Amor en dos mundos

Despertar de un amor

Despertar de un amor

En la mañana siguiente llegamos a un pueblo. Era el último del reino humano. 

Para que no se creara discordia, le pusimos una capucha a la succubo. Su especie era considerada impura para todos los otros seres inteligentes. La raza demoníaca implantaba terror, pero más que temida, era rechazada.

Fui a dar una vuelta. A ver el lugar y de paso, estar lejos del grupo. Querría respirar tranquilamente.

Allí me alcanzó Zuly. Su espíritu alegre me animaba a seguir esta aventura. 

—¿Sucede algo?

Me preguntó mirándome a los ojos.

—Ahora que lo preguntas...

Podía sentir que dos seres se acercaban. Así que, puse a la niña detrás de mí. Y mi posición era de defensa. Saqué la espada y miraba hacia el lugar de donde podía sentir la presencia.

Zuly estaba asustada. No podía entender lo que hacía o lo que sucedía. Entonces, de repente salieron y me atacaron, pero mi precaución evitó que acertarán algún golpe. 

Eran dos succubos, su vestimenta era algo diferente a como las había visto en su ciudad. Una tenía un martillo y la otra una daga en cada mano. Sus poses de combate no eran de novatas, además, su ataque coordinado me daba a entender que ya han tenido experiencia peleando. Y como si fuera poco, me tiraron a matar. 

Mi meta más que mi vida, era cuidar de Zuly. Tendrían que matarme para llevársela. Atacaron una y otra vez con ágiles movimientos, sin embargo, mi espada me hacía predecir sus ataques.

—¡Tú padre te extraña!

Dijo la que tenía el martillo.

La niña abrió los ojos, en señal de que estaba poniendo atención. 

No buscaba separar a Zuly de su familia, más bien, no quería que sufriera. Si esta pelea traerá más destrucción de la que habíamos producido, entonces, la cosa se iban a poner feas.

Habíamos ocasionado algunos desastres; el impacto del martillo y el filo de mi espada no eran juguetes de bebé. 

Comencé a desprender una presencia tan fuerte que hizo retroceder a las succubos ninja. Sus palabras de despedida fueron:

—Quisimos llevarte por las buenas. La próxima vez será más caudaloso. Te arrepentirás de no venir con nosotras.

Desaparecieron entre el mismo bosque del cual salieron.

Ya había dejado de sentir las presencias de ellas cuando decidimos irnos. Alertamos a los demás, sin embargo, fue demasiado tarde. 

Nos rodeó una nube negra; el sonido y el olor pestilente nos daban a entender que no era una simple nube. 

—¡Son demonios!

Dijo la bruja Cuina.

El asombro de todos no fue sólo que sean demonios, sino la cantidad que eran. 

La oscuridad en pleno día nos cubría por completo. El pueblo estaba tan oscuro que a penas nos veíamos. 

El momento de las acusaciones y reproches volvieron a caer sobre mi acto imprudente y sobre los hombros de Zuly.

—¡Ves lo que provocaste! Ahora no sólo nosotros estamos en peligro, también los miembros del pueblo.

La princesa Amalia no pudo resistirse en resaltar el hecho tan inminente. Pero mi fe y confianza me hicieron decir:

—Saldremos de esta, aunque sea lo último que el destino me permita hacer.

Luego grité:

—¡Posición de defensa! 

Todos se pusieron alrededor de la princesa y de Zuly. Olvidamos las indiferencias y alineamos nuestros objetivos; el de defender y sobrevivir.

Los demonios comenzaron a atacar a los pueblerinos, buscando a su succubo.

La bruja lanzó hechizos de fuego para dispersar a la masa de nube. El guerrero defendía de cerca a Zuly y Amalia. El arquero mataba a los demonios que intentaban lastimar a los miembros del pueblo y yo trataba de hacer la tres cosas al mismo tiempo.

Como era de esperarse, los números comenzaban a implementar fuerza. Las garras de los demonios voladores estaban a punto de alcanzar a Mit y a mí. Como ráfaga de viento llegó alguien a nuestro auxilio. Su destreza no se comparaba a la nuestra; cortaba demonios como si estuviera cortando el césped.

Nuestra defensa combinada espantó a los demonios. El último llanto demoniaco, exclamó: "¡Volveremos!".

La sangre cubría mi rostro y casi todo mi cuerpo estaba bañado de ella. Mi sangre por dentro circulaba a gran velocidad y mis ojos resplandecían. Con mirada de halcón hambriento, fijé la vista sobre la nueva integrante del grupo. No sabía quién era, pero sí sabía que nos había salvado. La sed de sangre me hacía parecer una bestia enojada, hasta mi voz cambió:

—¿Quién eres?

Pregunté a menos de un metro de distancia de ella.

Su reacción fue inesperada y riesgosa. Me dio un abrazo y me tranquilizó diciendo:

—No te embarques toda la responsabilidad. Yo solo soy una amiga que quiere que compartas tu lomo pesado. Inhala y exhala...




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