Amor en dos mundos

Elegidos por el destino

El golpe de la caída fue el menor de mis preocupaciones. La oscuridad nos invadía, hasta que una voz nos guió hasta una antorcha. Nathaly se aferró a mi cintura hasta que la luz alumbró su cara asustada. Ella era fuerte, pero le temía a la oscuridad. 

—¿Quiénes son ustedes? ¿Dónde están los duendes?

Dijo el hombre con la antorcha y vestido de un disfraz extraño.

Detrás llevaba toda una compañía parecida a la guarda real. Entonces, volvió a tomar la palabra y dijo:

— Si no responden, los mataré.

Nathaly, impulsada por la espada, tenía intenciones de atacar. Sin embargo, la presencia de estos hombres me hacía sentir débil. Era como si algún tipo de hechizo nos debilitaba. 

Caímos rendidos en el piso. Mi hermana fue la primera en caer y luego yo. Lo último que escuché fue: "Ellos no parecen de este mundo".

Cuando desperté, estaba en una carreta de camino hacia un castillo. No entendía dónde estábamos. Los seres que nos rodeaban no parecían humanos normales, por lo menos no a los que estaba acostumbrado a ver. 

La curiosidad no sólo fue mía, también los pueblerinos nos observaban con extrañeza.

Llegamos al castillo. Allí nos colocaron en el centro de una gran sala. Y comenzaron a interrogarnos nuevamente:

— ¿Quiénes son? ¿De dónde vienen? ¿Dónde están los duendes?

Mientras observaba el lugar, el cual tenía un trono al fondo, donde estaba sentado el hombre que tenía anteriormente la antorcha. Dos cortinas rojas desprendían a sus laterales. Una composición rudimentaria formaba los altos muros. Un piso bien pulido. A mi alrededor había dos guardias con lanzas muy largas en manos y el que nos interrogaba usaba un pañuelo en el cuello como bufanda y una vestimenta larga, acompañada de un sombrerito morado. 

Mi hermana no presentaba signos de miedo. A pesar de que unas cadenas nos envolvían las manos y los pies, nuestra postura era firme.

Quería respuestas, por tanto, necesitaba responderles a ellos.

— Soy King y ella es mi hermana Nathaly. Venimos de un planeta llamado Tierra. Si los duendes que buscaban eran algunos siete, sepan que fueron asesinados por nosotros en nuestro mundo.

La postura del rey al igual que el interrogador, cambiaron. Entonces, el rey sin quitar su mirada de nosotros, preguntó:

—¿Cómo llegaron hasta aquí?

Se me escapó una sonrisa. Incliné la mirada y respondí:

—Mi hermana tocó un portal y fuimos succionados. No sabemos cómo llegó ese portal a nuestro mundo, pero de él salió una serpiente enorme, la cual maté con mi espada.

Su cara daba a entender que no creía mucho en mis palabras. Entonces, añadí:

—Si no me creen, póngannos a mi hermana y a mí por separado e interróguennos.

El que estaba delante de nosotros, resaltó:

—Su majestad, estos jóvenes no tienen maná como nosotros.

No sé a qué se refería. Pero creo que esto en vez de sacarnos de problemas, nos va a hundir más.

El rey desesperado por no saber qué hacer con nosotros, nos mandó a encerrar.

Mi hermana estaba en una cerda al lado de la mía. Pero algo muy curioso paso en la noche. Me senté a meditar, ya que el sueño no se me daba. Solía hacer esto cuando entrenaba. Una voz resonaba en mi interior. No era en mis oídos. Era un susurro incomprensible. Con mis ojos cerrados, intenté escuchar la voz; hasta que pude entender que me decía: «Llámame y te sacaré de aquí».

Comprendí todo de inmediato. Mis sentidos se abrieron y algo en mí despertó. Extendí la mano derecha al frente y grité: «Arcoloruns». Enseguida apareció mi espada en mi mano destrozando la puerta de hierro. 

La espada me hizo subir a una de las habitaciones con el fin de proteger a alguien que estaba en peligro. La velocidad con la que me movía no era humana. Entré a la habitación sin que los guardias pudieran verme y decapité una serpiente venenosa que iba a molde a una bella señorita. 

 El susto de la doncella fue inmediato. La confusión nos invadió a ambos; yo no sabía por qué debí de salvarla y ella no sabía qué yo hacía allí. La serpiente degollada por mi espada le dio a entender mi presencia. Mirar la serpiente muerta no fue suficiente para ella. 

Como era de esperarlo. La habitación se llenó de guardias. Los cuales me rodearon y me amenazaban con sus lanzas gigantes. 

La señorita sin conocerme aún salió a mi defensa. Entró al círculo y colocándose delante de mí, resaltó:

—El me acaba de salvar la vida de esa serpiente que me quería morder.

El de sombrerito morado hacia su entrada, escuchando todo. Y le aclaró a la señorita:

—Ese hombre es un delincuente y asesino. No se le acerque tanto, princesa Amalia. 

Entonces comprendí todo el plan de la espada. La sacudí un poco y los guardias cayeron al piso de espaldas. Sentía un poder abrumador recorrer mi cuerpo. El de sombrero morado, que parecía ser alguien del consejo real, exclamó:




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