Amor Dulce y Salvaje

SIN TI...

-Patrona- dijo Fermín alcanzando a Alma, cuando ésta se dirigía hacía los establos. -¿Que sucede hombre te veo asustado?- Hay un nuevo pleito en la aldea. -¿De que se trata ahora?- dijo Alma, con un tono que indicaba cansancio y preocupación. -Hay una turba enardecida en la aldea;  atraparon a 4 hombres que se les acusa de estar robando las cabras de los campesinos. Ella lo miró con gesto interrogatorio... -lo peor patrona, es que los hombres pertenece 2 a la aldea vecina y 2  a nuestra aldea. Hay una turba enardecida y va hacía la aldea una turba a defenderlos, este será muerterio patrona-. Alma sintió una gran opresión en el pecho, éstos eran verdaderos problemas y tenía que acudir a tratar de negociar; estaba cansada ya de tanto conflicto entre las aldeas, problemas que en lugar de mermar, aumentaban cada día.  -Vamos hombre, intentaremos pararlo-. 

Joseph había llegado a Estados Unidos, le parecía que se había ido por un largo tiempo y era dificil de explicar, pero sentía que ya no pertenecía a ese lugar.; además lo recibía una lluvia torrencial y como era de esperarse, un tráfico espantoso. Joseph finalmente había conseguido un taxi, la demanda era alta y habían muchas personas en espera de abordar; estaba mojado hasta los huesos. El conductor lo saludó por el espejo, era un hombre de edad, con una amable sonrisa. -¿Turista?- dijo. -No, no-. titubeó. -viajé por temas de trabajo, pero...pronto regresaré a Guatemala- dijo, más para sí que para el hombre,  -pues la bienvenida no fue muy cordial- dijo el hombre. -llueve desde ayer por la noche y ya puede imaginarse lo complicado que será llegar a nuestro destino- . -Lo imagino-. Joseph le proporcionó la dirección al hombre, se recostó sobre el sillón y continuaron la marcha. -¿sabe? cambiaremos la ruta- dijo. -quiero que me lleve a la joyeria XX...creo que haré una compra suamente importante- y sonrió. El conductor lejos de molestarse... lo imitó y sonrió-. -Vamos entonces- dijo

Joseph había llamado a casa, sus padres lo esperaban impacientes, no había querido indicarles el día y hora para que no fueran por él al eropuerto, prefería llegar por su cuenta a casa. La conversación con su padre sería larga y dificil. Estaba consciente que su padre no cedería fácilmente por el cambio de ubicación de la planta; era consciente que ya se había invertido en los primeros trabajos y en el personal que se encontraba en el lugar, de lo que no dudaba era que el proyecto funcionaría y que el impacto al medio ambiente se reducía al más mínimo; además sabía que como empresa podrían implementar proyectos orientados al trabajo social, en donde saldrían beneficiados los habitantes de las 2 aldeas. Estaba seguro que ambas partes saldrían beneficiadas, su padre y accionistas y por supuesto Alma con los habitantes de las aldeas y la hermosa vegetación de los alrededores. Con respecto a su próxima boda sus padres tampoco estarían muy convencidos, pero al comprender que todo aquello era la verdadera felicidad de su hijo, terminarían comprendiendolo y  por supuesto aceptándolo. 

Finalmente llegaron a la Joyería XXXX, el taxista como que fuera su amigo de muchos años, lo acompañó a elegir el preciado anillo, el corazón de Joseph latía completamente desbordado de alegría, observaron por largo rato, los dos hombres tenían los ojos muy abiertos, mirándo todas los anillos con diversas perlas que le mostraba la vendedora y escuchando atentamente sus observaciones, finalmente Joseph encontró lo que buscaba, era un anillo sobrío, pero muy elegante y bonito; conocía a su chica, había aprendido de sus gustos y sabía que ella estaría encantada con él; sacó su tarjeta de crédito y lo pagó, lo guardó en la bosa de su chaqueta y  juntos regresaron al taxi.  

La lluvia aún no había cesado, al contrario, estaba cada vez más fuerte,  Joseph recordó las tormentas que  había vivido en la hacienda, recostado sobre una silla de mimbre, con una taza de café en mano y cubierto con la misma manta típica que cubría a Alma; era la primera escena que venía a su cabeza, observándo la dulce sonrisa de aquella mujer que encendía sus sentidos con solo una mirada, también aquella en la que junto a Fermín, el resto de empleados y la propia Alma luchaban por dirigir al ganado a un sitio seguro y resguardarlo de la tormenta; se recostó sobre el asiento y cerró los ojos, ahora iba sentado en el asiento del copiloto. De repente escuchó un estruéndoso ruido y lo siguiente fue una completa y fria oscuridad.

 

 




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