Amor En Blanco

CAPITULO 2

ISABELLA.

Estoy en el salón de mi casa, riéndome a carcajadas mientras discuto con Ernesto, mi vecino de toda la vida y, desde hace cuatro años, mi mejor amigo aquí en Madrid.

Es increíble cómo ha estado a mi lado en cada paso que he dado, desde que llegué a esta ciudad llena de recuerdos, que a veces pesan demasiado. Aquí nací, de aquí me marché cuando la fama me alcanzó y aquí regresé en uno de los peores momentos de mi vida.

Hoy, él está especialmente emocionado porque en un par de días vuelvo a las pasarelas, y esta vez es aquí en Madrid. No puede dejar de hablar de ello.

—¡No puedo creer que vuelvas a desfilar! —dice Ernesto, con una sonrisa que le ilumina todo el rostro—. Madrid va a enloquecer cuando te vea de nuevo. Dice con ese aire de diva que tiene, que me hace sonreír.

—Ay, ya, Ernesto, no exageres —le respondo, intentando sonar modesta, aunque su entusiasmo me contagia un poco—. Solo es una sesión de fotos y unos desfiles, nada más.

—¿Nada más? —replica, levantando una ceja—. Bella, no seas humilde. Sabes que todos estarán pendientes de ti. El imbécil de Brad, seguro que ha movilizado al mundo entero. ¡Ah! Silvia me llamo para saber si era cierto, lo que me recuerda, que cuando te vea… mmm… está molesta por no haberse enterado la primera.

Silvia es mi de mis mejores amigas desde que tengo consciencia, junto a su hermano Luis, además de ser cuñada de Ernesto. Luis y Ernesto amigos de siempre se casaron hace dos años sorprendiendo a todos y desde entonces se mudaron cerca de mi casa a las afueras, dejando a Silvia relegada a vivir sola en el centro.

—Lo que te dije, —exclama —sale en la radio que el diseñador Kiko Miro ha contratado a una modelo, no dirá su nombre. Es la sorpresa de la noche—, aplaude —esa eres tú. Vas a volver por todo lo alto.

Sonrío, pero mis pensamientos se desvían momentáneamente al pasado, a la decisión que tomé hace cuatro años, cuando me marché de Roma.

Nunca imaginé que al irme, no lo hacía sola. Fue a los dos meses de llegar a Madrid que descubrí que estaba embarazada, del amor de mi vida.

Una noticia que me dejó conmocionada y asustada a partes iguales.

Pasé meses difíciles, enfrentándome a la realidad de tener que dejarlo todo atrás. El embarazo me obligó a cancelar contratos importantes y afrontar grandes indemnizaciones que pedían algunas casas de moda y que casi me arruinan. Otras me entendieron y me han esperado hasta ahora. Claro, a cambio, por ejemplo desfilando está noche a modo de “compensación”.

Tuve que regresar aquí, a la casa de mis padres, dejar de modelar y desaparecer del foco de la prensa, algo que jamás pensé que haría, pero no me quedó otra opción. Tenía que proteger a mi pequeño Milán, y también protegerme a mí misma. Me costó mares de lágrimas ser un fantasma. Encerrada por semanas hasta que desaparecí.

Más de una vez pensé en Axel durante esos días oscuros, en cómo habría reaccionado al enterarse de que íbamos a tener un hijo. Me torturaba la idea de que lo que hice pudo haberle causado dolor, pero también sabía que era lo mejor para todos.

No quería que mi vida en la farándula afectara a nuestro bebé, y sabía que si Axel se enteraba de mi estado, haría todo lo posible por encontrarme. No podía permitirlo. No después de haber dado ese paso. Tenía que darle un futuro seguro a Milán, aunque eso significara sacrificar mi propia felicidad.

Antes de que pueda hundirme demasiado en esos recuerdos, escucho unos pequeños pasitos acercándose, y enseguida aparece en escena mi pequeño Milán, de tres años, con esos ojos grandes y curiosos iguales a los de su padre, que nunca dejan de derretirme.

—Mamá, ¿te vas? —pregunta, con su vocecita llena de preocupación, mientras se agarra a mi pantalón.

Me agacho hasta quedar a su altura y acaricio su cabello suave.

—Sí, cariño. Los abuelos vendrán a buscarte y se quedarán contigo. Solo será un día, te lo prometo.

—Le sonrío, intentando calmar esa pequeña tormenta que se forma en su cabecita cada vez que tiene que separarse de mí.

—¿A dónde vas? —sigue preguntando, con el ceño ligeramente fruncido.

—Voy a hacer unas sesiones de fotos para una revista aquí en Madrid —le explico, dándole un beso en la frente—. Pero no te preocupes, con los abuelos el tiempo pasará volando, y antes de que te des cuenta, estaré de vuelta. —Después, para los desfiles, si me añoras mucho, vendréis conmigo y os quedaréis en el hotel.

Milán parece un poco más tranquilo, pero entonces se gira hacia Ernesto, con una mirada que ya empieza a tener ese toque de picardía infantil.

—¿Y el tío Ernesto también se va? —pregunta, inflando un poquito los mofletes.

—Sí, cielo —respondo, intentando no reírme de su expresión adorable—. El tío Ernesto también viene conmigo.

Al escuchar esto, Milán hace un puchero tan exagerado y gracioso que Ernesto y yo no podemos evitar reírnos. Lo abrazo fuerte y le doy un beso en la nariz, esperando que eso borre su pequeña tristeza.

—Te prometo que te la devolveré en perfecto estado —le dice Ernesto a Milán, con tono solemne, lo que hace que Milán sonría un poquito, aunque sigue con su puchero.

No me voy con Ernesto, pero a Milán aunque es pequeño, no le agrada que lo deje, así que le digo que Ernesto me acompaña a trabajar. Además si no le dijera eso, se querría quedar con el y Ernesto debe trabajar, el restaurante del que es dueño junto a Luis, lo atrapa por horas los fines de semana.

Justo en ese momento, en qué Milán se dispone hacer una rabieta, se escucha el timbre de la puerta, y poco después entran mis padres.

Mi madre, Alma, me da un abrazo fuerte, como si no me hubiera visto en semanas, y mi padre, Isaac, me besa en la frente, igual que hacía cuando era pequeña. Ellos acaban de regresar de unas mini vacaciones en el sur de Francia.

—Ten cuidado con el trayecto, hija —dice mi madre, mientras acaricia mi rostro con ternura—. Y no te preocupes por Milán, lo cuidaremos estupendamente, como siempre.




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