NARRADOR OMNISCIENTE.
Axel despertó esa mañana con una sonrisa en los labios, estirando los brazos hacia el lado de la cama donde esperaba encontrar a Isabella. Pero al tocar el frío vacío de las sábanas, su corazón dio un vuelco. Abrió los ojos por completo, sorprendido de no verla a su lado. Se sentó en la cama, parpadeando para despejarse el sueño, y escuchó el silencio pesado de la casa. “Quizá ya se levantó”, pensó, intentando ignorar el mal presentimiento que comenzaba a formarse en su pecho.
Se levantó, se puso una camiseta y salió de la habitación, buscando a Isabella en el apartamento. Al no encontrarla en la sala, sus ojos se posaron en la mesilla de noche, donde una hoja de papel doblada estaba cuidadosamente colocada. Algo en su corazón se rompió en ese instante, incluso antes de que sus dedos temblorosos tomaran la carta. La abrió con manos que no dejaban de temblar y comenzó a leer.
Mi amado Axel,
Cuando leas estas palabras, ya no estaré a tu lado.
Te escuché atentamente anoche, y cada palabra que dijiste quedó grabada en mi alma. Hablaste de tus sueños, de tus metas, y de cómo nuestra vida juntos estaba destinada a ser un camino compartido hacia un futuro brillante. Nunca me has ocultado cuánto significa para ti llegar a ser director y así, un día, liderar los hospitales de tu familia. Quiero que ante todo sepas, que yo he estado a tu lado en cada paso, apoyándote y amándote con todo lo que soy.
Pero hay algo que no te dije, algo que me ha estado carcomiendo por dentro desde hace tiempo. Anoche, mientras estaba en la cocina, escuché como hablaban de ti, de tu futuro en el hospital, y de cómo mi presencia en tu vida podría poner en peligro todo por lo que has trabajado tan duro. Mencionaron que, por ser yo quien soy, una figura pública constantemente bajo el foco de los medios, tu ascenso podría verse comprometido. Las palabras de ese hombre resonaron en mí como una sentencia.
Axel, no puedo ser la razón por la que no alcances tus sueños. No puedo permitir que el amor que siento por ti sea el motivo por el que no llegues a donde debes estar. Tú mismo lo dijiste anoche: ‘Nadie debería dejar lo que realmente quiere ser por otra persona’. Esas palabras se quedaron grabadas en mi corazón, y me di cuenta de que tenía que hacer algo que nunca creí posible.
No me busques, Axel. No trates de encontrarme. Debes continuar tu vida, perseguir tus sueños sin que mi sombra esté sobre ti.
Quiero que logres todo lo que te has propuesto, que llegues a lo más alto sin que mi presencia te pese o peor, que nos desgaste y acabemos reprochándonos por culpa de quien pasó. Sé que será difícil, pero si alguna vez me has amado tanto como yo te amo a ti, entenderás que este es el mayor sacrificio que puedo hacer por nosotros.
Voy a intentar seguir adelante, aunque sé que nunca podré olvidarte.
Siempre serás el amor de mi vida, el hombre que me enseñó lo que significa amar de verdad. Pero no podemos seguir juntos si eso significa que alguno de los dos tiene que renunciar a lo que más quiere. No sería justo.
Te amo con locura, Axel, y siempre te amaré. Pero ahora, te dejo en libertad, para que puedas volar hacia los sueños que siempre has tenido.
Por favor, olvídame si puedes, y vive la vida que mereces. Yo haré lo mismo, aunque sin ti, nada será igual.
Con todo mi amor,
Isabella.
Las palabras de la carta lo atravesaron como un cuchillo. Axel sintió que le faltaba el aire, su visión se nubló, y antes de darse cuenta, estaba gritando el nombre de Isabella, como si al hacerlo ella pudiera aparecer de nuevo frente a él, como si su amor pudiera revertir lo irreversible.
Salió corriendo de la habitación, con la carta arrugada en su mano, buscando desesperadamente por todo el apartamento. Abrió los armarios de su dormitorio, uno tras otro, y cada espacio vacío le dolió más que el anterior. Su ropa ya no estaba. Los pequeños detalles, esos que llenaban su vida de ella, habían desaparecido.
Corrió hasta el salón, abrió la puerta de la calle y se asomó, buscando alguna señal, cualquier rastro de que Isabella podría estar aún cerca. Vio su coche estacionado fuera y las llaves sobre la mesita, pero no había rastro de ella. Desesperado, volvió al interior y tomó su teléfono, marcando su número con dedos temblorosos. El tono de llamada sonó, una y otra vez, hasta que la línea se cortó con un mensaje frío y distante que le confirmó lo que temía: “El número que ha marcado está apagado o fuera de servicio. Por favor, inténtelo más tarde.”
Axel sintió como si el suelo se abriera bajo sus pies. Cayó de rodillas en medio del salón, la carta aún en su mano, ahora arrugada y húmeda por las lágrimas que no pudo contener. El dolor era insoportable, como si cada palabra escrita por Isabella le arrancara pedazos del alma. Ella se había ido. Se había marchado para siempre, y él sabía, en lo más profundo de su ser, que no había nada que pudiera hacer para traerla de vuelta.
La habitación que había compartido con ella, antes llena de risas y amor, se sentía ahora como un eco vacío, resonando con las palabras que nunca podría olvidar: “No me busques… Olvídame si puedes…”
Pero, Axel sabía que nunca podría olvidarla. Nunca podría dejar de amarla. Ella había sido, y siempre sería, el amor de su vida, su todo. Y ahora, ella no estaba.
Se levantó lentamente, la carta arrugada en su mano, y la dejó caer al suelo como si al hacerlo pudiera aliviar el peso insoportable que sentía en el pecho. Se apoyó en la pared, mirando hacia el vacío, mientras las lágrimas seguían cayendo, conscientes de que su vida nunca volvería a ser la misma. Isabella se había marchado, llevándose con ella su corazón, y lo dejó con un amor que, aunque inmenso, ya no tenía a quién entregar. Pero no desistiría cumpliría su sueño sin dejar de buscarla, porque para el su sueño mas preciado, se llama Isabella.
Editado: 18.11.2024