El sol de la mañana iluminaba el vestíbulo del hotel con una luz cálida que hacía brillar los muebles antiguos y las paredes algo desgastadas. Estela, con una libreta en la mano, recorría cada rincón del lugar con una mezcla de entusiasmo y nerviosismo.
—Bien, Luan —dijo, respirando hondo—. Necesitamos un plan para demostrar que este hotel tiene vida.
Luan levantó la vista de los planos que había desplegado sobre una mesa y arqueó una ceja.
—¿Tienes alguna idea?
Ella vaciló.
—Bueno… pensaba en algo como… un evento. Tal vez invitar a artistas locales, música, exposiciones… algo que haga que la gente vea que este lugar sigue vivo.
—Suena bien —respondió él, sonriendo—. Pero tendrás que ser específica. Necesito saber exactamente qué esperar.
Estela hizo una mueca.
—Yo… no sé cómo organizar un evento. Pero puedo intentarlo.
Luan soltó una carcajada suave.
—Eso me gusta. La espontaneidad siempre funciona… o al menos crea momentos divertidos.
Durante la mañana, ambos recorrieron el hotel, tomando notas y midiendo espacios. Cada habitación se convertía en una mini-discusión sobre decoración, iluminación y distribución. Y cada desacuerdo terminaba en risas: Estela intentando mover muebles demasiado pesados, Luan deteniéndola a tiempo, y ambos chocando ligeramente en los pasillos mientras maniobraban con cajas de decoraciones antiguas.
—¡Cuidado con eso! —gritó Luan cuando Estela, sin mirar, dejó caer un jarrón antiguo sobre una silla—. Ese es tu trabajo de “decoradora de interiores” según tú, ¿verdad?
Ella se encogió de hombros, fingiendo inocencia.
—Bueno… al menos no rompí nada todavía.
Luan negó con la cabeza, divertido, y volvió a acomodar el jarrón en su lugar.
—Pequeños pasos, Estela. Pequeños pasos.
Al mediodía, se sentaron en el vestíbulo con un café humeante. Habían recorrido cada rincón del hotel, y aunque sus manos estaban manchadas de polvo y pintura, había una chispa de energía entre ellos que hacía que todo pareciera más fácil.
—¿Sabes? —dijo Estela, observándolo mientras tomaba un sorbo—. Cuando era niña, este lugar siempre me parecía mágico. Pero ahora… contigo aquí, me parece aún más.
Luan sonrió, mirándola con suavidad.
—Quizás la magia siempre estuvo, solo que necesitaba que alguien la notara de nuevo.
Hubo un silencio cómodo, lleno de miradas que decían más que palabras.
Estela se dio cuenta de que su corazón latía más rápido de lo habitual, y Luan, sin apartar la vista de ella, parecía sentir lo mismo.
—Entonces —dijo finalmente, rompiendo la tensión—. Hagamos esto. El evento. Mostremos a todos que el Hotel Edelweiss todavía tiene alma.
—Sí —respondió ella, sonriendo—. Pero… tendrás que enseñarme todo lo de la decoración y la organización.
—No te preocupes —replicó él, acercándose ligeramente—. Yo te guío.
Por un instante, sus manos se rozaron al pasarle un plano. Ninguno dijo nada, pero ambos sintieron un pequeño destello de electricidad.
La tarde transcurrió entre mediciones, risas y planes. Estelaa, torpe con las herramientas y la pintura, se convirtió en motivo de carcajadas compartidas, y Luan, paciente y atento, descubrió que su alegría era contagiosa.
Al caer la noche, mientras guardaban los materiales y cerraban el vestíbulo, Estela suspiró.
—Esto va a ser más difícil de lo que pensé.
—Sí —dijo él, sonriendo—. Pero también más divertido de lo que esperábamos.
Y mientras caminaban hacia la salida, la lluvia que había cesado por la mañana dejó paso a un cielo estrellado que iluminaba el hotel.
Estela pensó que no importaba lo que sucediera con la oferta de compra, ni lo complicado que fuera organizar todo, en ese momento, con Luan a su lado, el hotel parecía más vivo que nunca.