El aire en la sala de conferencias de "Arquitectura Vanguardista" era frío y olía a café recién hecho y ambición. El corazón de Elisa latía con un ritmo acelerado y metódico, como los planos que diseñaba. Llevaba tres años en la firma, sudando cada detalle, cada línea, para ganarse el respeto en un mundo de hombres trajeados. El proyecto "Zenith", un rascacielos ecológico que sería el nuevo icono de la ciudad, era su obsesión. Era su oportunidad.
"La reunión va a comenzar, Elisa", murmuró Sofía, su compañera de equipo, a su lado. "Pareces lista para la guerra."
"Lo estoy", respondió Elisa, ajustando la chaqueta de su traje pantalón impecable. "Este proyecto es mío."
Las puertas se abrieron y el director, el Sr. Rivera, entró con una sonrisa amplia. "Buenos días, equipo. Como saben, 'Zenith' es el proyecto más importante de la década para esta firma. Necesitamos una visión audaz, pero impecable. Por eso..."
Elisa contuvo la respiración.
"... hemos decidido que será un esfuerzo de colaboración. Formaremos dos equipos que competirán internamente por la dirección final del proyecto. La mejor propuesta se llevará el liderazgo."
Un murmullo recorrió la sala. Elisa sintió un pinchazo de decepción, seguido de un renovado impulso competitivo. Estaba bien. Competir era lo que mejor hacía.
"El equipo Alfa, liderado por Elisa Mora", anunció Rivera.
Ella asintió, serena.
"Y el equipo Beta, liderado por Dax Wilder."
Una silla crujió en la parte de atrás. Elisa giró la cabeza y lo vio levantarse. Dax Wilder. El nuevo fichaje de la firma de Londres, del que todo el mundo hablaba. Llevaba un suéter de cuello alto negro en lugar de una chaqueta, y sus jeans tenían una mancha de lo que parecía pintura. Su cabello castaño estaba desordenado, como si se hubiera pasado los dedos repetidamente por él, pero sus ojos verdes, intensos y burlones, la atravesaron con una confianza que rayaba en la arrogancia.
"Un placer", dijo Dax, con una voz grave que pareció vibrar en el aire acondicionado. Su sonrisa no llegó a esos ojos penetrantes.
Elisa le devolvió una sonrisa tensa. "Igualmente."
El Sr. Rivera continuó. "La filosofía es simple. Elisa representa la excelencia en el diseño sostenible y meticuloso. Dax trae una visión arriesgada y artística. La firma quiere lo mejor de ambos mundos."
O el choque de ambos, pensó Elisa.
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Una hora después, la "colaboración" comenzó en la sala de proyectos compartida. Elisa había pegado sus planos detallados, sus estudios de viento y sus cálculos de eficiencia energética en una pizarra. Todo era orden, lógica y belleza funcional.
Dax entró con una carpeta de dibujos bajo el brazo y una taza de café que olía fuerte. Echó un vistazo a los planos de Elisa y silbó suavemente.
"Impresionante, Mora. Muy... pulcro."
Ella ignoró el tono ligeramente condescendiente. "Son los cimientos de un edificio que no se caerá. ¿Tienes algo que aportar, Wilder?"
Él desplegó sus dibujos. No eran planos técnicos, sino bocetos a mano alzada, explosiones de líneas audaces y formas orgánicas. Mostraba un edificio que se retorcía hacia el cielo como una llama congelada, con jardines colgantes asimétricos y fachadas de materiales reciclados en patrones caóticos.
"Es... diferente", dijo Elisa, esforzándose por ser profesional. "Pero tu 'jardín colgante asimétrico' en el nivel 40 no es estructuralmente viable. Y el uso excesivo de cristal en la fachada sur ignora por completo la ganancia solar pasiva. Será un invernadero."
Dax se acercó, apoyando una mano junto a su plano. El aroma de su café y una ligera nota de trementina la envolvieron. "La viabilidad se encuentra, Mora. Se trata de no poner límites a la idea desde el principio. Tu edificio es perfecto, pero no tiene alma. No hace que la gente detenga su marcha y mire hacia arriba."
"Mi edificio", replicó ella, conteniendo la voz, "está diseñado para que la gente viva en él de forma eficiente y confortable, no para que lo admire desde afuera como una escultura egocéntrica."
Sus miradas se enzarzaron. El espacio entre ellos parecía cargarse de electricidad estática. Él era el caos personificado, desafiando cada una de sus certezas. Ella era el orden, señalando cada uno de sus riesgos.
"Tal vez el caos necesita un poco de orden", dijo él, su voz un susurro ronco. "Y tal vez el orden... necesita que lo desordenen un poco."
La frase flotó en el aire, cargada de un doble sentido que hizo que Elisa apretara la carpeta contra su pecho. Aquel hombre era insufrible. Impredecible. Y lo peor de todo era que, por un instante, una parte minúscula y rebelde de ella se preguntó si aquel desastre con ojos de esmeralda tendría, contra todo pronóstico, un ápice de razón.
Sin decir una palabra, giró sobre sus tacones y salió de la sala, necesitando el aire frío y neutral del pasillo para aclarar su mente. Esto no era una colaboración. Era una guerra. Y Elisa no tenía la menor intención de perderla, ni el proyecto, ni su cordura, por un hombre que confundía la arquitectura con el arte abstracto.
Editado: 19.11.2025