Amor en el lugar equivocado

Capítulo 5: El Lenguaje de la Luz y el Hormigón

La noche cayó sobre la ciudad, envolviendo el estudio en una burbuja de silencio solo rota por el zumbido lejano de la calle y el rasgar del lápiz de Dax sobre el papel de calco. El café que había traído—efectivamente bueno, fuerte y aromático—había dado paso a una botella de agua y a un paquete de galletas que compartían sin ceremonias.

Elisa sentía la fatiga como un peso en los párpados, pero una lucidez extraña, electrizante, la mantenía alerta. Habían entrado en una zona de flujo, un estado casi hipnótico de creación donde las ideas pasaban de una mente a la otra sin necesidad de palabras complejas. Un gesto, un sonido, una línea trazada en el aire eran suficientes.

—Aquí —murmuró Dax, deslizando un nuevo boceto frente a ella—. Módulos hexagonales. Cerámica extrudida, más ligera. Se ensamblan como un panal. La estructura se vuelve la piel.

Elisa estudió el dibujo. La idea de las escamas había evolucionado. Ya no era un pez, sino algo más orgánico, más eficiente. Un sistema celular.

—El anclaje puede ser estandarizado —dijo ella, tomando su rotulador—. Un punto fijo en la parte superior, y una guía inferior que permita la expansión térmica. —Dibujó un pequeño diagrama al margen, un detalle técnico que era la contrapartida exacta a su visión artística—. Así liberas tensiones.

Dax observó su añadido y asintió lentamente. —Sí. Eso… eso es perfecto.

La palabra flotó en la habitación. "Perfecto". No era un halago vacío. Era el reconocimiento de que la solución final era superior a la idea inicial de cualquiera de los dos por separado.

Entre boceto y cálculo, entre café y silencios, la conversación derivó, como un río que busca su cauce.

—¿Por qué la arquitectura? —preguntó Elisa de pronto, sin saber muy bien por qué. La pregunta surgió en un momento de pausa, mientras Dax estiraba los brazos por encima de la cabeza con un quejido sordo.

Él se qued quieto, mirando el techo. —Por el silencio —dijo al fin, bajando la mirada hacia ella—. Un buen edificio… puede contener un silencio que no es vacío, sino pleno. Como el que hay en un bosque. Quiero crear espacios que susurren, no que griten.

La respuesta fue tan inesperada y poética que a Elisa le faltó el aire. Era la antítesis de la persona estridente y performativa que aparentaba ser.

—Yo… —tartamudeó ella, sintiendo que debía ofrecer algo a cambio—. Yo empecé en ingeniería porque me gustaban los puentes. Me parecía un milagro que algo pudiera unir dos orillas tan diferentes, soportando su propio peso y el del mundo. Supongo que… al final, los edificios también son eso. Puentes verticales.

Dax la miró, y por primera vez, no había ni desafío ni sarcasmo en sus ojos. Solo una curiosidad profunda y serena.

—Sí —susurró—. Puentes verticales.

Se acercó. No fue un movimiento brusco, sino lento, inevitable, como la marea. Elisa no retrocedió. El mundo se había reducido al espacio entre sus mesas, inundado de planos y a la luz cálida de la lámpara de escritorio que proyectaba sombras alargadas y danzantes.

Él alargó la mano. El corazón de Elisa dio un vuelco, creyendo por un instante, deseando por un instante, que iba a tocarla. Pero su mano se desvió y tomó el lápiz que ella sostenía aún con los dedos temblorosos.

—Tienes… —murmuró, y con la punta de su propio lápiz, señaló suavemente su mejilla—. Carbón. Del rotulador.

Era un eco, un guiño directo al mensaje de Chloe. Elisa sintió una oleada de calor en el rostro. Él no intentó limpiárselo. Solo señaló la mancha, un pequeño acto de intimidad que era más potente que cualquier gesto maternal ficticio.

—Es tarde —dijo Elisa, su voz apenas un hilo de voz.

—Sí —asintió él, sin apartar la mirada.

Pero ninguno se movió. La promesa de su sonrisa de horas antes se materializaba en el aire quieto de la madrugada, cargado de polvo de tiza y posibilidades. La reunión con el cliente, el proyecto, el mundo exterior, todo parecía pertenecer a otra dimensión. En esta, solo existían el lenguaje recién descubierto de la luz y el hormigón, y el puente frágil y perfecto que acababan de construir entre ellos.




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