Amor en el lugar equivocado

Tercera Parte: Intervención Externa

La tregua incómoda y no declarada que siguió a la noche de la maqueta era más desconcertante que la guerra abierta. Elisa ya no podía clasificar a Dax simplemente como un "imbécil egocéntrico". Esa etiqueta se despegaba cada vez que lo veía concentrado, con el ceño fruncido y la lengua ligeramente apoyada en el labio superior mientras esbozaba, o cuando lo escuchaba discutir con su equipo sobre la "experiencia emocional" del espacio, usando un lenguaje que a ella le parecía etéreo pero que, no podía negarlo, contenía un núcleo de pasión genuina.

El pequeño y torpe modelo de cartón seguía en su mesa, un recordatorio físico de esa grieta en su certeza. Lo había colocado detrás de una pila de carpetas, como si pudiera esconderlo de su propia mente, pero su mirada iba hacia él con una frecuencia molesta.

Fue en medio de esta niebla mental cuando llegó el huracán llamado Chloe.

Era viernes por la tarde. Elisa intentaba descifrar unos planos que le parecían deliberadamente crípticos (y sospechaba que Dax los había dibujado a propósito así) cuando una figura vibrante irrumpió en la sala de proyectos como un rayo de sol en una catedral polvorienta.

—¡Elisaaaa! ¡Han pasado siglos! ¡Tu cueva de trabajo huele a estrés y café rancio! —anunció a un volumen que hizo que varios cabezas se alzaran sobre sus pantallas.

Chloe era la antítesis andante de Elisa. Donde Elisa prefería la discreción de los tonos neutros, Chloe vestía un abrigo fucsia y unos pendientes que parecen dos pequeñas obras de arte móviles. Era su amiga desde la universidad, una exitosa ilustradora que vivía su vida como si fuera una obra de arte performática en sí misma.

—Chloe, ¿qué haces aquí? —preguntó Elisa, poniéndose de pie y sintiendo una mezcla de alarma y alivio.

—Tu hermana me dijo que estabas inmersa en un proyecto 'apocalíptico' con un 'arquitecto-diva'. Mi misión de rescate era inminente. He traído refuerzos —declaró Chloe, alzando una bolsa de papel de una panadería gourmet que despedía un aroma celestial a mantequilla y azúcar.

En ese preciso momento, Dax salió de la sala de reuniones. Su mirada se posó primero en la intrusa, luego en la bolsa y, finalmente, en Elisa, con una ceja arqueada en una expresión de interés divertido.

—Parece que tenemos visita, Mora —dijo, acercándose con esa tranquilidad desgarbada que lo caracterizaba—. Y huele mucho mejor que nuestro café de oficina.

Chloe giró sobre sus tacones, evaluando a Dax de arriba abajo con la mirada crítica y rápida de quien valora la composición de un personaje.

—Ah. Tú debes ser el 'arquitecto-diva'. Dax, ¿verdad? —preguntó, extendiendo una mano con uñas pintadas de azul eléctrico—. Chloe Vance. Amiga de la infancia, guardiana de la cordura y proveedora oficial de carbohidratos de alta gama de Elisa.

Dax estrechó su mano, una sonrisa amplia y genuina iluminando su rostro. Parecía encantado con la descripción.

—Un placer, Chloe. 'Arquitecto-diva' es bastante preciso, lo admito. ¿Y qué tipo de carbohidratos de alta gama nos honra con tu presencia?

—Cruasanes de almendra y pain au chocolat. La diplomacia a través de la pastelería —anunció Chloe, sacando las piezas y colocándolas en la mesa de Elisa, desafiando todas las normas de orden y limpieza—. Y he decidido que ustedes dos necesitan un mediador. Porque la tensión en esta sala es tan densa que se podría cortar con un cúter.

Elisa sintió que se ruborizaba. —Chloe, por favor, esto no es el momento...

—¡Claro que lo es! —la interrumpió su amiga, partiendo un cruasán y enviando una nube de hojaldre al aire—. Mira, es simple. Tú —le dijo a Elisa, señalándola con una miga—, eres el cerebro meticuloso y superpoderoso que mantiene los pies de este proyecto en la tierra. Y tú —se giró hacia Dax—, eres el corazón visionario y desordenado que le da alma. Son el yin y el yang. El orden y el caos. El cálculo y el sueño.

Dax mordió un pain au chocolat, mirando a Chloe con admiración. —Me gusta esta mujer. Es eficiente. Llega, diagnostica y reparte comida.

—Exactamente —asintió Chloe—. El problema no es que se lleven mal. El problema es que se llevan demasiado bien en su disfuncionalidad. Se necesitan. Y se están volviendo locos por admitirlo.

Elisa quería que la tierra se la tragara. Cada palabra de Chloe era un martillazo que resonaba en su propia conciencia. Dax, sin embargo, no parecía ofendido en absoluto. Al contrario, su sonrisa se había suavizado en algo más pensativo.

—Esa es... una observación interesante —murmuró, y su mirada se encontró con la de Elisa por un instante cargado.

—Es una observación obvia —corrigió Chloe—. Ahora, la terapia grupal ha terminado. Elisa, ven al baño conmigo. Necesito que me cuentes los chismes no aptos para oídos masculinos. Y tú, Diva —le dijo a Dax—, no toques mis croissants.

Tomó del brazo a una Elisa atónita y la arrastró fuera de la sala, dejando a un Dax que, por primera vez desde que ella lo conocía, parecía haber sido dejado sin palabras, con una media sonrisa en los labios y migas de hojaldre en la camisa.

En el reluciente baño de la planta, Chloe se apoyó en el lavabo y miró a su amiga con seriedad.

—Vale, en serio ahora. Ese hombre te mira como si fueras un rompecabezas arquitectónico fascinante que no puede resolver. Y tú, querida, tienes la misma expresión de un antílope asustado pero hipnotizado por los faros. ¿Qué está pasando?

Elisa suspiró, derrotada. —No lo sé, Chloe. Es... insufrible. E imprudente. Y desordenado.

—Y genial, y apasionado, y te está volviendo loca de una manera muy poco profesional —completó Chloe—. Ese pequeño monstruo de cartón en tu mesa... ¿se lo hizo él?

Elisa asintió, avergonzada.

—¡Es lo más romántico y patético que he visto en mi vida! —exclamó Chloe, riendo—. Es su manera de decir 'no sé cómo hablar contigo, así que aquí tienes esta cosa fea que hice con mis manos'. Es adorable.




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