ISABELLA.
Entro al hospital con el corazón a mil, sintiendo cómo el peso del mundo se desploma sobre mis hombros. Tengo a Milán en brazos, su cuerpo pequeño contra el mío, y no puedo dejar de acariciarle el cabello, intentando calmarlo, intentando calmarme. Pero no puedo. No puedo respirar. Todo ha pasado tan rápido que apenas soy consciente de mis propios pasos. Detrás de mí, Brad sigue, demasiado cerca, como siempre. Lo siento como una sombra, como una presencia asfixiante que no me deja en paz.
De repente, me detengo en seco, incapaz de aguantar más su proximidad, su constante insistencia. Me giro y lo miro directamente a los ojos, con el enojo subiendo por mi pecho como una ola que no puedo detener.
—¡Esto no tiene que ver con Axel! —digo con la voz más firme y cortante que puedo sacar, aunque sé que estoy al borde de romperme—. ¡Esto es por ti, Brad! ¡Por tu maldita insistencia! Si me hubieras escuchado, si te hubieras quedado en tu casa como te pedí, Milán no habría tenido este accidente.
Veo cómo sus ojos se ensanchan, sorprendido por mis palabras, pero no me detengo. No puedo. Necesito decirlo.
—Estabas tan empeñado en seguirme, en discutir, en insistir con tus malditos contratos, que no me di cuenta… No me di cuenta de que Milán había soltado mi mano. Si tú no hubieras estado ahí, insistiendo, esto no habría pasado.
Mi voz tiembla al final, con las palabras quebrándose a medida que las digo. Brad abre la boca para hablar, pero lo detengo con un gesto.
—Por favor, basta, Brad. Ya es suficiente. No necesito que estés aquí ahora mismo, no quiero que estés aquí. ¡Vete!
Él se queda en silencio, con sus ojos llenos de una culpa que no quiero ver. No quiero sentir lástima por él, no ahora. Finalmente, suspira y baja la mirada, resignado.
—No me voy a ir, Isabella. Me quedaré en la sala de espera. Si me necesitas, estaré aquí.
No puedo ni mirarlo. Solo asiento, demasiado agotada para discutir más. Mi mente está completamente enfocada en Milán, en su respiración tranquila y en su pequeño cuerpo en mis brazos. Lo llevo con cuidado hasta una silla y me siento, abrazándolo fuerte contra mí. Necesito saber que está bien, que no le ha pasado nada grave. No puedo perderlo, no puedo.
Finalmente, un médico aparece. Su rostro es joven y sereno, y por un segundo me siento aliviada al ver que me sonríe con comprensión.
—Milán va a estar bien —dice, con una voz suave—. Tiene una fractura en el brazo, pero con una escayola y algunas semanas de descanso, estará completamente recuperado.
Siento cómo una lágrima me cae por la mejilla, de puro alivio. El miedo que he estado conteniendo se disipa un poco, pero no del todo. Agradezco al médico, pero antes de que pueda procesar lo que está pasando, una enfermera se acerca demasiado rápido, con una expresión en su rostro que reconozco demasiado bien.
—Perdona que te moleste, pero… ¿eres Isabella? La modelo, ¿verdad? Mi hermana es una gran fan tuya… ¿Podrías firmarme un autógrafo?
El pánico me golpea como una ola fría, paralizante. No ahora. No aquí. No puedo lidiar con esto. No es la primera vez que me reconocen, pero esto es diferente. Estoy con mi hijo. Mi vida privada tiene que mantenerse al margen. Lo último que necesito es que esto se filtre a la prensa, que empiecen a sacar fotos de Milán, que inventen historias.
—No… no puedo ahora —respondo, con la voz quebrada, pero no puedo controlar el tono brusco que sale de mis labios—. Estoy muy nerviosa… No es el momento. Búscame después.
La enfermera parpadea, sorprendida, pero no insiste. Se disculpa rápidamente y se aleja, pero ya es demasiado tarde. El miedo se ha instalado en mi pecho de nuevo, apretándolo como un puño cerrado.
Me levanto de la silla y empiezo a caminar de un lado a otro, mi mente llena de imágenes horribles: paparazzi, titulares en la prensa, fotos de Milán en los tabloides. No puedo permitir que lo expongan. Tengo que protegerlo. Tengo que hacer algo, antes de que todo se descontrole.
Las lágrimas siguen cayendo, pero no puedo detenerme. Mi única misión ahora es proteger a Milán, alejarlo de todo este caos que amenaza con destruir nuestra tranquilidad. Y mientras me esfuerzo por encontrar una solución, el dolor, la culpa y el miedo se entrelazan, formando un nudo que parece imposible de deshacer.
*
AXEL.
*
El eco de los aplausos muere, pero mis pensamientos no dejan de atormentarme. Me despido brevemente de los colegas que me felicitan por el discurso, agradezco sus comentarios, pero mi mente está en otro lugar.
La imagen de Isabella en la gala se ha quedado grabada en mi cabeza. Lo que sentí al verla después de tantos años… ni siquiera puedo describirlo.
Me esfuerzo por concentrarme, pero es como si algo más estuviera a punto de suceder, como si todo el aire a mi alrededor se hubiera cargado de una tensión inexplicable.
Mientras caminamos por el pasillo, las voces de algunas enfermeras captan mi atención. Al principio, no les presto demasiada atención, pero algo en sus palabras me detiene en seco.
—Bella Cavalli está aquí en urgencias. Llegó hace un rato —comenta una de ellas, y siento cómo mi corazón da un vuelco.
Isabella… ¿Aquí? Mi pulso se acelera. Sin pensarlo, me acerco a ellas, con el pecho apretado por la sorpresa y algo que no sé cómo nombrar.
—¿Disculpen? —mi voz suena más rápida de lo que pretendía—. ¿Dijeron que… Bella Cavalli está aquí? ¿Qué le ha pasado?
Las dos enfermeras me miran, sorprendidas por mi repentina aparición. Una de ellas asiente, con una mirada que revela curiosidad. No me importa si me notan alterado, solo necesito respuestas.
—Sí, llegó hace un rato. Al parecer tuvo un accidente o algo así —responde una, como si lo que dijera no tuviera más importancia.
—Pero vino con un niño —añade la otra—. No sé los detalles, pero no parece grave.
Mis pensamientos se detienen en seco. ¿Un niño? Mi cabeza se llena de preguntas. Isabella no tiene hijos… al menos, no lo sabía. Un torbellino de emociones me inunda: sorpresa, confusión, y un eco persistente de algo más profundo. ¿Un niño? ¿Por qué está aquí, y qué significa eso?
Editado: 18.11.2024