos después, la mujer había roto el hechizo, lo había empujado con tal fuerza que el hombre estuvo a punto de caer de la cama. -Animal, ¿que hace?- Las mejillas de Alma estaba encendidas, casi en llamas, los labios le dolian, pero el dolor más exquisito que había sentido en tanto tiempo. Joseph sonrió. -Empezando a cobrarme la deuda-. Y sonrió de nuevo enseñándole sus hermosos hoyuelos. -Mañana señor, saldrá de aquí, ya no es bienvenido en mi casa y no me importa las circustancias en las que se encuentre-. Y salió de prisa de la habitación, con tanta confusión, que no podia entender cuanto su cuerpo estaba a punto de vencer su raciocinio. 




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