AXEL.
Acabamos de llegar a Madrid, y ya puedo sentir el peso del día sobre mis hombros. Gracias a Dios, la operación del pequeño que programamos para esta mañana ha salido a la perfección, realmente ha sido un alivio, pero estoy agotado.
El viaje ha sido largo, y aunque estoy acostumbrado a estar siempre en movimiento, hoy siento un cansancio que no solo es físico.
Después de dejar las maletas en el hotel, nos dirigimos al lobby. A mi lado están Franc, Camila, y Albert, tres de los mejores médicos de nuestro hospital y, en cierta manera, mis compañeros más cercanos en esta misión. Reclutar a los mejores médicos residentes que están en el final de su postgrado.
—Oye, Axel —comienza Franc, con esa familiaridad que hemos cultivado tras años de trabajar juntos—. ¿Qué te parece si esta noche salimos a tomar unas copas? No todos los días estamos en Madrid, y dicen que la ciudad tiene una vida nocturna increíble.
Camino hacia el ascensor, sintiendo la presión de su mirada y la de Camila, que ya he notado que se ilumina cada vez que hay una oportunidad de pasar tiempo conmigo fuera del hospital. Aunque aprecio el gesto de ambos, la verdad es que lo último que quiero ahora es salir. Madrid me trae recuerdos de Isabella. Ella nació aquí, fue el primer lugar donde busqué pero no la encontré.
—No lo sé, Franc —respondo, mientras los números del ascensor parpadean a medida que subimos—. Estoy bastante cansado, y mañana quiero estar despejado para la conferencia.
Franc suelta una risa ligera, como si intentara minimizar mi preocupación. Me conoce y sabe lo que está pasando por mi mente.
—Vamos, no seas tan duro contigo mismo. Una copa no te va a matar, y quién sabe, quizás te ayude a relajarte un poco antes de mañana.
—Franc tiene razón, Axel —añade Camila, acercándose un poco más—. Podríamos encontrar un lugar tranquilo, nada demasiado ruidoso. Solo nosotros cuatro, disfrutando un rato. Además, sería bueno distraerse un poco, ¿no crees?
Su tono es suave, con ese toque sutil de coquetería que ha sido una constante desde hace un tiempo. Lo reconozco, y aunque no quiero herirla, sé que tampoco puedo darle falsas esperanzas.
—De verdad, chicos, se los agradezco, pero prefiero descansar esta noche. —Hago una pausa, dándome cuenta de lo importante que es para mí estar en mi mejor forma mañana—. Quiero estar completamente enfocado en la conferencia. Va a ser un día largo y quiero estar preparado.
Franc suspira, resignado, pero no sin antes soltar un último comentario.
—Está bien, Axel, como quieras. Pero si cambias de opinión, sabes dónde encontrarnos. No vamos a insistir. —Esto último lo dice mirando a Camila.
Camila, por su parte, me mira con una mezcla de desilusión y comprensión, aunque puedo ver que no se rinde del todo.
—Entiendo, Axel. Descansa bien entonces. —Sus palabras son suaves, pero hay una nota de molestia en ellas—. Si necesitas algo, estaré en la habitación de al lado.
Asiento, agradecido por su comprensión, y cuando las puertas del ascensor se abren en nuestro piso, me despido de ellos con una sonrisa que no llega a disolver del todo la tensión en mi interior.
—Buenas noches, chicos. Nos vemos mañana temprano.
Entro en mi habitación y cierro la puerta tras de mí, dejando que el silencio me envuelva. El cansancio es real, pero hay algo más que me pesa, algo que no quiero admitir del todo.
Me dejo caer en la cama, pero en lugar de sumirme en la oscuridad, enciendo la televisión, buscando algo que distraiga mi mente.
Las noticias locales llenan la pantalla, y pronto anuncian la Semana de la Moda en Madrid. Es un evento importante, y aunque no estoy al tanto de todos los detalles, reconozco la magnitud de lo que implica. Hablan de modelos internacionales, de diseñadores de renombre, y mencionan que habrá una sorpresa especial. Pero antes de que pueda procesar lo que están diciendo, mi mente ya ha viajado a otro lugar.
Isabella.
El simple sonido de su nombre en mi cabeza hace que todo lo demás se desvanezca. Me pregunto si realmente estará en Madrid. No puedo evitarlo, aunque sé que es inútil torturarme con estas preguntas. Han pasado cuatro años desde que se fue, cuatro años en los que he intentado seguir adelante, pero siempre hay algo que me lo impide. ¿Me habrá olvidado? ¿Habrá seguido ella con su vida, feliz y lejos de mí?
No tengo respuestas, solo un vacío que ni siquiera el trabajo ha logrado llenar por completo. En el fondo de mi mente, siempre hay un pensamiento persistente, una duda que me atormenta. Me esfuerzo por mantener la compostura, por no dejar que estos recuerdos me consuman, pero esta ciudad, este lugar, parece reavivar todo en lo que intento no pensar.
Apago la televisión, incapaz de seguir viendo, y me recuesto en la cama, mirando el techo.
El cansancio me arrastra, pero mis pensamientos no me dejan en paz. Pienso en lo que pudo haber sido, en cómo habría sido mi vida si ella no se hubiera marchado.
Me pregunto si alguna vez podré olvidarla, si algún día podré pensar en Isabella sin sentir este dolor intenso en el pecho.
Finalmente, el agotamiento vence, y mis ojos se cierran, llevándome al sueño. Pero incluso allí, en el mundo de los sueños, Isabella está presente, es una figura constante en la oscuridad, inalcanzable, pero siempre ahí, recordándome que nunca estaré completamente libre de su recuerdo.
La amo tanto, que le pido a Dios, aunque es egoísta, que nunca me olvide, que tenga mi recuerdo presente como yo tengo el suyo.
Editado: 18.11.2024