El hotel se había transformado en un torbellino de actividad desde que Estela y Luan habían decidido organizar el evento. Cada rincón estaba lleno de cajas, telas, decoraciones y detalles que necesitaban atención.
Ela se movía de un lado a otro, lista con su libreta en mano, anotando ideas, tachando tareas y murmurando para sí misma.
—¿Dónde ponemos esta lámpara? —preguntó mientras sostenía una lámpara de araña antigua—. Si la cuelgo aquí, el comedor se ve más elegante… ¿no?
Luan, que estaba arrodillado midiendo la distancia entre la ventana y la barra, miró hacia arriba y sonrió.
—Sí… pero si se cae sobre los invitados, eso puede ser un problema.
Ela rió, aliviando la tensión.
—¡Prometo que no se caerá! —dijo, aunque el brillo nervioso en sus ojos mostraba que no estaba del todo segura.
Pasaron horas reorganizando mesas, colgando luces y probando diferentes combinaciones de colores y texturas. Cada vez que Estelaa intentaba colocar algo por su cuenta, terminaba causando más caos que ayuda, pero Luan siempre estaba allí, paciente y atento, corrigiendo con delicadeza sus errores.
—Estela, no es que no seas buena —dijo mientras enderezaba un cuadro torcido que ella misma había colgado—. Es que… digamos que tu estilo es más “creativo”.
Estela fingió indignación.
—¿Creativo? ¡Eso suena como un eufemismo para torpe!
Luan soltó una carcajada y continuó trabajando. Pero había algo en esas pequeñas bromas, en ese roce de manos mientras pasaban herramientas, que los acercaba más de lo que ninguno de los dos esperaba.
Al mediodía, hicieron una pausa. Ela estaba agotada, con la cara manchada de polvo y pintura, pero con una sonrisa genuina en los labios.
—Nunca pensé que organizar un evento fuera tan complicado —murmuró mientras tomaba un café.
—Pero… divertido, ¿no? —respondió Luan—. Admito que tu caos tiene su encanto.
Ella lo miró y algo en su corazón dio un pequeño vuelco. No solo estaba enamorada del hotel y de la idea de revivirlo, sino de cómo Luan parecía complementarla: paciente, ingenioso, firme, pero con una calidez que la hacía sentir en casa.
Después del descanso, retomaron los preparativos con más energía. Trajeron manteles, flores frescas y luces adicionales. Cada detalle parecía mínimo, pero juntos lograban transformar cada espacio en algo especial.
—¿Y qué tal si hacemos un rincón con fotos antiguas del hotel? —propuso Ela, mostrando algunas imágenes amarillentas de su infancia—. Podría mostrar cómo era antes y cómo lo estamos transformando.
—Me encanta —dijo Luan, acercándose para ver las fotos—. Eso dará historia y alma al lugar.
Mientras decoraban, también ensayaban algunos pequeños discursos para los invitados y planificaban la música y la iluminación. Cada paso se convirtió en una oportunidad para compartir ideas, miradas y risas, aunque Estela seguía tropezando con muebles o dejando caer adornos sin querer.
Al caer la tarde, el vestíbulo comenzó a tomar forma. Las luces cálidas daban un brillo acogedor, los manteles alineados impecablemente, y las flores aportaban un aroma suave que llenaba el aire. Estela se detuvo en el centro de la sala y respiró hondo.
—Luan… se ve… increíble.
—Lo sé —respondió él con una sonrisa, mirándola fijamente—. Y aún queda lo mejor: mañana, cuando lleguen los invitados, todo cobrará vida de verdad.
Ela lo miró, nerviosa y emocionada a la vez.
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—Espero que todo salga bien… No quiero que mi madre se decepcione.
—Confía en nosotros —dijo Luan—. Hemos hecho esto juntos. Y pase lo que pase, el hotel ya está vivo por lo que le hemos puesto de corazón.
La noche llegó y, con ella, un silencio tranquilo que contrastaba con la actividad del día. El hotel estaba limpio, ordenado y lleno de potencial. Ambos se sentaron en una de las sillas del vestíbulo, exhaustos pero felices.
—No puedo creer que esto sea real —murmuró Estela—. Solo hace unos días estaba en Alemania, intentado tener una vida, alejada del pasado sin una idea clara, y ahora… —se interrumpió, sonriendo nerviosa—. Ahora estoy aquí, rodeada de recuerdos, luces y… alguien que me ayuda a no perderme en todo esto.
Luan le ofreció una sonrisa cálida y sincera.
—Siempre estaré aquí para ayudarte —dijo—. Y no solo por el hotel, todo esto me hace sentir la misma alegría que tenía de niño.
Ela se ruborizó y apartó la mirada, con el corazón latiendo más rápido. Por primera vez en mucho tiempo, se permitió sentir que podía confiar plenamente en alguien, mientras el hotel esperaba pacientemente su gran noche, listo para recibir invitados y tal vez… un comprador inesperado.