Amor En Borrador

CAPITULO 3: REGLAS DEL JUEGO

Respiraba tan hondo que temía terminar hiperventilando y cayendo redonda al piso junto con las escobas. Pero no, claro que no iba a darle ese espectáculo a Daniel. Bastante tenía ya con estar envuelta en esta situación.

Quizá aún estaba a tiempo de retroceder, decirle que todo fue una broma de “iniciación”. ¡Claro que sí! Esa era una excelente idea. Solo había un pequeño problema: no se podía. Estaba metida hasta el cuello, y solo quedaba tratar con este chico.

—Muy bien —dije, alzando el mentón con toda la dignidad que aún me quedaba—. Pero si vamos a hacer esto, necesitamos reglas.

Daniel arqueó una ceja, divertido.
—¿Reglas? Ilústrame. —Sonrió con descaro, mostrando los dientes.

—Precisamente —respondí, tratando de sonar firme, aunque mi voz temblara un poco—. Todo juego necesita límites.

Levanté un dedo.
—Regla número uno: nada de contacto físico innecesario.

Él dio otro paso hacia mí; ya estábamos tan cerca que pude contarle las pestañas.

—¿Y cómo definimos “innecesario”? —susurró.

Retrocedí instintivamente, solo para darme cuenta de que no había más espacio. Estaba atrapada. Su mirada descendía hasta mis labios, su respiración nublaba mi cuello y, por un segundo… por un mísero segundo, me olvidé de todo: de la oficina, de mis amigas, de mi dignidad. Solo estaba el perfume embriagador que venía de él…

¡No! Reaccioné como si me hubieran lanzado un balde de agua fría. Aparté uno de sus brazos de la pared.

—Pues… esto, por ejemplo. Esto es innecesario. —Carraspeé, intentando calmar los latidos desbordados de mi pecho.

Su sonrisa torcida me dijo absolutamente todo, pero continué, obligándome a mantener la compostura.
—Regla número dos: solo dentro de la oficina. Y regla número tres: nada de chicas… ni de chicos durante el “noviazgo”.

Daniel soltó una risa breve, de esas que no son escandalosas, sino más bien peligrosas. Parecía divertirle la idea; más bien, parecía que yo lo divertía en gran manera.

Lo vi alzar las manos en un gesto de: “Lo que tú digas”.

Pero el escalofrío que se había instalado en mi espalda no se iba; al contrario, parecía aferrarse como una alarma. Gritaba: peligro, terreno peligro, chico peligro. Y, aun así, en el fondo tenía un toque de placer. Lo odiaba por eso. Me había topado con uno que sabía exactamente lo que hacía y, para su suerte, yo era una chica inclinada a la jubilación con seis gatos.

—También… —No pude terminar de hablar, porque justo en ese momento la puerta del depósito chirrió.

—¿Ana? ¿Estás aquí? —la voz de Clara, mi compañera, resonó en el pasillo.

Casi me da un paro.

Daniel, en cambio, ni se inmutó. Solo se inclinó lo suficiente para susurrarme al oído:
—Tranquila, “novia”. No tienes de qué preocuparte… todavía.

Y entonces, sin darme tiempo de protestar, deslizó su mano hacia la mía y la entrelazó con la naturalidad de quien lleva años practicando.

Mi cerebro gritaba: “¡Regla número uno violada! ¡Alerta máxima!”. Pero mi boca… bueno, mi boca no decía nada, porque Clara ya asomaba la cabeza por la puerta.

—Ah, aquí estabas. —Su mirada se posó en mí y luego en Daniel, y pude ver cómo sus ojos se abrían como platos.

Daniel sonrió con toda la calma del mundo, apretando suavemente mi mano como si disfrutara torturarme.
—La tenía escondida —dijo él, con voz casual—. Estábamos… hablando en privado.

Clara pestañeó varias veces, como si no pudiera procesar lo que veía.
—¿Ustedes dos…?

—Sí —respondió Daniel antes de que yo pudiera abrir la boca—. Ana quería mantenerlo en secreto, pero supongo que ya no.

Yo lo miré con el instinto asesino de una viuda negra. Él solo me guiñó un ojo.

Mi corazón estaba tan desbocado que lo único que pensé fue: ¿cómo demonios voy a sobrevivir a esto?

Si te gusta la historia no olvides de votar/seguir/comentar, saluditos de parte de Daniel!




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