Amor en dos mundos

¿Cómo llegué hasta aquí?

Seguí sin rumbo hasta llegar a una isla de personas que vivían alejados del exterior. Rodeada de un pantano desastroso y espeluznante. Debido a eso pocos visitaban la isla de Campachi.

Estaba decepcionado de la organización a la que pertenecía. Me había enseñado todo lo que sabía, sin embargo, se aprovechaba de los beneficios que ofrecía. Las personas solo eran un instrumento para conseguir un cometido. Así que, mi padre, un amigo y yo la disolvimos. Acabando con los líderes y todas sus ramas.

Ahora terminé vacío y sin principios morales que me definan. Ya que era parte de una organización que destrozaba la existencia humana y su moral.

Quería empezar de nuevo, pero no me merecía ni eso. Así que solo me perderé de la multitud y quedaré en el olvido en esta isla nórdica.

¿Cómo llegué hasta aquí? Sólo la naturaleza que vio mis pasos lo sabe.

En mi espalda me acompaña una espada, forjada con un material único llamado runium. Su color era algo parecido al dorado y al plateado juntos. En definitiva, si color era algo único también.

No buscaba ni mucho menos quería involucrarme en la vida de los nativos. Observar se volvió mi vivir. Me alimentaba de frutas del bosque y de algunos reptiles, así no llamaba la atención de los cazadores. 

Pasó un año. Ya me sabía cada costumbre y modalidad de los nativos. 

Se regían de un líder, que no era más que un delincuente que había llegado hace 5 años. El cual se proclamaba el salvador. Todo porque él y su grupo de maleantes mataron a un dragón de Komodo enorme.

Desde entonces han gobernado implementando régimen con sus armas de fuego. Lo único bueno es que no le ha quitado al pueblo su libertad de culto, su tradición, su cultura...

Los habitantes de la isla ya llegaron a respetar a Godofredo, el autoproclamado salvador de Campachi.

Había pasado un año y nadie me había visto aún. Algunas veces salvaba a algunos cazadores nativos que se encontraban en peligro frente a otros animales. Pero nunca se daban cuenta quién lo salvaba.

Me oculté hasta que no aguanté más los abusos que cometía Godofredo con una muchacha, hija del antiguo Cacique. La obligaba a hacer deberes hasta explotarla.

Un día se iba a caer desmayada. Salí de mi escondite y la atrapé entre mis brazos.

Esta vez los maleantes la estaban viendo con deseo. Las ganas de acabar con ellos me invadían. Pero no quería matar más. Así que simplemente dejé que me golpearan.

Los golpes iban para la muchacha, aunque fue mi espalda quien los recibió todos.

Con palos y patadas no pudieron inmutarme. Ya me había a costumbrado a los golpes, por tanto, mi piel se fortaleció bastante a los golpes directos y a los cortantes.

Al ellos darse cuenta, sacaron sus armas y compensaron a apuntarme. Al percatarme, me les desaparecí de la vista con mi ultra velocidad. 

Llegamos a mi guarida; una cueva escondida en el bosque. La chica despertó y asustada preguntó:

— ¿Dónde estoy?

La miraba con ternura mientras le decía:

— Estás en mi guarida.

— ¿Qué pasó?

Preguntó ella algo desorientada. Entonces le respondí:

— Tom, Ricard, Milton y Sebastián quería maltratarte.

—¿Quién eres, nunca te había visto por aquí?

Me preguntó con su mirada inyectada a la mía. En cambio, descendía mi vista debido a la vergüenza, admitir quién era me ha entristecido.

Ella al ver que no respondía, se levantó y salió corriendo. Caí al piso de rodillas. Recordar me ha lastimado, me ha hecho sangrar.

Veía cómo el fuego se extinguía por falta de leña. Así que poco a poco la oscuridad del exterior se iba a conectar con mi oscuridad interior.

Un rayo de sol me ha despertado. En busca de un lugar en este mundo, he decidido salir de la cueva y de la oscuridad.

Fui a la aldea, allí encontré a la joven princesa, Nathalia, toda agolpeada. Contemplar tal cosa me pusieron los pelos de punta. Se acabó esta farsa, proclamaba mi rabia.

Llegué justo en una reunión que tenían los maleantes. Entré sin que ellos se dieran cuenta y me senté en una esquina. Cuando estaban en un tema interesante sobre la opresión, del cual se burlaban y además resaltaban las violaciones que les hacían a las jóvenes. Escuchar esto me enfureció más. 

Así que interrumpí diciendo:

— ¡Qué nunca se les olvide mi cara!

Todos sorprendidos me miraron, sacaron sus pistolas y me apuntaron. 

Godofredo me miró un poco nervioso, ya que solo había una sola entrada y él estaba de frente a ella, y nunca vio cómo entré. Entonces me preguntó:

— ¿Quién eres? ¿Qué quieres?

— Soy de la organización, Alas del Búho.

Cuando le respondí, su cara parecía ver un fantasma, la verdad eso éramos, un grupo fantasma.

Con voz temblorosa, se paró de la silla y dio la orden de que dispararan, en lo que él salía de la choza.




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