Amor en construcción

Capítulo 6: Lluvia y decisiones

La lluvia no se detuvo en todo el día. El hotel parecía suspenderse en una especie de calma líquida, donde el tiempo se estiraba y todo sonaba más lento.
Estela y Luan siguieron trabajando en el desván, clasificando cajas que contaban la historia de su infancia sin que hiciera falta decir una palabra.

A veces hablaban, otras veces simplemente trabajaban en silencio, compartiendo miradas y pequeñas sonrisas. Pero cuando el reloj del vestíbulo marcó las seis, la voz de su madre interrumpió aquella calma.

—Hija, ¿puedes bajar un momento? —dijo desde la planta baja.
El tono era distinto: serio, contenido.
Estela bajó las escaleras, aún con las manos manchadas de polvo.

Su madre estaba en la recepción, con una carpeta elegante y una carta en la mano. La mujer rara vez mostraba emociones, pero sus ojos esa vez tenían algo extraño: mezcla de duda y alivio.

—Ha llegado una oferta de compra—dijo, sin rodeos.
Estela sintió cómo algo se contraía en su pecho.
—¿Qué?
—Una empresa de Zúrich está interesada en adquirir el terreno. Quieren demoler el edificio y construir un complejo moderno. Pagan bien. Más de lo que jamás podríamos obtener manteniendo esto en pie.

El silencio cayó como un golpe seco. Estela miró el sobre, como si bastara con hacerlo para desvanecer las palabras.
—¿Y tú… lo estás considerando?

Su madre exhaló despacio.
—No lo sé. Es una oportunidad, eso creo. No tenemos ingresos, las reparaciones cuestan una fortuna. Tal vez sea hora de soltar.

Estela apartó la mirada. Sentía un calor subirle a la garganta.
—¿Y papá? ¿Qué diría papá de venderlo todo?

Su madre no respondió.
La lluvia seguía cayendo, más fuerte ahora, golpeando los ventanales como si el cielo también quisiera intervenir.

Detrás de ellas, Luan había bajado sin hacer ruido. Había escuchado suficiente.
—Disculpen —dijo con voz suave—. No quería interrumpir.

La madre de Estela lo saludó con una leve sonrisa profesional.
—Luan, tú entiendes de esto. ¿No crees que mantener este lugar es… poco realista?- quiso omitir la mayor razón que tenía.

Él la miró con respeto.
—Realista, quizás no. Pero algunos lugares no se miden en ganancias, sino en lo que representan. Y este hotel… tiene alma. Solo necesita tiempo.

Estela lo observó en silencio, agradecida por su apoyo.
Pero su madre negó con la cabeza.
—El alma no paga facturas, muchacho.

Dicho eso, se alejó hacia la cocina, dejándolos solos.

Estela se dejó caer en una silla, pasándose las manos por el rostro.
—Siempre es lo mismo —murmuró—. Ella mira números, yo miro recuerdos, se que le cuesta admitir que lo vende porque el recuerdo de papá la pone triste, pero porque no puede ver que no solo sufre ella.

Luan se acercó despacio.
—Quizás no tengas que elegir entre uno y otro —dijo—. Podrías mostrarle que el hotel puede ser rentable si se reinventa.
—¿Y cómo haría eso? No soy una diseñadora que haya puesto su trabajo en práctica, ni empresaria… apenas sé usar una brocha sin mancharme el pelo.
—Lo sé —respondió él, sonriendo apenas—. Pero tienes algo más importante.

Ella levantó la vista.
—¿Qué?
—Tienes historia. Tienes corazón. Y eso no se enseña.

Por un momento, el aire pareció detenerse.
Estelaa sintió el impulso de decir algo, pero las palabras se le quedaron atoradas en la garganta. En lugar de eso, tomó la carta y la sostuvo con fuerza.
—No voy a dejar que la vendan —dijo al fin, con firmeza—. No mientras aún me queden fuerzas.

Luan asintió, y esa complicidad silenciosa entre ambos se volvió palpable.
—Entonces empecemos de verdad —dijo—. Si el hotel necesita demostrar su valor, lo haremos. Un evento, una exposición… algo que le devuelva vida.

Estela arqueó una ceja.
—¿Tú crees que podemos lograrlo?
—Yo sé que sí. Pero tendrás que confiar en mí.
—¿Confiar en ti… o dejarte ganar al ajedrez?

Luan soltó una risa, aliviando la tensión.
—Las dos cosas serían un buen comienzo.

Ella también rió, pero en su interior, algo había cambiado.
Por primera vez, la idea de perder el hotel no solo la asustaba… la impulsaba.

Mientras subía las escaleras esa noche, con la carta aún en la mano, se detuvo un momento y miró hacia el vestíbulo.
Luan estaba allí abajo, revisando planos, concentrado, con la luz amarilla cayendo sobre él.

Y Estela pensó —sin saber por qué— que tal vez el destino no la había traído de vuelta solo para salvar un edificio, ni siquiera su relación con el pasado.
Quizás también para volver a creer en los comienzos.



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En el texto hay: nostalgia y amor, romanece

Editado: 18.11.2025

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