Amor en construcción

Capítulo 11: La noche en que el Edelweiss cobró vida

El organizar un evento nunca ha sido tarea fácil y menos si querían dar vida a un hotel, a pesar de que Estela contaba con la ayuda de Luan, algo dentro de ella no estaba segura si esto superaría las expectativas, no era miedo, eran nervios.

El cielo de Basilea estaba despejado, y una brisa suave acariciaba la fachada del Hotel Edelweiss. Nunca antes había lucido tan acogedor ni tan lleno de historia: luces cálidas, velas, flores frescas y pequeños detalles que contaban la historia del lugar lo convertían en un refugio de magia.

Estela,vestida con un elegante pero sencillo vestido, estaba en la entrada junto a Luan (quien no dejaba de mirarla), dando la bienvenida a los primeros invitados. La emoción la invadía: cada sonrisa, cada gesto de admiración hacía que su corazón latiera con fuerza, haciendo a un lado los nervios de hace rato.

Pero lo que más la emocionaba no eran los artistas ni los antiguos huéspedes, sino los vecinos y conocidos que habían compartido momentos inolvidables en el hotel:

  • La señora Müller, vestida de gala, que recordó su boda celebrada en el Edelweiss veinte años atrás.

  • Los hermanos Keller, ahora adultos, que habían pasado cada verano de su infancia corriendo por los pasillos, trayendo consigo a sus propios hijos para mostrarles aquel lugar que había marcado su infancia.

  • El señor Baumann, emocionado, relatando cómo había conocido a su esposa en una de las habitaciones del hotel, y cómo aquel momento había cambiado su vida para siempre.

  • Incluso los dueños de la pequeña librería del barrio, que habían visto a Estela jugar entre los pasillos y se habían convertido en parte de su historia familiar.

Cada uno de ellos traía consigo recuerdos, fotos y anécdotas que mostraban que el hotel era más que un edificio: era un hogar compartido por toda la comunidad, si tan solo su padre pudiera apreciar todo esto.

—Miren lo que han logrado —dijo Luan en voz baja a Estela mientras recorrían juntos el vestíbulo—. Esto no es solo un evento, es una declaración.

Ella sonrió, conmovida, pero también nerviosa. Sabía que su madre aún estaba indecisa y que el comprador podía aparecer en cualquier momento para arruinar la velada.

Y, de repente, él apareció: elegante, serio y evaluando cada detalle con su mirada crítica. Avanzó por la sala, tomando notas y murmurando comentarios sobre supuestos problemas de rentabilidad.

—Todo esto es encantador, pero no justifica la inversión —dijo, con un tono que helaba la sangre.

Estela sintió cómo el nudo en el estómago se hacía más grande, Luan por su lado la tomo de la mano dándole un apretón de confianza fue entonces que algo cambió: los vecinos y antiguos huéspedes comenzaron a hablar. Cada historia, cada recuerdo compartido, hacía que los invitados lo escucharan con atención. La señora Müller mostró fotos de su boda, los hermanos Keller narraron veranos llenos de risas, y el señor Baumann habló de su historia de amor.

El comprador comenzó a mirar a su alrededor con una mezcla de incomodidad y fascinación. Los rostros llenos de emoción y gratitud no podían ignorarse.

—Y eso no es todo —dijo Estela, con voz firme—. Hemos preparado una sorpresa que mostrará que este hotel aún tiene vida.

Luan encendió un sistema de luces escondido entre las vigas del techo y, al ritmo de una suave melodía, el vestíbulo comenzó a transformarse: luces de colores danzaban sobre las paredes, sombras se movían, creando figuras que recordaban momentos felices, risas de niños, abrazos y encuentros. Era como si cada recuerdo del hotel se hubiera hecho tangible y luminoso.

Los invitados quedaron boquiabiertos. Algunos aplaudieron, otros lloraron, y la madre de Estela, que hasta ese momento había permanecido callada, observaba con una mezcla de asombro y emoción que empezaba a suavizar su postura.

El comprador, aunque intentó mantenerse serio, no pudo evitar un gesto de admiración: incluso él parecía reconocer que aquel lugar tenía un valor que iba mucho más allá del dinero.

Entre la emoción y el caos de los recuerdos vivos, Estela tropezó con una alfombra y cayó suavemente en brazos de Luan. Ambos rieron, mientras los vecinos exclamaban con ternura:
—¡Miren cómo se ayuda el uno al otro! ¡Eso también es parte de la magia del hotel!

Esa simple interacción, combinada con la historia y los recuerdos compartidos, hizo que la madre de ella finalmente se acercara. La tensión en la sala era palpable.

—Estela… Luan… —dijo con voz temblorosa—. Nunca pensé que este lugar pudiera tocar tantos corazones de esta manera. Cada historia, cada recuerdo… ustedes lo han hecho vivir de nuevo.

Estela contuvo la respiración.
—Mamá… —susurró—. No se trata solo del hotel. Es de todos los que lo aman. Todos aquí lo han hecho suyo, como fue en su momento con papá.

La madre la miró, con lágrimas brillando en los ojos. Por un momento, pareció que cambiaría de opinión. El comprador, viendo la reacción de la madre y de los invitados, comprendió que su oferta era insuficiente frente al valor sentimental y comunitario del Edelweiss.

La noche continuó, llena de risas, historias compartidas y emociones a flor de piel. Estela y Luan se tomaron de la mano, mirando cómo su comunidad defendía el hotel de manera silenciosa pero poderosa, estaban orgullosos de lo que consiguieron.



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En el texto hay: nostalgia y amor, romanece

Editado: 02.12.2025

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